Nada más.

Su imagen antigua apagó las lámparas al expresar él aquel deseo y Scrooge y el Espectro halláronse de nuevo uno al lado del otro al aire libre.

—Me queda muy poco tiempo —hizo observar el Espíritu—. ¡Apresuraos!

Tal exclamación no iba dirigida a Scrooge ni a nadie que estuviera presente, pero produjo un efecto inmediato. De nuevo Scrooge contemplóse a sí mismo. Tenía más edad. Estaba en la primavera de la vida. Su cara no tenía las ásperas y rígidas apariencias de los últimos años: pero empezaba a mostrar las señales de la preocupación y de la avaricia. Había en sus ojos una movilidad ardiente, voraz, inquieta, que mostraba la pasión que había arraigado en él y donde haría sombra el árbol que empezaba a crecer.

No estaba solo, sino sentado junto a una hermosa joven vestida de luto, cuyos ojos hallábanse llenos de lágrimas, que lanzaban destellos a la luz que lanzaba el Espectro de la Navidad Pasada.

—Poco importa —decía ella dulcemente—. Para vos, muy poco. Me ha desplazado otro ídolo; pero si al venir puede alegraros y consolaros, como yo había procurado hacerlo, no tengo motivo de disgusto.

—¿Qué ídolo os ha desplazado? —preguntó él.

—Un ídolo de oro.

—He ahí la justicia del mundo —dijo Scrooge—. No hay en él nada tan abrumador como la pobreza, y nada se juzga en él con tanta severidad como la persecución de la riqueza.

—Tenéis demasiado temor a la opinión del mundo —contestó ella con dulzura—. Todas vuestras demás esperanzas se han confundido con la esperanza de poneros a cubierto de su sórdido reproche. Yo he visto desaparecer vuestras más nobles aspiraciones una por una, hasta que la pasión principal, .la Ganancia, os ha absorbido por completo. ¿No es cierto?

—¿Y qué? —replicó él—. Supongamos que me hubiese hecho tan prudente como todo eso; ¿y qué? Para vos yo he cambiado.

Ella meneó la cabeza.

—¿He cambiado?

—Nuestro compromiso es antiguo. Lo contrajimos cuando ambos éramos pobres y nos sentíamos contentos de serlo, hasta que consiguiéramos aumentar nuestros bienes terrenales por medio de nuestro paciente trabajo. Habéis cambiado. Cuando tal cosa ocurrió, erais otro hombre.

—Yo era un muchacho —dijo él con impaciencia.

—Vuestra propia conciencia os dice que no erais lo que sois —replicó ella—. Yo sí. Lo que prometía la felicidad cuando éramos uno en el corazón, es todo tristeza ahora que somos dos. No diré cuántas veces y cuán ardientemente he pensado en ello. Es suficiente que haya pensado en ello y que pueda devolveros la libertad.

—¿He buscado yo alguna vez esa libertad?

—Con palabras, no. Nunca.

—¿Pues con qué?

—Con vuestra naturaleza cambiada; con vuestro espíritu transformado; con la diferente atmósfera en que vivís; con vuestras nuevas esperanzas. Con todo lo que hizo mi amor de algún valor a vuestros ojos. Si nada de eso hubiera existido entre nosotros —dijo la muchacha, mirándole suavemente, pero con firmeza—. decidme: ¿seríaís capaz ahora de solicitarme y de conquistarme? ¡Ah, no!

A pesar suyo, él pareció ceder a la justicia de tal suposición. Pero, haciendo un esfuerzo, dijo:

—No es ése vuestro pensamiento.

—Me causaría júbilo pensar de otro modo si pudiera —contestó ella—. ¡Dios lo sabe! Para convencerme de una verdad como ésa, yo sé cuán fuerte e irresistible tiene que ser. Pero sí fuerais libre hoy, mañana, al otro día, ¿puedo creer que elegiríais una muchacha pobre… vos, que en íntima confianza con ella sólo consideraríais la ganancia, o que, eligiéndola, si por un momento erais lo bastante falso para con vuestros principios al hacerlo así, no sé demasiado que vuestro pesar y vuestro arrepentimiento serían la indudable consecuencia? Lo sé. y os dejo en libertad. Con todo el corazón, pues en otro tiempo os amé, aunque el amor que os tenía haya desaparecido.

Intentó él hablar: pero ella, volviéndole la cara, continuó:

—Tal vez, la experiencia de lo pasado me hace suponerlo, esto os produzca aflicción.