Y Zaratustra miró detenidamente el ár­bol junto al que se hallaban y dijo:

«Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal.

Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendie­se: tan alto ha crecido.

Ahora él aguarda y aguarda; ¿a qué aguarda, pues? Habi­ta demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?».{70}

Cuando Zaratustra hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: «Sí, Zaratustra, tú dices verdad. Cuando yo quería ascender a la altura, anhelaba mi caída, ¡y tú eres el rayo que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo des­de que tú nos has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha destruido!», Así dijo el joven, y lloró amargamente.{71}

Mas Zaratustra lo rodeó con su brazo y se lo llevó consigo. Y cuando habían caminado un rato juntos, Zaratustra co­menzó a hablar así:

Mi corazón está desgarrado. Aún mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que corres.

Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad. Tu bús­queda te ha vuelto insomne y te ha desvelado demasiado. Quieres subir a la altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos tienen sed de libertad.

Tus perros salvajes quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone abrir todas las prisio­nes.{72}

Para mí eres todavía un prisionero que se imagina la liber­tad: ay, el alma de tales prisioneros se torna inteligente, pero también astuta y mala.

El liberado del espíritu tiene que purificarse todavía. Mu­chos restos de cárcel y de moho quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro.

Sí, yo conozco tu peligro. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes de ti tu amor y tu esperanza!

Todavía te sientes noble, y noble te sienten todavía también los otros, que te detestan y te lanzan miradas malvadas. Sabe que un noble les es a todos un obstáculo en su camino.

También a los buenos un noble les es un obstáculo en su ca­mino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo que quieren es apartarlo a un lado.

El noble quiere crear cosas nuevas y una nueva virtud. El bueno quiere las cosas viejas, y que se conserven.

Pero el peligro del noble no es volverse bueno, sino insolen­te, burlón, destructor.

Ay, yo he conocido nobles que perdieron su más alta espe­ranza. Y desde entonces calumniaron todas las esperanzas elevadas.

Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de más de un día.

“El espíritu es también voluptuosidad”, así dijeron. Y en­tonces se le quebraron las alas a su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y mancha todo lo que roe.

En otro tiempo pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es para ellos el héroe.

Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta espe­ranza!,

Así habló Zaratustra.

* * *

De los predicadores de la muerte {73}

Hay predicadores de la muerte: y la tierra está llena de se­res a quien hay que predicar que se alejen de la vida.

Llena está la tierra de superfluos, corrompida está la vida por los demasiados. ¡Ojalá los saque alguien de esta vida con el atractivo de la «vida eterna»!

«Amarillos»: así se llama a los predicadores de la muerte, o «negros». Pero yo quiero mostrároslos todavía con otros co­lores.

Ahí están los seres terribles, que llevan dentro de sí el ani­mal de presa y no pueden elegir más que o placeres o autola­ceración. E incluso sus placeres continúan siendo autolacera­ción.

Aún no han llegado ni siquiera a ser hombres, esos seres te­rribles: ¡ojalá prediquen el abandono de la vida y ellos mismos se vayan a la otra! {74}

Ahí están los tuberculosos del alma: apenas han nacido y ya han comenzado a morir, y anhelan doctrinas de fatiga y de re­nuncia.

¡Querrían estar muertos, y nosotros deberíamos aprobar su voluntad! ¡Guardémonos de resucitar a esos muertos y de las­timar a esos ataúdes vivientes!

Si encuentran un enfermo, o un anciano, o un cadáver, en­seguida dicen: «¡la vida está refutada!»

Pero sólo están refutados ellos, y sus ojos, que no ven más que un solo rostro en la existencia.

Envueltos en espesa melancolía, y ávidos de los pequeños incidentes que ocasionan la muerte: así es como aguardan, con los dientes apretados.

O extienden la mano hacia las confituras y, al hacerlo, se burlan de su niñería: penden de esa caña de paja que es su vida y se burlan de seguir todavía pendientes de una caña de paja.{75}

Su sabiduría dice: «¡tonto es el que continúa viviendo, mas también nosotros somos así de tontos! ¡Y ésta es la cosa más tonta en la vida!»,

«La vida no es más que sufrimiento», esto dicen otros, y no mienten: ¡así, pues, procurad acabar vosotros! ¡Así, pues, procurad que acabe esa vida que no es más que sufrimiento!

Y diga así la enseñanza de vuestra virtud: «¡tú debes matar­te a ti mismo! ¡Tú debes quitarte de en medio a ti mismo!» {76}

«La voluptuosidad es pecado; así dicen los unos, que pre­dican la muerte, ¡apartémonos y no engendremos hijos!»

«Dar a luz es cosa ardua; dicen los otros, ¿para qué dar a luz? ¡No se da a luz más que seres desgraciados!» Y también éstos son predicadores de la muerte.

«Compasión es lo que hace falta, así dicen los terceros. ¡Tomad lo que yo tengo! ¡Tomad lo que yo soy! ¡Tanto menos me atará así la vida!»

Si fueran compasivos de verdad, quitarían a sus prójimos el gusto de la vida. Ser malvados, ésa sería su verdadera bon­dad.

Pero ellos quieren librarse de la vida: ¡qué les importa el que, con sus cadenas y sus regalos, aten a otros más fuerte­mente todavía!

Y también vosotros, para quienes la vida es trabajo salvaje e inquietud: ¿no estáis muy cansados de la vida? ¿No estáis muy maduros para la predicación de la muerte?

Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño; os soportáis mal a vosotros mismos, vues­tra diligencia es huída y voluntad de olvidarse a sí mismo.

Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera, y ni siquiera para la pereza!

Por todas partes resuena la voz de quienes predican la muerte: y la tierra está llena de seres a quienes hay que predi­car la muerte.

O «la vida eterna»: para mí es lo mismo; ¡con tal de que se marchen pronto a ella!

Así habló Zaratustra.

* * *

De la guerra y el pueblo guerrero

No queremos que con nosotros sean indulgentes nues­tros mejores enemigos, ni tampoco aquellos a quienes ama­mos a fondo. ¡Por ello dejadme que os diga la verdad!

¡Hermanos míos en la guerra! Yo os amo a fondo, yo soy y he sido vuestro igual. Y yo soy también vuestro mejor enemi­go. ¡Por ello dejadme que os diga la verdad!

Yo sé del odio y de la envidia de vuestro corazón. No sois bastante grandes para no conocer odio y envidia. ¡Sed, pues, bastante grandes para no avergonzaros de ellos!

Y si no podéis ser santos del conocimiento, sed al menos guerreros de él. Éstos son los acompañantes y los precursores de tal santidad.

Veo muchos soldados: ¡muchos guerreros es lo que quisie­ra yo ver! «Uni-forme» se llama lo que llevan puesto: ¡ojalá no sea un¡-formidad lo que con ello encubren!

Debéis ser de aquellos cuyos ojos buscan siempre un ene­migo, vuestro enemigo. Y en algunos de vosotros hay un odio a primera vista.

¡Debéis buscar vuestro enemigo, debéis hacer vuestra guerra, y hacerla por vuestros pensamientos! ¡Y si vuestro pensa­miento sucumbe, vuestra honestidad debe cantar victoria a causa de ello!

Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz corta más que la larga.{77}

A vosotros no os aconsejo el trabajo, sino la lucha. A voso­tros no os aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Sea vuestro traba­jo una lucha, sea vuestra paz una victoria!

Sólo se puede estar callado y tranquilo cuando se tiene una flecha y un arco: de lo contrario, se charla y se disputa.