Catorce días después lo había perdido todo, hasta el honor.
Antes de proseguir con la historia parlamentaria, son indispensables algunas observaciones, para evitar los errores corrientes acerca del carácter local de la época que nos ocupa. Según la manera de ver de los demócratas, durante el período de la Asamblea Nacional Legislativa el problema es el mismo que el del período de la Constituyente: la simple lucha entre republicanos y realistas. En cuanto al movimiento mismo lo encierran en un tópico: «reacción», la noche, en la que todos los gatos son pardos y que les permite salmodiar todos los habituales lugares comunes, dignos de su papel de sereno. Y, ciertamente, a primera vista el partido del orden parece un ovillo de diversas fracciones realistas, que no sólo intrigan unas contra otras para elevar cada cual al trono a su propio pretendiente y eliminar al del bando contrario, sino que, además, se unen todas en el odio común y en los ataques comunes contra la «república». Por su parte, la Montaña aparece como la representante de la «república» frente a esta conspiración realista. El partido del orden aparece constantemente ocupado en una «reacción» que, ni más ni menos que en Prusia, va contra la prensa, contra la asociación, etc., y se traduce, al igual que en Prusia, en brutales injerencias policíacas de la burocracia, de la gendarmería y de los tribunales. A su vez, la Montaña está constantemente ocupada con no menos celo en repeler estos ataques, defendiendo así «eternos derechos humanos», como todo partido sedicente popular lo viene haciendo más o menos desde hace siglo y medio. Sin embargo, examinando más de cerca la situación y los partidos, se esfuma esta apariencia superficial, que veía la lucha de clases y la peculiar fisonomía de este período.
Legitimistas y orleanistas formaban, como queda dicho, las dos grandes fracciones del partido del orden. ¿Qué era lo que hacía que estas fracciones se aferrasen a sus pretendientes y las mantenía mutuamente separadas? ¿Serían tan sólo las flores de lis[57] y la bandera tricolor, la Casa de Borbón y la Casa de Orleans, diferentes matices del realismo o, en general, su profesión de fe realista? Bajo los Borbones había gobernado la gran propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos; bajo los Orleans, la alta finanza, la gran industria, el gran comercio, es decir, el capital, con todo su séquito de abogados, profesores y retóricos. La monarquía legítima no era más que la expresión política de la dominación heredada de los señores de la tierra, del mismo modo que la monarquía de Julio no era más que la expresión política de la dominación usurpada de los advenedizos burgueses. Lo que, por tanto, separaba a estas fracciones no era eso que llaman principios, eran sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad; era el viejo antagonismo entre la ciudad y el campo, la rivalidad entre el capital y la propiedad del suelo. Que, al mismo tiempo, había viejos recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían unidos a una u otra dinastía, ¿quién lo niega? Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase entera los crea y los forma derivándolos de sus bases materiales y de las relaciones sociales correspondientes. El individuo suelto, al que se le imbuye la tradición y la educación podrá creer que son los verdaderos móviles y el punto de partida de su conducta. Aunque los orleanistas y los legitimistas, aunque cada fracción se esforzase pro convencerse a sí misma y por convencer a la otra de que lo que las separaba era la lealtad a sus dos dinastías, los hechos demostraron más tarde que eran más bien sus intereses divididos lo que impedía que las dos dinastías se uniesen. Y así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son. Orleanistas y legitimistas se encontraron en la república los unos junto a los otros y con idénticas pretensiones. Si cada parte quería imponer frente a la otra la restauración de su propia dinastía, esto sólo significaba una cosa: que cada uno de los dos grandes intereses en que se divide la burguesía —la propiedad del suelo y el capital— aspiraba a restaurar su propia supremacía y la subordinación del otro. Hablamos de dos intereses de la burguesía, pues la gran propiedad del suelo, pese a su coquetería feudal y a su orgullo de casta, estaba completamente aburguesada por el desarrollo de la sociedad moderna. También los tories en Inglaterra se hicieron durante mucho tiempo la ilusión de creer que se entusiasmaban con la monarquía, la Iglesia y las bellezas de la vieja Constitución inglesa, hasta que llegó el día del peligro y les arrancó la confesión de que sólo se entusiasmaban con la renta del suelo.
Los realistas coligados integraban unos contra otros en la prensa, en Ems[58], en Claremont fuera del parlamento. Entre bastidores, volvían a vestir sus viejas libreas orleanistas y legitimistas y reanudaban sus viejos torneos. Pero en la escena pública, en sus grandes representaciones cívicas, como gran partido parlamentario despachaban a sus respectivas dinastías con simples reverencias y aplazaban la restauración de la monarquía in infinitum[59]. Cumplían con su verdadero oficio como partido del orden, es decir, bajo un título social y no bajo un título político, como representantes del régimen social burgués y no como caballeros de ninguna princesa peregrinante, como clase burguesa frente a otras clases y no como realistas frente a republicanos. Y, como partido del orden, ejerciendo una dominación más ilimitada y más dura sobre las demás clases de la sociedad que la que habían ejercido nunca bajo la Restauración o bajo la monarquía de Julio, como sólo era posible ejercerla bajo la forma de la república parlamentaria, pues sólo bajo esta forma podían unirse los dos grandes sectores de la burguesía francesa, y por tanto poner a la orden del día la dominación de su clase en vez del régimen de un sector privilegiado de ella. Si, a pesar de esto y también como partido del orden, insultaban a la república y manifestaban la repugnancia que sentían por ella, no era sólo por apego a sus recuerdos realistas. El instinto les enseñaba que, aunque la república había coronado su dominación política, al mismo tiempo socavaba su base social, ya que ahora se enfrentaban con las clases sojuzgadas y tenían que luchar con ellas sin ningún género de mediación, sin poder ocultarse detrás de la corona, sin poder desviar el interés de la nación mediante sus luchas subalternas intestinas y con la monarquía. Era un sentimiento de debilidad el que las hacía retroceder temblando ante las condiciones puras de su dominación de clase y suspirar por las formas más incompletas, menos desarrolladas y precisamente por ello menos peligrosas de su dominación. En cambio, cuantas veces los realistas coligados chocan con el pretendiente que tienen en frente, con Bonaparte, cuantas veces creen que el poder ejecutivo hace peligrar su omnipotencia parlamentaria, cuantas veces tienen que exhibir, por tanto, el título político de su dominación, actúan como republicanos y no como realistas. Desde el orleanista Thiers, quien advierte a la Asamblea Nacional que la república es lo que menos los separa, hasta el legitimista Berryer, que el 2 de diciembre d 1851, ceñido con la banda tricolor, arenga como tribuno, en nombre de la república, al pueblo congregado delante del edificio de la alcaldía del décimo arrondissement[60]. Claro está que el eco burlón le contestaba con este grito: Henri V, Henri V![61].
Frente a la burguesía coligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y obreros, el llamado partido socialdemócrata.
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