"Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. La quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.

CRIADA.— ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!

LA PONCIA.— Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.

CRIADA.— Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada.

LA PONCIA.— (En la alacena) Este cristal tiene unas motas.

CRIADA.— Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan.

(Suenan las campanas)

LA PONCIA.— El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el "Pater noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo) ¡Ameeeén! (Se echa a toser)

CRIADA.— Te vas a hacer el gaznate polvo.

LA PONCIA.— ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo)

(La Criada limpia. Suenan las campanas)

CRIADA.— (Llevando el canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!

MENDIGA.— (Con una niña) ¡Alabado sea Dios!

CRIADA.— Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años!. Tin, tin, tan.

MENDIGA.— (Fuerte con cierta irritación) ¡Alabado sea Dios!

CRIADA.— (Irritada) ¡Por siempre!

MENDIGA.— Vengo por las sobras.

(Cesan las campanas)

CRIADA.— Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí.

MENDIGA.— Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas!

CRIADA.— También están solos los perros y viven.

MENDIGA.— Siempre me las dan.

CRIADA.— Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas) Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?

(Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus cinco hijas)

BERNARDA.— (A la Criada) ¡Silencio!

CRIADA.— (Llorando) ¡Bernarda!

BERNARDA.— Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.

MUJER 1.— Los pobres sienten también sus penas.

BERNARDA.— Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.

MUCHACHA 1.— (Con timidez) Comer es necesario para vivir.

BERNARDA.— A tu edad no se habla delante de las personas mayores.

MUJER 1.— Niña, cállate.

BERNARDA.— No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse.