Para poder decir no a todo lo que constituye el movimiento ascendente de la vida, la buena constitución, el poder, la belleza, la afirmación de sí mismo sobre la tierra, el instinto de rencor, hecho aquí numen, tuvo que inventar otro mundo, partiendo del cual aquella afirmación de la vida aparecía como el mal, como la cosa más reprobable en sí. Desde el punto de vista psicológico, el pueblo judío es un pueblo que manifiesta una fuerza vital tenacísima, y que, colocado en una situación imposible, toma voluntariamente, por la más profunda habilidad del instinto de conservación, el partido de todos los instintos de la decadencia, no ya dejándose dominar por ellos, sino habiendo adivinado en ellos una fuerza con la cual se puede desarrollar contra el mundo. Los hebreos son lo opuesto a todos los decadentes: tuvieron que sostener el partido de los decadentes hasta dar la ilusión, y con un non plus ultra del genio histriónico supieron colocarse en el vértice de todos los movimiento de decadencia (en calidad del cristianismo de Pablo), para crear de sí algo más fuerte que un partido cualquiera que afirmase la vida. Para aquella especie de hombres que en el judaísmo y en el cristianismo llegó al poder, la decadencia es una forma sacerdotal, es sólo un medio: esta especie de hombres tiene un interés vital en hacer que la humanidad enferme y en invertir, en sentido peligroso para la vida y calumniador para el mundo, los conceptos de bien y mal, verdadero y falso.
25
La historia de Israel tiene un valor inapreciable como historia típica de toda desnaturalización de los valores naturales: señalaré cinco hechos de ésta.
En el origen, sobre todo en la época de los reyes, el mismo Israel estaba en relaciones justas, o sea naturales, con las cosas todas. Su Javeh era la expresión de la conciencia de poderío, el gozo de sí mismo, la esperanza de sí mismo; en él se esperaba victoria y salvación, con él se tenía confianza en la naturaleza, se aguardaba que la naturaleza diera aquello de que el pueblo tenía necesidad, sobre todo la lluvia. Javeh es el Dios de Israel y por consiguiente el Dios de la justicia: ésta es la lógica de todo pueblo fuerte y que posee conciencia perfecta de su propio poder. En los ritos festivos se manifiestan estos dos aspectos de la afirmación que de sí mismo hace un pueblo: este pueblo es reconocedor de los grandes destinos en virtud de los cuales ascendió mucho, y de la sucesión de las estaciones y de su fortuna en el pastoreo y en la agricultura.
Durante mucho tiempo este estado de cosas es el ideal, aún cuando estaba ya dolorosamente suprimido en virtud de la anarquía en el interior y de los asirios en el exterior. Pero el pueblo conservó como aspiración suprema aquella visión de un rey buen soldado y juez austero: la conservó sobre todo aquel típico profeta (o sea crítico y satírico del momento) llamado Isaías.
Pero todas las esperanzas resultaron incumplidas. El viejo Dios no podía ya nada de lo que pudo en otro tiempo. Había que abandonarle. ¿Qué sucedió? Se alteró su concepción, se desnaturalizó su concepción: a tal precio se conservó.
Javeh, el Dios de la justicia, no fue ya una misma cosa con Israel, una expresión del sentimiento personal del pueblo: fue desde entonces un Dios bajo condiciones...; su concepción fue un instrumento en manos de los agitadores sacerdotales, los cuales desde entonces interpretaron toda fortuna como premio y toda desventura como castigo de una desobediencia a Dios, aquella manera mentirosa de interpretar un pretenso orden moral del mundo por la cual, de una vez para siempre, fue invertido el concepto natural de causa y efecto. Cuando con el premio y el castigo se ha arrojado del mundo la causalidad natural, hay necesidad de una causalidad contraria a la naturaleza; y luego sigue todo el resto de las cosas innaturales. Un Dios que exige, en lugar de un Dios que socorre, que aconseja, que es, en el fondo, el verbo de toda feliz inspiración del valor y de la confianza en sí. La moral no es ya expresión de las condiciones de vida y de crecimiento de un pueblo, no es ya su más profundo instinto de vida, sino que se ha vuelto abstracta, se ha vuelto contraria a la vida; la moral es la perversión sistemática de la fantasía, es la mala mirada para todas las cosas. ¿Qué es la moral judaica, qué es la moral cristiana? Es el acaso que ha perdido su inocencia; es la desventura manchada con el concepto de pecado; es el bienestar considerado como peligro, como tentación; el malestar fisiológico envenenado por el gusano del remordimiento...
26
El concepto de Dios, falsificado; el concepto de moral, falsificado; a este punto no se ciñó el sacerdote judaico. No podemos utilizar toda la historia de Israel: echémosla lejos. Así dijeron los sacerdotes.
