Alexine, para golpear cómodamente a Culculine, se arrodilló junto al grupo. Su mofletudo culazo, sacudiéndose a cada golpe que daba, quedó a dos dedos de la boca de Mony.
Su lengua no tardó en introducirse allí dentro, luego animado por un furor voluptuoso, empezó a morder la nalga derecha. La joven lanzó un grito de dolor. Los dientes habían penetrado en su carne y la sangre roja y fresca vino a aliviar el gaznate reseco de Mony. La bebió a lengüetadas, apreciando su sabor de hierro ligeramente salado. En este momento los saltos de Culculine eran ya completamente incontrolados. Sus ojos estaban en blanco. Su boca, manchada por la mierda acumulada sobre el cuerpo de Mony. Lanzó un gemido y descargó al mismo tiempo que Mony. Alexine cayó sobre ellos, agonizante y rechinando los dientes, y Mony que colocó la boca en su coño no tuvo que dar más que dos o tres lengüetazos para obtener una descarga. Luego, tras algunos sobresaltos, los nervios se relajaron y el trío se tendió sobre la mierda, la sangre y el semen. Se durmieron sin darse cuenta y se despertaron cuando las doce campanadas de medianoche sonaron en el reloj de péndulo de la habitación.
—No nos movamos, he oído ruido —dijo Culculine—, y no es mi criada, está acostumbrada a no preocuparse por mí. Debe estar acostada.
Un sudor frío bañaba las frentes de Mony y de las jóvenes. Sus cabellos se pusieron de punta y los escalofríos recorrían sus cuerpos desnudos y merdosos.
—¡Hay alguien! —añadió Alexine.
—¡Hay alguien! —confirmó Mony.
En este mismo momento se abrió la puerta y la poca luz que llegaba desde la nocturna calle permitió vislumbrar dos sombras humanas envueltas en abrigos con el cuello alzado y cubiertos con sombreros hongo.
Bruscamente, el primero de ellos hizo centellear una linterna que llevaba en la mano. El resplandor iluminó la habitación, pero en el primer momento los asaltantes no advirtieron el grupo tendido en el suelo.
—¡Esto huele muy mal! —dijo el primero.
—Entremos de todos modos, ¡debe haber guita en los cajones! —replicó el segundo.
Entonces, Culculine, que se había arrastrado hasta el interruptor de la luz, iluminó bruscamente la habitación.
Los asaltantes quedaron boquiabiertos ante las desnudeces:
—¡Mierda! —dijo el primero—, a fe de Cornaboeux, tenéis buen gusto.
Era un coloso moreno cuyas manos eran extraordinariamente velludas. Su barba enmarañada le hacía aún más feo de lo que era.
—Qué coña —dijo el segundo—, a mí me va la mierda, trae buena suerte.
Era un bribón macilento y tuerto que mascaba una apagada colilla.
—Tienes razón, Chalupa —dijo Comaboeux—, ahora mismo acabo de pisarla y para primera felicidad creo que voy a ensartar a la señorita. Pero primero pensemos en el joven.
Y abalanzándose sobre el aterrorizado Mony, los asaltantes le amordazaron y le ataron brazos y piernas. Luego volviéndose hacia las dos trémulas mujeres, algo divertidas no obstante, Chalupa dijo:
—Y vosotras, muñecas, intentad ser amables; si no se lo diré a Prosper.
Llevaba un bastoncillo en la mano y se lo dio a Culculine ordenándole golpear a Mony con todas sus fuerzas. Luego colocándose a su espalda, sacó un pene delgado como un meñique, pero muy largo. Chalupa comenzó palmeándole las nalgas al tiempo que decía:
—¡Bien!, mi grueso carigordo, vas a tocar la flauta, me gusta la tierra amarilla.
Sobaba y palpaba ese culazo suave y, pasando una mano por delante, manoseaba el clítoris, luego bruscamente introdujo el delgado y largo pene. Culculine empezó a menear el culo mientras golpeaba a Mony que, al no poder gritar ni defenderse, se convulsionaba como un gusano a cada bastonazo, que le dejaba una marca roja que pronto se volvía violácea. Luego, a medida que la enculada avanzaba, Culculine, excitada, golpeaba más fuerte gritando:
—Puerco, toma, por tu sucia basura… Chalupa, éntrame tu palillo hasta el fondo.
El cuerpo de Mony quedó ensangrentado en un momento.
Mientras tanto, Cornaboeux había agarrado a Alexine y la había tirado encima de la cama. Comenzó por mordisquearle los pechos que empezaron a endurecerse. Luego descendió hasta el coño y lo cubrió completamente con su boca, mientras tironeaba los preciosos pelos rubios y rizados de la mota. Se incorporó y sacó su miembro enorme, pero corto, con la cabeza violeta. Volteando a Alexine, empezó a golpear su culazo rosado; de vez en cuando pasaba la mano por el surco del culo. Luego se puso a la joven debajo del brazo izquierdo de manera que el coño quedara al alcance de su mano derecha. Con la izquierda la agarraba por la barba del coño… lo que le hacía daño. Ella se echó a llorar y sus gemidos aumentaron cuando Cornaboeux empezó a pegarle en las posaderas con todas sus fuerzas. Sus gruesos muslos rosados se estremecían y el culo temblaba cada vez que se abatía sobre él la enorme manaza del salteador.
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