¡La nada divinizada en Dios, la voluntad de la nada santificada!
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El hecho de que las razas fuertes de la Europa septentrional no hayan rechazado al Dios cristiano no hace honor verdaderamente a sus cualidades religiosas, para no hablar del buen gusto. Debieran haberse sacudido semejante aborto de la decadencia, enfermizo, decrépito. Pero como no se libraron de él, pesa sobre ellas, una maldición; acogieron en todos sus instintos la enfermedad, la vejez, la contradicción; desde entonces no crearon ya ningún Dios. ¡En casi dos milenios, ni un solo nuevo Dios! Pero, en cambio, sostuvieron siempre, como si existiera de derecho, como un ultimum y un maximum de la fuerza que crea los dioses, del creator spiritus en el hombre, este Dios, digno de compasión, del monótono teísmo cristiano. Esta híbrida creación de decadencia extraída del cero, que es concepto de contradicción, en la que todos los instintos de la decadencia, todas las vilezas y los tedios del alma encuentran su sanción.
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No desearía haber ofendido, con mi condenación del cristianismo, una religión afín, que ha prevalecido sobre el cristianismo por el número de los que la profesan: el budismo. Ambas están vinculadas entre sí como religiones nihilistas, son religiones de decadencia; pero se distinguen una de otra del modo más notable. Si hoy se pueden parangonar entre sí, es cosa de que el crítico del cristianismo está profundamente agradecido a los doctos indios.
El budismo es cien veces más realista que el cristianismo; tiene en su cuerpo la herencia de la posición objetiva y audaz de los problemas; viene después de un movimiento filosófico durante cientos de años; cuando llega, la idea de Dios está ya acabada. El budismo es la única religión realmente positivista que la historia nos muestra, aun en su teoría del conocimiento (un severo fenomenalismo); no habla ya de lucha contra el pecado, sino que, dando plena razón a la realidad, dice lucha contra el sufrir. Tiene —y esto le distingue profundamente del cristianismo— detrás de sí la automistificación de los conceptos morales; está, hablando en mi lenguaje, más allá del bien y del mal. Los dos hechos fisiológicos sobre los cuales se funda y que tiene presentes son: en primer lugar, una excesiva irritabilidad de la sensibilidad, que se manifiesta como refinada capacidad para el dolor; en segundo lugar, excesiva espiritualización, un vivir demasiado largo entre conceptos y procedimientos lógicos, por el cual el instinto de la persona ha quedado lesionado en provecho del instinto impersonal (ambos son estados de ánimo, que por lo menos algunos de mis lectores, los objetivos, conocerán por experiencia como los conozco yo). A base de estas condiciones fisiológicas se ha producido una depresión: ésta la combate Buda con la higiene. Contra la depresión, emplea la vida al aire libre, la vida errante; la sobriedad y la selección en los manjares; la prudencia ante los licores; igualmente la vigilancia contra todas las emociones que producen bilis y calentamiento de la sangre; ninguna preocupación, ni para sí ni para los demás. Reclama ideas que calmen y serenen, encuentra medios para desembarazarse de las ideas contrarias. Imagina la bondad, el ser bueno, como favorable a la salud. La oración es excluida, así como el ascetismo; nada de imperativos categóricos, ninguna constricción en general, ni siquiera en el seno de las comunidades conventuales (de las cuales se puede salir). Todos éstos fueron medios para fortalecer aquella excitabilidad demasiado grande. Precisamente por esto no exige ninguna lucha contra los que piensan de modo distinto; contra nada se defiende más su doctrina que contra el sentimiento de la venganza, de la aversión, del rencor (la enemistad no termina mediante la enemistad: éste es el conmovedor retornello de todo el budismo)... Y esto con razón: precisamente estas emociones serían totalmente malsanas con relación al fin dietético principal. El cansancio intelectual, que ha encontrado existente, y que se expresa en una demasiado grande objetividad (o sea, debilitamiento del interés individual, pérdida del centro de gravedad de egoísmo) es combatida por él refiriendo rigurosamente a la persona los intereses más espirituales. En la doctrina de Buda, el egoísmo se convierte en deber; la sentencia sólo es necesaria una cosa, la pregunta ¿cómo te librarás del sufrimiento?, regulan y circunscriben todo el régimen espiritual. (Quizá se deba recordar aquel ateniense que hizo igualmente guerra a la ciencia pura, Sócrates, que elevó también, en el reino de los problemas, el egoísmo personal al grado de moral.)
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Condición preliminar del budismo es un clima muy suave, una gran dulzura y liberalidad en las costumbres, la ausencia del militarismo, y el hecho de que el movimiento tenga su foco en las clases superiores y hasta en las clases doctas. Se quiere la serenidad, la calma, la ausencia de deseos como meta suprema, y se alcanza esta meta. El budismo no es una religión en que se aspire simplemente a la perfección: la perfección es el caso normal.
En el cristianismo aparecen ante todo los instintos de los sojuzgados y de los oprimidos; los estratos más bajos son los que buscan en él la salvación. En él la casuística del pecado, la crítica de sí mismo, la inquisición de la conciencia es ejercida como ocupación, como remedio contra el aburrimiento; sin cesar se mantiene vivo el afecto hacia un poderoso, llamado Dios (mediante la oración); lo más alto es considerado inaccesible, es tenido como don, como gracia. Falta también la publicidad; el escondite, el lugar oscuro, es cristiano. El cuerpo es despreciado, la higiene repudiada como sensualidad; la Iglesia se previene hasta contra la limpieza (la primera medida tomada por los cristianos en España después de la expulsión de los moriscos fue la clausura de los baños públicos, de los cuales sólo en Córdoba había unos doscientos setenta). Cristiano es un cierto sentido de la crueldad, contra sí mismo y contra los demás; el odio contra los infieles; la voluntad de persecución. Ante todo se cultivan las imágenes foscas y excitantes: los estados de ánimo más deseados, designados con los nombres más altos, los estados epileptoides: se practica la dieta para favorecer los estados morbosos y para sobrexcitar los nervios. Cristiana es la enemistad mortal hacia los poderosos de la tierra, hacia los nobles y, al mismo tiempo, una secreta concurrencia (se les deja el cuerpo, se quiere solamente el alma)... Cristiano es el odio contra el espíritu, contra la fiereza, contra el valor, contra la libertad, el libertinaje del espíritu; cristiano es el odio contra los sentidos, contra toda clase de goces.
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Cuando el cristianismo abandonó su primitivo terreno, es decir los estratos sociales más humildes, el “subsuelo” del mundo antiguo; cuando alcanzó poderío entre los pueblos bárbaros, no contó ya, como condición preliminar en su nuevo terreno, con hombres fatigados, sino con hombres interiormente salvajes que se destrozaban recíprocamente: el hombre fuerte, pero mal constituido.
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