Tú y yo somos exactamente como ellos. No hay ninguna diferencia entre ellos y nosotros, como no sea aquella que estriba en tener más comida y mejor. Yo les como a ellos ahora y a ti también; pero en otros tiempos tú has comido más que yo, tú has dormido en lechos mullidos, has vestido ropas buenas y comido buenos alimentos. ¿Quién hizo aquellas camas y aquellas ropas y aquellas comidas? Tú no, tú nunca hiciste nada con tu propio sudor. Tú vives de la fortuna que ganó tu padre; tú eres como la conocida palmípeda que se deja caer sobre las bubias para robarles el pez que han cogido; tú formas parte de una multitud de hombres que han hecho lo que ellos llaman un Gobierno, y que dominan a los demás hombres, que se comen los alimentos que otros hombres han obtenido y que les hubiera gustado comerse ellos. Tú llevas las ropas que calientan; ellos las hicieron, pero van tiritando en sus andrajos y te piden a ti, a tu abogado o al agente de negocios que te administra el dinero, que se las compres.

—Eso no tiene nada que ver con la cuestión —exclamé.

—Ya lo creo —ahora hablaba rápidamente y sus ojos relampagueaban—. Esto es un egoísmo y esto es la vida. ¿De qué sirve o qué sentido tiene la inmoralidad del egoísmo? ¿Qué objeto tiene? ¿Qué dices a todo? Tú no has hecho la comida; sin embargo, lo que tú has comido o desperdiciado hubiese salvado la vida de una veintena de infelices que hicieron la comida, pero no la comieron. Considérate a ti mismo a mí. ¿Qué valor tiene tu ponderada inmortalidad, cuando tu vida discurre mezclada con la mía? Tú quisieras volverte a tierra, que es sitio más favorable para tu clase de egoísmo; yo, en cambio, tengo el capricho de tenerte a bordo de este barco, donde puedo abusar de ti; te doblaré o te romperé, podrás morir hoy, esta semana o el mes que viene y aún podría matarte ahora mismo de un puñetazo, porque eres un miserable alfeñique. Ahora bien; si somos inmortales, ¿qué razón hay para ello? El abusar como tú y yo hemos hecho toda la vida no parece que sea precisamente lo que deben hacer los mortales. De nuevo te pregunto: ¿qué dices a todo esto? ¿Por qué te he retenido aquí?

—Porque usted es más fuerte —conseguí articular.

—Pero, ¿por qué soy más fuerte? —continuó, con sus interminables preguntas—. Porque soy una porción mayor del fermento que tú. ¿Lo ves?

—Esto es para desesperarse —protesté.

—Estoy de acuerdo contigo —continuó—. Entonces ¿por qué nos movemos si el movimiento es vida? Sin moverse y ser una parte del fermento no habría desesperación. Pero, (y en esto está el toque) queremos vivir y movernos aunque no tengamos razón para ello, porque sucede que la naturaleza de la vida es vivir y moverse, querer vivir más. Si no fuera por eso, la vida moriría. A causa de esta vida que hay en ti, es por lo que sueñas en tu inmortalidad; la vida que hay en ti vive y quiere seguir viviendo eternamente. ¡Una eternidad de egoísmo!

De pronto se volvió y se dirigió a popa; se detuvo junto a la toldilla y me llamó.

—Veamos: ¿cuánto te ha sustraído el cocinero? —preguntó.

—Ciento ochenta y cinco dólares, señor.

Asintió con la cabeza. Un momento después, cuando me disponía a bajar la escalera para poner la mesa, le oí en el centro del barco cubrir de improperios a unos hombres.

CAPITULO VI

A la mañana siguiente el temporal había amainado por completo y el Ghost se balanceaba alegremente en un mar ensalmado, sin un soplo de viento. De vez en cuando se notaba, sin embargo, alguna brisa ligera y Wolf Larsen paseaba constantemente por la toldilla, escudriñando el mar por la parte del Nordeste, de cuya dirección debía soplar el gran contraalisio.

Los hombres estaban todos sobre cubierta, ocupados en preparar los botes para la época de caza. Había a bordo siete botes, el pequeño del capitán y los seis que habían de utilizar los cazadores. La tripulación de cada bote la componían tres hombres: un cazador, un remero y un timonel. A bordo de la goleta, estos remeros y timoneles era como los tripulantes. Los cazadores se suponía también que formaban parte de las guardias y estaban siempre a las órdenes de Wolf Larsen.

Todo esto y más había aprendido yo. El Ghost era la goleta más veloz de las flotas de San Francisco y Victoria. En realidad, había sido antes un yate particular, siendo por lo mismo construida con vistas a la velocidad. Aunque no entendía nada de estas cosas, sus líneas y su aspecto lo demostraban claramente. Johnson me hablaba de ella en una breve conversación que sostuvimos durante la segunda guardia de la mañana. Hablaba con un entusiasmo y un amor por una buena embarcación semejantes a los que sienten algunos hombres por los caballos.