Maur, y el 10 de octubre vuelve a repetirla en una escala todavía mayor en la revista militar de Story. El tío se acordaba de las campañas de Alejandro en Asia, el sobrino se acuerda de las cruzadas triunfales de Baco en las mismas tierras. Alejandro era, ciertamente, un semidiós, pero Baco un dios completo. Y, además, el dios tutelar de la Sociedad del 10 de Diciembre.
Después de la revista del 3 de octubre, la comisión permanente llamó a comparecer ante ella al ministro de la Guerra d'Hautpoul. Éste prometió que no volverían a repetirse aquellas infracciones de la disciplina. Sabido es cómo Bonaparte cumplió el 10 de octubre la palabra dada por d'Hautpoul. En ambas revistas había llevado el mando Changarnier, como comandante en jefe del ejército de París. Changarnier, que era a la vez miembro de la comisión permanente, jefe de la Guardia Nacional, el «salvador» del 29 de enero y del 13 de junio, el «baluarte de la sociedad», candidato del partido del orden para la dignidad presidencial, el presunto Monk[88] de dos monarquías, no se había reconocido jamás hasta entonces subordinado al ministro de la Guerra., se había burlado siempre abiertamente de la Constitución republicana y había perseguido a Bonaparte con una arrogante protección equívoca. Ahora, se desvivía pro la disciplina contra el ministro de la Guerra y por la Constitución contra Bonaparte. Mientras que el 10 de octubre una parte de la caballería dejó oír el grito de Vive Napoléon! Vivent les saucissons![89], Changarnier hizo que por lo menos la infantería, que desfilaba al mando de su amigo Neumayer, guardase un silencio glacial. Como castigo, el ministro de la Guerra, acuciado por Bonaparte, relevó al general Neumayer de su puesto en París con el pretexto de entregarle el alto mando de la 14ª y la 15ª divisiones. Neumayer rehusó este cambio de destino y viose obligado así a pedir el retiro. Por su parte, Changarnier publicó el 2 de noviembre una orden de plaza en la que prohibía alas tropas gritos ni ninguna clase de manifestaciones políticas estando bajo las armas. Los periódicos elíseos[90] atacaron a Changarnier; los periódicos del partido del orden, a Bonaparte; la comisión permanente celebraba una sesión secreta tras otra, en las que se presentaba reiteradamente la proposición de declarar a la patria en peligro; el ejército parecía estar dividido en dos campos enemigos, con dos Estados Mayores enemigos, uno en el Elíseo, donde moraba Bonaparte, y otro en las Tullerías, donde moraba Changarnier. Sólo parecía faltar la reanudación de las sesiones de la Asamblea Nacional para que sonase la señal de la lucha. Al público francés la reanudación de las sesiones de la Asamblea Nacional para que sonase la señal de la lucha. Al público francés estos razonamientos entre Bonaparte y Changarnier le merecían el mismo juicio que aquel periodista inglés que los caracterizó en las siguientes palabras:
«Las criadas políticas de Francia barren la ardiente lava de la revolución con las viejas escobas, y se tiran del moño mientras ejecutan su faena».
Entretanto, Bonaparte se apresuró a destituir al ministro de la Guerra, d'Hautpoul, expidiéndolo precipitadamente a Argelia y nombrando para sustituirle en la cartera de ministro de la Guerra al general Schramm. El 12 de noviembre mandó a la Asamblea Nacional un mensaje de prolijidad norteamericana, recargado de detalles, oliendo a orden, ávido de reconciliación, lleno de resignación constitucional, en el que se trataba de todo lo divino y lo humano menos de las questions brûlantes[91] del momento. Como de pasada, dejaba caer las palabras que, con arreglo a las normas expresas de la Constitución, el presidente disponía por sí solo del ejército. El mensaje terminaba con estas palabras altisonantes:
«Francia exige ante todo tranquilidad... Soy el único ligado por un juramento, y me mantendré dentro de los estrictos límites que me traza... Por lo que a mí se refiere, elegido por el pueblo y no debiendo más que a éste mi poder, me someteré siempre a su voluntad legalmente expresada. Si en este período de sesiones acordáis la revisión constitucional, una Asamblea Constituyente reglamentará la posición del poder ejecutivo. En otro caso, el pueblo declarará solemnemente su decisión en 1852. Pero, cualesquiera que sean las soluciones del porvenir, lleguemos a una inteligencia, para que jamás la pasión, la sorpresa o la violencia decidan la suerte de una gran nación... Lo que sobre todo me preocupa no es saber quién va a gobernar a Francia en 1852, sino emplear el tiempo de que dispongo de modo que el período restante pase sin agitación y sin perturbaciones. Os he abierto sinceramente mi corazón, contestad vosotros a mi franqueza con vuestra confianza, a mi buen deseo con vuestra colaboración, y Dios se encargará del resto».
El lenguaje honesto, hipócritamente moderado, virtuosamente lleno de lugares comunes de la burguesía, descubre su más profundo sentido en labios del autócrata de la Sociedad del 10 de Diciembre y del héroe de merienda de St. Maur y Satory.
Los burgraves del partido del orden no se dejaron engañar ni un solo instante en cuanto al crédito que se podía dar a esa efusión cordial. Acerca de los juramentos estaban ya desde hacía mucho tiempo al cabo de la calle; entre ellos había veteranos, virtuosos del perjurio político, y el pasaje delicado al ejército no se les pasó desapercibido. Observaron con desagrado que, en la prolija e interminable enumeración de las leyes recientemente promulgadas, el mensaje guardaba un silencio afectado acerca de la más importante de todas, la ley electoral, y más aún, que en caso de no revisión constitucional se dejaba al arbitrio del pueblo, para 1852, la elección del presidente.
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