Nadie podía demostrar que iba atrasado en los pagos. Estaba al corriente de todos los trucos y timos realizados por los administradores, vaqueros y trabajadores de la granja, por lo que le temían como a la peste. Residía en una bonita casa sombreada por frondosos árboles y circundada por un prado. Sabía comprar mejor que su dueño y había sido capaz de almacenar bienes secretamente. Era muy ducho en obsequiar a su amo con regalos que ya le pertenecían, por lo que, al mismo tiempo que conseguía ganar su aprecio, obtenía el obsequio de un traje o una caperuza. De joven había aprendido un buen oficio en el que era muy diestro: el de carpintero. Montaba una robusta jaca de color gris, moteada, a la que llamaba «Escocesa». Vestía un largo gabán azul; de su cinto colgaba una espada herrumbrosa. Procedía de los alrededores de la ciudad de Bawdeswell, en Norfolk[45]. Llevaba el gabán recogido con un ceñidor, al estilo de los frailes, y siempre era el que cerraba el cortejo cuando cabalgábamos.

En la posada, entre nosotros, había un Alguacil de menudos ojos y rostro encendido como el de un querubín[46] totalmente cubierto de granos. Era cachondo y lascivo como un gorrión. Los niños se asustaban de su cara con sus roñosas cejas negras y su escuálida barba. Ni el mercurio, el blanco de plomo, el azufre, el bórax, el albayalde, el crémor tártaro ni otros ungüentos que limpian y queman podían librarle de las blancas pústulas o de los botones granulentos que llenaban sus mejillas. Tenía una gran pasión por los ajos, cebollas y puerros[47] por beber un fuerte vino tinto, rojo como la sangre de toro, que le hacía bramar y charlar como si estuviera chiflado; cuando estaba realmente borracho de vino no hablaba más que en latín. Sabía dos o tres términos legales que había aprendido de algún edicto, lo que no es de extrañar, puesto que oía latín durante todo el día, pues, como se sabe, cualquier individuo puede enseñar a un grajo a pronunciar wat[48] igual que el mismísimo Papa. Sin embargo, si se hurgaba más en él, se descubría que era poco profundo; todo lo que sabía hacer era repetir como un loro questio quid juns[49] una y otra vez.

Era un tipo sinvergüenza y campechano, tan bueno como ustedes puedan imaginar. Por un litro escaso de vino permitía a cualquier camarada conservar su concubina durante un año y, además, le perdonaba. Además era muy capaz de seducir a una mujer. Si alguna vez hallaba a un tipo amartelado con una chica, solía decirle que no se preocupara por la excomunión del Arcediano para tal caso, a menos que creyera que su bolsa se hallaba en el lugar de su alma, pues era precisamente en la bolsa donde sería castigado. «Tu bolsa es el infierno del Arcediano», solía decir. Pero estoy seguro de que mentía como un bellaco; los culpables deben temer el significavit[50] porque destruye el alma de la misma forma que la absolución la salva, y, por consiguiente, también debía estar al cuidado del mandato judicial que los metía en la cárcel. Todas las prostitutas jóvenes de la diócesis estaban enteramente bajo su dominio, puesto que era su confidente y único asesor y consejero. Este alguacil había colocado sobre su cabeza una guirnalda tan grande como las que cuelgan de las fachadas de las cervecerías. Llevaba un escudo redondo como una torta.

Con él cabalgaba un digno Bulero de Rouncival[51]su amigo y compañero del alma, que había llegado directamente desde el Vaticano de Roma. Canturreaba en voz alta «Acércate, amor»[52] mientras el alguacil entonaba la parte baja con mas estridencia que una trompeta. El cabello de este Bulero tenía el color amarillo cual la cera y lo llevaba lustroso y brillante como madeja de lino; los rizos le caían en pequeños grupos extendidos sobre sus hombros, en donde descansaban en forma de mechones finamente esparcidos. Se sentía más cómodo cuando andaba sin caperuza, que llevaba metida en un hato. Por el hecho de llevar el cabello suelto y sin cubrir, salvo por un pequeño solideo, pensaba estar a la última moda. Tenía unos grandes ojos saltones como los de un conejo. En la parte interior del solideo llevaba cosida una pequeña reproducción del lienzo de la Verónica.