Le gustaba aquella postura porque, generalmente, se amodorraba durante los rezos, y así quedaba oculta a las miradas de su madre.

Los criados de la casa se agruparon, adelantándose hacia el vestíbulo para arrodillarse junto a la puerta: Mamita, gruñendo; Pork, derecho como un palo; Rosa y Teena, las doncellas, muy graciosas con sus amplios vestidos de percal de vivos colores; Cora, la cocinera, delgada y pálida bajo el pañuelo blanco que le cubría la cabeza, y Jack, agotado por el sueño, lo más lejos posible de los pellizcos despiadados de Mamita. Sus ojos negros brillaban de atención, porque los rezos con los amos eran uno de los acontecimientos del día. Las viejas frases llenas de color de la letanía, con su oriental riqueza de imágenes, no tenían significado para ellos pero daban cierta satisfacción a sus corazones, y por eso bajaban siempre la cabeza cantando las respuestas Kyrie eleison y Ora pro nobis.

Ellen cerró los ojos y empezó a rezar; su voz se alzaba y descendía, acariciadora y suave. Las cabezas se inclinaban en el cerco de luz amarillento, mientras ella daba gracias a Dios por la salud y la felicidad de su casa, de su familia y de sus esclavos. Después de haber terminado de rogar por los que vivían bajo el techo de Tara, por su padre, por su madre, por sus hermanas, por sus tres hijos muertos y por las «ánimas del Purgatorio», apretó entre sus dedos el rosario y empezó la salmodia. Como el rumor de una dulce brisa, se oía el murmullo de las respuestas de los blancos y los negros: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.»

A pesar de su dolor de cabeza y del sufrimiento de las lágrimas contenidas, un sentido profundo de quietud y de paz descendió sobre Scarlett, como siempre a aquella hora. Parte de las desilusiones de la jornada y de la preocupación por el siguiente día desaparecían dejando lugar a un sentimiento de esperanza. No era la elevación del alma a Dios lo que le traía aquel consuelo, porque en ella la religión no iba al compás de las plegarias murmuradas a flor de labios, sino más bien la vista del rostro sereno de su madre, vuelto hacia el Trono de Dios con sus ángeles y sus santos, pidiendo la bendición para todos los que amaba. Cuando Ellen hablaba al Cielo, Scarlett estaba segura de que éste la escuchaba.

Ellen terminó y Gerald, que no conseguía jamás encontrar su rosario en el momento de las oraciones, comenzó a contar con los dedos las diez avemarias. Mientras sonaba su voz, los pensamientos de Scarlett empezaron, contra su voluntad, a divagar. Sabía que hubiera debido hacer examen de conciencia; Ellen le había enseñado que al final de cada día era necesario examinar meticulosamente la conciencia, reconocer sus culpas y rogar el perdón del buen Dios, comprometiéndose a no repetirlas más. Pero Scarlett examinaba su propio corazón.

Dejó caer la cabeza sobre sus manos unidas, de manera que su madre no pudiera verle la cara, y su pensamiento volvió tristemente a Ashley. ¿Cómo podía proyectar casarse con Melanie, cuando era a ella a quien amaba? ¿Cómo podía, voluntariamente, destrozarle el corazón?

De repente, una idea cruzó su entendimiento, como una ráfaga de luz.

«¡Pero si Ashley no sabe que le amo!»

Sintió un sobresalto: su mente quedó como paralizada por un momento, durante el cual no pudo respirar.

«¿Cómo va a saberlo? Me he comportado siempre con tanta reserva, que probablemente se imagina que me interesa sólo como amigo. Sí, ¡por esto no me ha hablado! Cree que su amor no es correspondido. Y por eso parece tan...»

Su memoria volvió velozmente a los días en que le había sorprendido mirándola de una manera extraña, cuando los ojos grises que disimulaban tan bien sus pensamientos le aparecían completamente vacíos, con una expresión de tormento y desesperación.

«Estará desesperado porque cree que estoy enamorada de Brent, de Stuart o de Cade. Probablemente ha pensado que, como no puede casarse conmigo, será preferible contentar a su familia casándose con Melanie. Pero si supiese que yo le amo...»

Su espíritu voluble pasó de la más profunda depresión a la felicidad más vibrante. Ésta era la razón del retraimiento de Ashley, de su extraña conducta. ¡Él no sabía! La vanidad de Scarlett acudió en ayuda de su deseo de creer y este deseo se hizo realidad. Si Ashley supiese que ella le amaba...

«¡Oh! —pensó, entusiasmada, apretándose con los dedos la inclinada frente—. ¡Qué tonta he sido en no pensar en esto antes! Tengo que encontrar el modo de hacérselo saber. ¡No se casaría con ella si supiese que le quiero! ¿Cómo iba a ser posible?» Con un estremecimiento, se dio cuenta de que Gerald había terminado su rezo y de que su madre tenía los ojos fijos en ella. Empezó de prisa su decena de rosario, pronunciando las avemarias de un modo automático y con una profunda emoción en la voz, que obligó a Mamita a abrir los ojos y a mirarla de manera inquisitiva. Cuando terminó su decena, y Suellen y después Carreen dijeron la suya, su mente volvió de nuevo al pensamiento de antes.

¡No era demasiado tarde! ¡Cuántas veces el condado se había conmovido porque algún novio o novia, cuando estaba a punto de llegar al altar, rompía su compromiso! ¡La petición de mano de Ashley no había sido anunciada aún! ¡Sí, todavía había tiempo!

De no existir amor entre Ashley y Melanie, sino una promesa hecha algún tiempo atrás, ¿por qué no podría él desligarse de su compromiso y casarse con Scarlett? Seguramente lo haría si supiese que ella le amaba... ¡Debía encontrar la manera de hacérselo saber! Y entonces...

Despertó bruscamente de su sueño feliz al notar que se había descuidado en responder a los rezos y su madre la estaba mirando con aire de reproche. Al incorporarse al ritual, abrió un poco los ojos y miró en torno suyo. Las figuras arrodilladas, la quieta luz de la lámpara, la sombra donde los negros musitaban, hasta los objetos familiares que un rato antes le habían parecido odiosos, adquirieron en un momento el color de sus emociones y la estancia volvió a ser un lugar agradable y acogedor. ¡No olvidaría jamás aquel momento ni aquella escena!

Virgo fidelis —entonó su madre. Empezaba la letanía de la Virgen y Scarlett respondió obediente:

Ora pro nobis —mientras Ellen, con su suave voz de contralto, seguía enumerando los atributos de la Madre de Dios.

Como siempre, desde su infancia, éste era para Scarlett el momento de sentir adoración por Ellen, más aún que por Nuestra Señora.