Era de una pareja que tenía él.

—¿Una de una pareja? ¿Dónde está la otra?

—Bueno, ese caballero tenía un montón de armas de fuego de una u otra clase. Nunca hemos encontrado la pareja de esa pistola determinada, pero la caja estaba hecha para dos.

—Si era de una pareja, sin duda debería encontrar la otra.

—Bueno, las tenemos fuera ahí en la casa si usted quiere mirarlas.

—Más tarde, quizá. Creo que bajaremos andando juntos y echaremos una mirada al escenario de la tragedia.

La conversación había tenido lugar en el cuartito delantero de la humilde casa del sargento Coventry, que servía como comisaría local de policía. Un paseo de una media milla a través de un páramo barrido por el viento, todo oro y bronce con los helechos marchitos, nos llevó a una puerta lateral que daba a los terrenos de la finca de Thor Place. Un sendero cruzaba las hermosas tierras, y luego, desde un claro, vimos la casa, anchamente extendida, la mitad de madera, un poco Tudor y un poco georgiana, en lo alto de la colina. A nuestro lado había una extensa laguna rodeada de juncos, estrechada por en medio, donde el camino de coches principal pasaba por un puente de piedra, pero ensanchándose en pequeños lagos a ambos lados. Nuestro guía se detuvo a la entrada del puente, señalando al suelo.

—Ahí es donde yacía el cuerpo de la señora Gibson. Lo marqué con esa piedra.

—¿Entiendo que usted llegó aquí antes de que retiraran el cadáver?

—Sí, mandaron a por mí en seguida.

—¿Quién?

—El propio señor Gibson. En el momento en que se dio la alarma y que él salió precipitadamente de la casa con otros, se empeñó en que no movieran nada hasta que llegara la policía.

—Muy sensato. Por los periódicos supe que el disparo fue hecho desde muy cerca.

—Sí, señor, muy cerca.

—¿Cerca de la sien derecha?

—Detrás mismo de ella, señor Holmes.

—¿Cómo estaba tendido el cadáver?

—De espaldas, señor Holmes. No había señales de lucha. Ninguna. No había arma. La breve nota de la señorita Dunbar la llevaba apretada en la mano.

—¿Apretada, dice?

—Sí, señor; apenas pudimos abrirle los dedos.

—Eso es de gran importancia. Eso excluye la idea de que nadie hubiera podido colocarle la nota allí después de su muerte para dar una pista falsa. ¡Válgame Dios! La nota, según recuerdo, era muy corta: «Estaré en el puente de Thor a las nueve. G. Dunbar.» ¿Era así?

—Sí, señor.

—¿Reconoció la señorita Dunbar haberla escrito?

—Sí, señor.

—¿Qué explicación dio?

—Su defensa se reserva para la Audiencia. Ella no quiso decir nada.

—El problema, ciertamente, es interesante. La cuestión de la carta es muy oscura, ¿verdad?

—Bueno, señor Holmes —dijo el guía—, si me permite decirlo así, pareció el único punto realmente claro de todo el caso.

Holmes sacudió la cabeza.

—Admitiendo que la carta sea auténtica y que se escribiera realmente, cierto que se recibió algún tiempo antes, digamos una o dos horas. ¿Por qué, entonces, esa señora seguía llevándola agarrada en la mano izquierda? ¿Por qué la iba a llevar con tanto cuidado? No necesitaba aludir a ella en la entrevista. ¿No parece notable?

—Bueno, señor Holmes, tal como lo dice, quizá sí.

—Creo que me gustaría sentarme tranquilamente unos minutos y pensarlo bien. —Se sentó en el borde de piedra del puente, y vi sus rápidos ojos grises disparando sus ojeadas escrutadoras en todas direcciones.

De repente volvió a ponerse en pie de un salto10 y corrió hasta la balaustrada de enfrente, sacó la lupa del bolsillo y empezó a examinar la piedra.

—Es curioso —dijo.

—Sí, señor; vimos la mella en el reborde. Supongo que lo ha hecho alguien que pasaba por aquí.

La piedra era gris, pero en ese único punto se mostraba blanca por un espacio no mayor que una moneda de seis peniques. Examinando de cerca, se veía que la superficie estaba mellada por un fuerte golpe.

—Costó alguna violencia hacer esto —dijo Holmes pensativo. Con el bastón, golpeó varias veces el reborde sin dejar señal—. Sí, fue un golpe duro. En un sitio curioso, además. No fue desde arriba, sino desde abajo, pues ya ve que estaba en el borde inferior del parapeto.

—Pero está al menos a quince pies del cadáver.

—Sí, está a quince pies del cadáver. Quizá no tenga que ver con el asunto, pero es un punto digno de tener en cuenta.