Si puede usted creernos un poquito más locos estaremos más contentos. Hemos venido a verle para saber de ese país, para leer un libro sobre él y para que nos enseñe mapas. Queremos que nos diga que estamos locos y que nos enseñe libros —y se volvió hacia las estanterías.
—¿Me están hablando en serio? —pregunté.
—Un poco —dijo Dravot amablemente—. El mapa más grande que tenga, incluso si está en blanco en el sitio de Kafiristán, y cualquier libro que tenga también. Podemos leer, aunque no somos muy cultos.
Desenfundé el gran mapa de la India de una pulgada por treinta y dos millas de escala, y dos pequeños mapas fronterizos; bajé el volumen INF-KAN de la Encyclopedia Britannica, y los hombres los consultaron.
—¡Mire aquí! —dijo Dravot, con el pulgar sobre el mapa—. Hasta Jagdallak, Peachey y yo conocemos el camino. Estuvimos allí con el Ejército de Roberts. Tenemos que ir a la derecha en Jagdallak, atravesando el territorio Laghmann. Después pasamos entre las colinas… catorce mil pies… quince mil… frío trabajito, pero no parece tan lejos en el mapa.
Le alargué las Fuentes del Oxo, de Wood. Carnehan estaba absorto en la Encyclopedia.
—Un lote surtido —dijo Dravot, pensativo—. Y saber los nombres de sus tribus no nos ayudará. A más tribus más guerras, y mejor para nosotros. De Jagdallak a Ashang. ¡Hmmm!
—Pero toda esta información sobre el país no puede ser más incompleta y errónea —protesté—. En realidad, nadie sabe nada. Aquí está la carpeta del United Services Institute. Lea lo que dice Bellew.
—¡Al infierno Bellew! —dijo Carnehan—. Dan, son un apestoso montón de bárbaros, pero aquí este libro dice que creen que están emparentados con nosotros los ingleses.
Me dediqué a fumar mientras ellos estaban absortos en Raverty, Wood, los mapas y la Encyclopedia.
—No vale la pena que espere —dijo Dravot cortésmente—. Ahora son cerca de las cuatro. Si quiere dormir nos iremos antes de las seis, y no vamos a robar ningún papel. No se asuste. Somos dos lunáticos inofensivos, y si viene mañana por la noche al Serai, le diremos adiós.
—Son ustedes dos tontos —contesté—. Les harán volver cuando lleguen a la frontera, o les cortarán en pedacitos en el momento en que pongan el pie en Afganistán. ¿Quieren un poco, de dinero, o una recomendación para el sur? Puedo ayudarles a conseguir un trabajo la próxima semana.
—La próxima semana ya estaremos trabajando duro, gracias —dijo Dravot—. Ser un rey no es tan fácil como parece. Cuando pongamos nuestro reino en orden se lo haremos saber, y puede venir y ayudarnos a gobernarlo.
—¿Harían dos lunáticos una Contrata como esta? —dijo Carnehan con templado orgullo, enseñándome una grasienta media hoja de cuaderno de notas en la que estaba escrito lo siguiente. Lo copié, allí y entonces, como curiosidad:
Esta Contrata entre yo y tú poniendo a Dios por testigo… Amén y etc.
Uno Que yo y tú resolveremos este asunto juntos; i. e., ser reyes de Kafiristán. Dos Que yo y tú, mientras este asunto se resuelve, no tomaremos nada de Alcohol, ni a ninguna Mujer negra, blanca o morena, y así no nos mezclaremos nocivamente con el uno o la otra. Tres Que nos conduciremos con Dignidad y Discreción, y si uno de nosotros tiene problemas, podrá contar con el otro.
Firmado por mí y por ti en el día de hoy.
Peachey Taliaferro Carnehan.
Daniel Dravot.
Ambos caballeros sin domicilio establecido.
—El último artículo no hacía falta —dijo Carnehan, enrojeciendo con modestia—; pero así parece más serio.
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