Inmediatamente me metieron en la cama, aunque parecía que mi vida se había extinguido por completo. No iba ningún médico a bordo. Pero el capitán me trató con todas las atenciones, para enmendar, supongo, a los ojos de la tripulación, su atroz conducta en la parte inicial de la aventura.
Mientras tanto, Henderson se había vuelto a apartar del barco, aunque ahora soplaba un viento casi huracanado. No habían pasado muchos minutos cuando tropezó con algunos fragmentos de nuestra barca, y poco después uno de los hombres que le acompañaban le aseguró que, a intervalos, entre el rugir de la tempestad, oía un grito pidiendo auxilio. Esto indujo a los arriesgados marineros a perseverar en la búsqueda durante más de media hora, aunque el capitán Block les hacía reiteradas señales para que regresasen, y aunque a cada minuto que pasaban sobre las aguas en tan frágil bote se exponían al más inminente y mortal peligro. Realmente, es casi imposible concebir cómo la diminuta embarcación en la que estaban pudo escapar de la destrucción ni un solo instante. Pero estaba construida para el servicio ballenero y se hallaba provista, como tenía motivos para creerlo, de depósitos de aire, al modo de los botes salvavidas que se emplean en la costa de Gales.
Después de haber buscado en vano durante el mencionado espacio de tiempo, decidieron regresar al barco; mas apenas habían tomado esta resolución cuando un débil grito surgió de un objeto oscuro que pasaba flotando rápidamente cerca de ellos. Se lanzaron en su persecución y enseguida le dieron alcance. Resultó ser la cubierta intacta del tumbadillo del Ariel. Augustus se agitaba junto al mismo, al parecer en los últimos estertores de la agonía. Al cogerlo, vieron que estaba atado con una cuerda a la flotante madera. Esta cuerda, como se recordará, era la que yo le había echado alrededor del pecho y anudado a la argolla, para mantenerle en posición erguida, y al hacerlo así había preparado, sin saberlo, el medio de conservar su vida. El Ariel era de endeble construcción y, al pasar por debajo del Pingüino, su armazón saltó en pedazos lógicamente; la cubierta del tumbadillo, como era de esperar, fue levantada por la fuerza del agua al entrar allí y, al ser separada de cuajo de las vigas maestras, quedó flotando (con otros fragmentos, sin duda) en la superficie, sosteniendo a flote a Augustus, quien escapó así de una muerte terrible.
Hasta media hora después de haber sido puesto a bordo del Pingüino no pudo dar cuenta de sí, ni entender las explicaciones que le daban acerca de la naturaleza del accidente que le había sucedido a nuestra barca. Al fin, se rehízo del todo y habló mucho de sus sensaciones mientras estuvo en el agua. La primera vez que recobró algo el conocimiento se halló debajo del agua, girando con velocidad vertiginosa y atado con una cuerda que daba tres o cuatro vueltas muy apretadas cerca del cuello. Un instante después se sintió elevado súbitamente; su cabeza chocó violentamente con un cuerpo duro y volvió a sumirse en la inconsciencia. Al recobrarse de nuevo, se hallaba en plena posesión de sus sentidos, aunque tuviese en grado sumo confusa y nublada la razón. Ahora se daba cuenta de que había sucedido algún accidente y de que estaba en el agua, aunque tenía la boca por encima de la superficie y podía respirar con cierta libertad. Tal vez en aquellos momentos la cubierta iba empujada velozmente por el viento y él era arrastrado tras ella, como si flotase de espaldas. Naturalmente, mientras conservase aquella posición era casi imposible que se ahogase. De pronto, un golpe de mar lo arrojó directamente sobre el puente, donde procuró mantenerse, lanzando a intervalos gritos de socorro. Exactamente un momento antes de ser descubierto por Mr. Henderson, se había visto obligado a soltar su asidero por falta de fuerzas y, al caer en el mar, se había dado por perdido. Durante todo el tiempo de sus luchas no había tenido el más leve recuerdo del Ariel, ni de ninguno de los asuntos relacionados con la causa de su desastre. Un vago sentimiento de terror y de desesperación se había apoderado por completo de sus facultades. Cuando finalmente fue recogido, le habían abandonado todas sus facultades mentales; y, como dije antes, llevaba casi una hora a bordo del Pingüino hasta que se dio cuenta de su situación. Por lo que se refiere a mí, fui reanimado de un estado que bordeaba casi la muerte (y después de haber probado en vano todos los demás medios durante tres horas y media) gracias a vigorosas fricciones con franelas mojadas en aceite caliente, procedimiento sugerido por Augustus. La herida de mi cuello, aunque tenía un aspecto terrible, era de poca importancia, en realidad, y me repuse pronto de sus efectos.
El Pingüino entró en puerto hacia las nueve de la mañana, después de haber capeado una de las borrascas más recias desencadenadas en Nantucket. Augustus y yo logramos llegar a casa de Mr. Barnard a la hora del desayuno, que, por fortuna, se había retrasado algo, debido a la reunión de la noche anterior.
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