No volverás a verme y, por la cuenta que te sigue, ¡recuerda todo lo que ha sucedido entre nosotros!»

Tras pronunciar estas palabras, el espectro recogió el pañuelo de encima de la mesa y se lo volvió a enrollar bajo la mandíbula, tal como lo tenía antes. Scrooge supo que así lo había hecho por el sonido de los dientes al chocar cuando el vendaje volvió a juntar las mandíbulas. Se atrevió a levantar la mirada otra vez y se encontró con el visitante sobrenatural encarándole en actitud erguida, con la cadena enroscada al brazo.

La aparición se ajejó retrocediendo y a cada paso que daba la ventana se iba abriendo poco a poco, de manera que al llegar el espectro estaba abierta de par en par. Le hizo señas a Scrooge para que se aproximase y éste así lo hizo. Cuando estaba a dos pasos de distancia, el fantasma de Marley levantó la mano para advertirle que no siguiera acercándose. Scrooge se detuvo. Se detuvo más por miedo y sorpresa que por obediencia: nada más levantar la mano comenzaron a oírse extraños ruidos; sonidos incoherentes de lamentación y pesar; quejidos de indecible arrepentimiento y compunción. El espectro, tras escuchar por un momento, se unió al macabro gorigori y salió flotando hacia la negra y siniestra noche.

Scrooge continuó hasta la ventana con desesperada curiosidad. Se asomó.

Por el aire se movían sin descanso, de un lado a otro, numerosísimos fantasmas que gemían al pasar. Todos llevaban cadenas como las del fantasma de Marley; unos cuantos (tal vez gobiernos culpables) iban encadenados en grupo; ninguno estaba libre de cadenas. Scrooge había conocido en vida a muchos de ellos. Había tenido bastante relación con un viejo fantasma que llevaba un chaleco blanco y una monstruosa caja de caudales atada al tobillo, que lloraba compungido porque le era imposible auxiliar a una desdichada mujer con un hijito, a la que estaba viendo allá abajo apoyada en el quicio de la puerta. Claramente se percibía que el tormento de todos ellos consistía en que deseaban intervenir, para bien, en situaciones humanas, pero habían perdido para siempre la capacidad de hacerlo.

Scrooge no sabría decir si aquellas criaturas se disolvieron en la niebla o si la niebla les ocultó, pero ellos y sus voces espectrales desaparecieron a la vez. La noche volvió a ser como cuando él llegó a su casa.

Cerró la ventana y examinó la puerta que había cruzado el fantasma. Seguía con el doble cierre que había echado con sus propias manos y los cerrojos estaban intactos. Intentó decir «¡Tonterías!», pero se quedó en la primera sílaba. Estaba extenuado y, ya sea por las emociones vividas, las fatigas del día, los atisbos del Mundo Invisible, la sombría conversación con el fantasma o lo tardío de la hora, se fue directamente a la cama, sin desvestirse, y se quedó dormido al instante.

SEGUNDA ESTROFA

EL PRIMERO DE LOS TRES

ESPIRITUS

Cuando Scrooge se despertó, la oscuridad era tan intensa que al mirar desde la cama apenas podía diferenciar la trasparencia de la ventana de las paredes opacas de su aposento. Cuando estaba intentando traspasar la oscuridad con sus ojos de gavilán, las campanas de una iglesia cercana dieron los cuatro cuartos; él permaneció atento a la hora.

Para su gran sorpresa, la campana mayor pasó de las seis a las siete, de las siete a las ocho, y así sucesivamente hasta las doce; luego dejó de sonar. ¡Las doce! Cuando se acostó eran mas de las dos. El reloj no funcionaba bien. Tal vez se le había incrustado un carámbano en la maquinaria. ¡Las doce!

Apretó el resorte de su reloj repetidor para comprobar el error del otro reloj enloquecido, pero su pequeña pulsación acelerada latió doce veces y se detuvo.

«Pero, ¿qué está pasando? ¡Es imposible!», dijo Scrooge. «No es posible que haya estado durmiendo un día completo hasta la noche siguiente ¡Y es imposible que le haya sucedido algo al sol y sean las doce del mediodía!

La idea no dejaba de ser alarmante; saltó de la cama y se fue acercando a tientas hasta la ventana. Para poder ver algo tuvo que frotar la escarcha con la maga de la bata; aún así, logró ver muy poco. Sólo consiguió comprobar que continuaba una niebla y un frio muy intensos y que no se oía ruido de actividad de gente alarmada, como se habría escuchado ineludiblemente si la Noche hubiese derrotado al claro Día, tomando posesión del mundo. Era un gran alivio porque sino hubiera días que contar lo de «a tres días de esta primera de cambio, pagaré al señor Ebenezer Scrooge o a su orden…etc.» se habría convertido en papel mojado, como los pagarés de los Estados Unidos[L13].

Scrooge se volvió a la cama, pensó y repensó pero no se le ocurria ninguna explicación. Cuando más pensaba, más perplejo estaba, y cuanto más procuraba no pensar, más pensaba en ello. El fantasma de Marley le había trastomado profundamente. Cada vez que, tras madura reflexión, llegaba a la conclusión de que todo era un sueño, sus pensamientos, al igual que un fuerte muelle tensado, volvían a la posición inicial y replanteaban el mismo problema: «¿era o no era un sueño?».

Scrooge permaneció en tal estado hasta que las campanas dieron otros tres cuartos de hora y entonces, súbitamente, recordó que el fantasma le había anunciado una aparición cuando la campana diera la una. Decidió permanecer alerta hasta que pasase ese tiempo.