No me sirvió de nada. Me enseñó su jerga y una o dos cosas más; ¿y qué pasó? Se escapó con el criado del jefe de estación y la mitad de mi paga del mes. Luego apareció en Dadur Junction remolcando a un mestizo, y tuvo la frescura de decir que yo era su marido… ¡y encima en la caseta de control, delante de todos los maquinistas!

»“Eso es agua pasada —dice Dravot—. Estas mujeres son más blancas que tú y que yo, y he de tener una reina para los meses de invierno.”

»Por última vez te lo pido, Daniel, no lo hagas —digo—. Sólo nos traerá desgracias. La Biblia dice que los reyes no deben malgastar sus fuerzas con mujeres, especialmente cuando tienen un reino nuevo y virgen ante ellos.

»“Por última vez te contesto que lo haré” —dice Dravot, y se alejó entre los pinos como un gran diablo rojo, con el sol dándole en la corona y en la barba y todo eso.

»Pero conseguir una esposa no era tan fácil como Dan creía. Lo expuso en el Consejo, y no hubo respuesta hasta que Billy Fish dijo que mejor preguntara a las muchachas. Dravot los maldijo a todos. “¿Qué tengo de malo? —grita, de pie junto al ídolo Imbra—. ¿Acaso soy un perro, o es que no soy demasiado hombre para vuestras mujeres? ¿No he extendido la sombra de mi brazo sobre este país? ¿Quién detuvo la última incursión afgana?” En realidad fui yo, pero Dravot estaba demasiado enojado para recordarlo. “¿Quién os compró los rifles? ¿Quién reparó los puentes? ¿Quién es el Gran Maestre del signo grabado en la piedra?”, dice, y con la mano golpea el bloque de piedra donde acostumbraba a sentarse en las Logias, y en los Consejos, que siempre se abrían como las Logias. Billy Fish no dijo nada y tampoco los demás. “No pierdas la cabeza, Dan —digo—; y pregunta a las muchachas. Así lo hacen en nuestro país, y esta gente es muy inglesa.”

»“El matrimonio de un rey es una cuestión de Estado” —dice Dan, rojo de rabia, porque se daba cuenta, creo, de que iba contra el sentido común. Salió de la sala del Consejo, y los demás se quedaron sentados, mirando al suelo.

»Billy Fish —le digo al jefe de Bashkai—. ¿Cuál es el problema? Una respuesta sincera para un amigo de verdad.

»“Tú lo sabes —dice Billy Fish—. ¿Cómo puedo contarle algo, a quien lo sabe todo? ¿Cómo pueden casarse con dioses o diablos las hijas de los hombres? No es correcto.”

»Recordé que en la Biblia había algo parecido; pero si después de habernos visto durante tanto tiempo todavía creían que éramos dioses, no era cosa mía sacarlos de su error.

»Un dios lo puede todo —digo—. Si el rey ama a una muchacha no la dejará morir. “Tendrá que morir —dice Billy Fish—. Hay toda clase de dioses y de diablos en estas montañas, y de vez en cuando una muchacha se casa con uno de ellos y nunca más es vista. Además, vosotros dos conocéis la marca grabada en la piedra. Sólo los dioses la conocen. Creíamos que erais hombres hasta que vimos el signo del Maestre.”

»Entonces deseé haberles explicado desde el principio que no conocíamos los genuinos secretos de un Maestre masón; pero no dije nada. Durante toda la noche sonaron los cuernos en un templo pequeño y oscuro a medio camino de la cima de la colina, y oí a una muchacha que lloraba como si la estuvieran matando. Uno de los sacerdotes nos contó que la estaban preparando para casarse con el rey.

»“No voy a aguantar tonterías como esas —dice Dan—. No quiero interferir en vuestras costumbres, pero voy a tomar mujer.” “Está un poco asustada —dice el sacerdote—. Cree que va a morir, y le están infundiendo ánimos en el templo.”

»“Animadla con mucha ternura, entonces —dice Dan—, u os animaré yo a vosotros con la culata de un rifle hasta que no queráis que os animen nunca mas.”

»Se pasó la lengua por los labios, quiero decir Dan, y estuvo andando más de media noche, pensando en la esposa que tendría por la mañana. Yo no estaba nada tranquilo, porque sabía que tratar con una mujer en tierras extrañas, aunque uno sea un rey veinte veces coronado, era inevitablemente peligroso. Me levanté muy temprano por la mañana, mientras Dravot seguía dormido, y vi a los sacerdotes que hablaban en susurros, y a los jefes también, y me miraron de reojo.

»¿Qué pasa, Fish? —le digo al hombre de Bashkai, que estaba completamente envuelto en sus pieles y era una espléndida visión.

»“No estoy seguro —dice él—; pero si puedes lograr que el rey olvide toda esta locura nos harás un gran favor, a él y a mí.”

»Eso lo creo —digo—. Pero tú que has luchado contra y con nosotros, Billy, sabes tan bien como yo que el rey y yo no somos otra cosa que dos de los mejores hombres que Dios Todopoderoso hizo jamás.