de un asuntillo?
—¿De un asuntillo? Ahora mismo —repuso Pepe, abriendo su baúl.
—No es oportunidad —dijo el labriego—. Descanse el señor don José, que tiempo tenemos. Más días hay que longanizas, como dijo el otro; y un día viene tras otro día... Que usted descanse, señor don José... Cuando quiera dar un paseo... la jaca no es mala... Conque buenos días, señor don José. Que viva usted mil años... ¡Ah!, se me olvidaba — añadió, volviendo a entrar después de algunos segundos de ausencia—. Si quiere usted algo para el señor juez municipal... Ahora voy allá a hablarle de nuestro asuntillo...
—Dele usted expresiones —dijo festivamente, no encontrando mejor fórmula para sacudirse de encima al legislador espartano.
—Pues quede con Dios el señor don José.
—Abur.
El ingeniero no había sacado su ropa, cuando aparecieron por tercera vez en la puerta los sagaces ojuelos y la marrullera fisonomía del tío Licurgo.
—Perdone el señor don José —dijo mostrando en afectada risa sus blanquísimos dientes—. Pero... quería decirle que si usted desea que esto se arregle por amigables componedores... Aunque, como dijo el otro, pon lo tuyo en consejo y unos dirán que es blanco y otros que es negro...
—¿Hombre, quiere usted irse de aquí?
—Dígolo porque a mí me carga la justicia. No quiero nada con la justicia. Del lobo, un pelo, y ése, de la frente. Conque... con Dios, señor don José. Dios le conserve sus días para favorecer a los pobres...
—Adiós, hombre, adiós.
Pepe echó la llave a la puerta, y dijo para sí:
—La gente de este pueblo parece muy pleitista.
Capítulo V - ¿Habrá desavenencia?
Poco después, Pepe se presentaba en el comedor.
—Si almuerzas fuerte —le dijo doña Perfecta con cariñoso acento— se te va a quitar la gana de comer. Aquí comemos a la una. Las modas del campo no te gustarán.
—Me encantan, señora tía.
—Pues di lo que prefieres: ¿almorzar fuerte ahora o tomar una cosita ligera para que resistas hasta la hora de comer?
—Escojo la cosa ligera para tener el gusto de comer con ustedes; y si en Villahorrenda hubiera encontrado algún alimento, nada tomaría a esta hora.
—Por supuesto, no necesito decirte que nos trates con toda franqueza. Aquí puedes mandar como si estuvieras en tu casa.
—Gracias, tía.
—¡Pero cómo te pareces a tu padre! —añadió la señora, contemplando con verdadero arrobamiento al joven mientras éste comía—. Me parece que estoy mirando a mi querido hermano Juan. Se sentaba como te sientas tú, y comía lo mismo que tú. En el modo de mirar sobre todo sois como dos gotas de agua.
Pepe la emprendió con el frugal desayuno. Las expresiones así como la actitud y las miradas de su tía y prima le infundían tal confianza, que se creía ya en su propia casa.
—¿Sabes lo que me decía Rosario esta mañana? —indicó doña Perfecta, fija la vista en su sobrino—. Pues me decía que tú, como hombre hecho a las pompas y etiquetas de la corte y a las modas del extranjero, no podrás soportar esta sencillez un poco rústica en que vivimos y esta falta de buen tono, pues aquí todo es a la pata la llana.
—¡Qué error! —repuso Pepe, mirando a su prima —. Nadie aborrece más que yo las falsedades y comedias de lo que llaman alta sociedad. Crean ustedes que hace tiempo deseo darme, como decía no sé quién, un baño de cuerpo entero en la naturaleza; vivir lejos del bullicio, en la soledad y sosiego del campo. Anhelo la tranquilidad de una vida sin luchas, sin afanes, ni envidioso ni envidiado, como dijo el poeta.
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