Allen; detalladamente expuesto, llegaría a ocupar tres o cuatro capítulos sucesivos, dedicados, en su mayor parte, a considerar la maldad e ineficacia de la curia en general y a una repetición de conversaciones celebradas más de veinte años antes de la fecha en que tiene lugar nuestra historia.

5

A pesar de hallarse muy ocupada aquella noche en el teatro en corresponder debidamente los saludos y sonrisas de Mrs. Thorpe, Catherine no se olvidó de recorrer con la vista una y otra vez la sala, en espera de descubrir a Mr. Tilney. Fue en vano. Mr. Tilney tenía, al parecer, tan poca afición al teatro como al balneario. Más afortunada creyó ser al día siguiente al comprobar que era una mañana espléndida, pues cuando hacía buen tiempo los hogares quedaban vacíos y todo el mundo se lanzaba a la calle para felicitarse mutuamente por la excelencia de la temperatura. Tan pronto como hubieron terminado los oficios eclesiásticos, los Thorpe y los Allen se reunieron, y después de permanecer en los salones del balneario el tiempo suficiente para enterarse de que tanta aglomeración de gente resultaba insoportable y de que no había entre todas aquellas personas una sola distinguida —detalle que, según todos observaron, se repetía cada domingo—, se marcharon al Crescent donde el ambiente era más refinado. Allí, Catherine e Isabella, cogidas del brazo, gozaron nuevamente de las delicias de la amistad. Hablaron mucho y con verdadero placer; pero Catherine vio una vez más defraudadas sus esperanzas de encontrarse con su pareja. En los días que siguieron lo buscó sin éxito en las tertulias matutinas y las vespertinas, en las salas de baile y de concierto, en los bailes de confianza y en los de etiqueta, entre la gente que iba andando, a caballo o en coche.

Ni siquiera aparecía inscrito su nombre en los libros de registro del balneario, la ansiedad de la muchacha aumentaba por momentos. Indudablemente, Mr. Tilney debía de haberse marchado de Bath; sin embargo, la noche del baile nada dijo a Catherine que hiciera suponer a ésta que su marcha estaba próxima.

Con todo ello aumentó la impresión de misterio tan necesaria en la vida de los héroes, lo que provocaba en la muchacha nuevas ansias de verlo. Por medio de la familia Thorpe no logró averiguar nada, pues sólo llevaba dos días en Bath cuando ocurrió el feliz encuentro con Mrs. Allen. Catherine, sin embargo, habló de Mr. Tilney en más de una ocasión con su nueva amiga, y como quiera que Isabella siempre la animaba a seguir pensando en el joven, la impresión que en el ánimo de la muchacha éste había producido no se debilitaba ni por un instante. Desde luego, Isabella se mostró segura de que Tilney debía de ser un hombre encantador, así como que su querida Catherine habría provocado en él tal admiración que no tardarían en verlo aparecer nuevamente. Mrs. Thorpe hallaba muy oportuno que Tilney fuera ministro de la Iglesia, pues siempre había sido partidaria de tal profesión, y al decirlo dejó escapar un profundo suspiro. Catherine hizo mal, quizá, en no averiguar las causas de la emoción que expresaba su amiga; pero Catherine no estaba lo bastante experimentada en lides de amor ni en los deberes que requiere una firme amistad para conocer el modo de forzar la ansiada confidencia.

Mrs. Allen, mientras tanto, disfrutaba enormemente de su estancia en Bath. Al fin había encontrado una conocida, encarnada en la persona de una antigua amiga suya, a lo que debía sumarse la grata seguridad de que ésta vestía con menos elegancia y lujo que ella.

Ya no sé pasaba el día exclamando: «¡Cuánto desearía tener trato con alguien en Bath!», sino «¡Cuánto celebro haber encontrado en Bath a Mrs. Thorpe!», demostrando tanto o mayor afán por fomentar la amistad entre ambas familias que el que sentían Catherine e Isabella, hasta el punto de jamás quedar contenta cuando algún motivo le impedía pasar la mayor parte del día junto a Mrs. Thorpe, ocupada en lo que ella llamaba conversar con su amiga. En realidad, tales conversaciones no entrañaban cambio alguno de opinión acerca de uno o varios asuntos, sino que se limitaban a la acostumbrada relación de los méritos de sus hijos por parte de Mrs. Thorpe y a la descripción de sus trajes por parte de Mrs. Allen.

El desarrollo de la amistad de Isabella y Catherine fue, por su parte, tan rápido como espontáneos habían sido sus comienzos, pasando ambas jóvenes por las distintas y necesarias gradaciones de ternura con prisa tal que al poco tiempo no les quedaba prueba alguna de amistad mutua que ofrecerse. Se llamaban por su nombre de pila, paseaban cogidas del brazo, se cuidaban las colas de los vestidos en los bailes y cuando el tiempo no favorecía sus salidas se encerraban para leer juntas alguna novela. Novela, sí.