Estos sacerdotes realizaron aquel prodigio de falsificación, del cual es prueba gran parte de la Biblia: transfirieron al campo religioso el pasado de su propio pueblo con un incomparable desprecio de toda tradición, de toda realidad histórica; es decir, hicieron de aquel pasado un estúpido mecanismo de salvación, un mecanismo de culpa contra Javeh y del consiguiente castigo, de devoción a Javeh y del consiguiente premio. Experimentaríamos una impresión mucho más dolorosa de este vergonzoso acto de falsificación de la historia, si la interpretación eclesiástica de la historia, desde hace milenios acá, no nos hubiese hecho obtusos para las exigencias, de la probidad in historicis. Y los filósofos secundaron a la Iglesia: la mentira del orden moral del mundo invadió todo el campo de la filosofía moderna. ¿Qué significa orden moral del mundo? Que hay, de una vez para siempre, una voluntad de Dios respecto de lo que el hombre debe hacer o dejar de hacer; que el valor de un pueblo, de un individuo, se mide por el grado de obediencia prestada a la voluntad divina; que en los destinos de un pueblo, de un individuo, se muestra como dominante la voluntad de Dios, o sea como punitiva y remunerativa, según el grado de obediencia. La realidad puesta en el lugar de esta miserable mentira, significa: una raza parasitaria de hombres que prospera únicamente a expensas de todas las formas sanas de la vida, la raza del sacerdote, que abusa del nombre de Dios, que llama reino de Dios a un estado social en el que el sacerdote fija el valor de las cosas, que llama voluntad de Dios a los medios con los cuales semejante estado es conseguido o conservado; que, con frío egoísmo, mide los pueblos, los tiempos, los individuos, por el hecho de que ayuden o contraríen el predominio de los sacerdotes. Obsérvese cómo trabajan los sacerdotes: en manos de los sacerdotes hebreos la gran época de la historia de Israel se convirtió en una época de decadencia; el destierro, la larga desventura, se transformó en un eterno castigo por la gran época, por una época en que el sacerdote no era aún nada. De las grandes figuras de la historia de Israel, de aquellas figuras, muy libres, hicieron, según las necesidades, miserables hipócritas o socarrones o ateos, simplificaron la psicología de todo gran acontecimiento en la fórmula idiota de obediencia o desobediencia a Dios. Un paso más, la voluntad de Dios (o sea las condiciones de conservación del poder de los sacerdotes) debe ser conocida; a este fin es necesaria una gran falsificación literaria, es descubierta una Sagrada Escritura, es publicada bajo la pompa hierática, con días de expiación y lamentaciones sobre el largo pecado. La voluntad de Dios estaba fijada durante dilatado tiempo: la desgracia fue que el pueblo se alejó de ella... Ya Moisés había recibido la revelación de la voluntad de Dios... ¿Qué sucedió? El sacerdote había formulado, con rigor y pedantería, de una vez para siempre, hasta los grandes y pequeños impuestos que se debían pagar (sin olvidar los mejores trozos de carne, porque el sacerdote es un gran devorador de bistec), lo que quiere tener, lo que es voluntad de Dios... Desde entonces todas las cosas de la vida quedaban reglamentadas de modo que el sacerdote era en todas partes indispensable; en todas las vicisitudes naturales de la vida, en el nacimiento, en el matrimonio, en las enfermedades, en la muerte, para no hablar del sacrificio (de la Cena), aparece el santo parásito, para quitarles su carácter natural, o, según su lenguaje, para santificarlas...
Porque hay que comprender esto: toda costumbre natural, toda institución natural (Estado, tribunales, bodas, asistencia a los enfermos y a los pobres), toda exigencia inspirada por el instinto de la vida, en resumen, todo lo que tiene en sí su valor, es, por el parasitismo del sacerdote (o del orden moral del mundo), privado sistemáticamente de valor, opuesto a su valor: y luego es precisa una sanción, es necesario un poder valorizador que niegue en aquellas cosas la naturaleza, y cree para ellas precisamente un valor... El sacerdote desvalora, quita santidad a la naturaleza: a este precio, en general, existe. La desobediencia de Dios, o sea al sacerdote, a la ley, recibe de ahora en adelante el nombre de pecado: los medios para reconciliarnos con Dios son, como se ha convenido, medios por los que la sujeción al sacerdote es garantizada aún profundamente: el sacerdote es el único que puede salvar...
Desde el punto de vista psicológico, en toda sociedad u organización sacerdotal los pecados se hacen indispensables: son los verdaderos manipuladores del poder; el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que haya pecadores...
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