¡Quinientos marcos! ¿Es que había sobre esta tierra tanto dinero?
Durante un par de minutos se vio a sí mismo convertido en un mastodonte antediluviano de larga trompa, y ya le parecía escuchar la clara voz de un negro, ataviado al estilo de los pregoneros de feria, gritándole a la multitud que exudaba cerveza: «¡Vengan ustedes, zeñorrraz y zeñorrrez, vengan a verrr al monztruo máz grande de ezte ziglo por mizerrablez diez zéntimos!»… Pero enseguida se le presentó también la visión de su querida, queridísima hija rebosante de salud, envuelta ricamente en sedas y tules blancos, con una corona de azahares sobre su cabeza, arrodillada feliz ante el altar… y toda la iglesia brillantemente iluminada… y de la imagen de la Virgen partian rayos luminosos… y… por un instante sintió que se le encogía el corazón: él mismo tenía que mantenerse oculto detrás de una columna, ahora ya no la podría besar nunca, nunca, nunca más, ni siquiera se podía dejar ver,… él, el monstruo más horrible del mundo! ¡Lo único que lograría sería espantar al novio! Y de ahora en adelante tendría que vivir entre las sombras, como los animales que le temen a la luz, y mantenerse bien oculto durante las horas del día. ¡… Pero qué importancia podía tener aquello! ¡Ninguna! ¡Lo que importaba era que su hija recobrara la salud! ¡Y que fuera feliz! ¡Y rica! Ahora estaba como maravillado… ¡Quinientos marcos! ¡Qui-nien-tos mar-cos!…
El empresario, que tomaba el largo silencio del académico como muestra de indecisión, echó mano de todos sus poderes persuasivos: ¡Estimadísimo doctor! ¡Tenga cuidado con lo que hace! ¡Negándose, no hace más que pisotear su propia felicidad! Hasta ahora toda su vida estuvo errada. ¿Y por qué? Usted estuvo llenando su cabeza hasta reventar con un montón de estudios. Estudiar es una estupidez. Míreme a mí: ¿acaso yo estudié? Eso es algo que sólo pueden permitirse los ricos de nacimiento… y ésos no tienen ninguna necesidad de estudiar. El hombre tiene que ser sumiso y tonto —por decirlo de algún modo— entonces la naturaleza le va a tomar cariño. La naturaleza también es muy tonta. ¿O ha visto usted alguna vez que un tonto se haya ido a pique?… Usted debió ser más agradecido y desarrollar mejor los talentos que el destino le colocó en la cuna. ¿Es que nunca se miró en el espejo? Quien tenga su aspecto, incluso ahora, cuando todavía no bebió ni un solo traguito del agua de Ambras, podía haberse edificado una sólida posición trabajando de payaso… ¡Dios, las señales de la madre naturaleza son tan fáciles de entender! ¿O acaso teme que al convertirse en monstruo pierda respetabilidad? Yo sólo puedo asegurarle que toda mi compañía está formada exclusivamente por personas de las mejores familias… Ahí tengo, por ejemplo, a un anciano caballero que nació sin piernas ni brazos. A ése lo presenté una vez a su Majestad la reina de Italia como un bebito belga mutilado por los generales alemanes.
El Dr. Paupersum solamente había llegado a entender las últimas palabras.
—¿Qué disparate está diciendo? —lo increpó; malhumorado—. ¡Primero dice que el lisiado es un caballero anciano y luego pretende haberlo presentado como un bebito belga!
—¡Pero si eso es precisamente lo que le presta encanto a la situación —le contradijo el empresario—; yo afirmo simplemente que envejeció así de rápido después de la impresión que le causó ver como un sargento prusiano devoró a su madre mientras aún estaba viva.
El académico comenzó a sentirse inseguro; el cinismo del otro era desconcertante.
—Está bien, sea. Pero, ante todo, dígame: ¿Cómo piensa presentarme en público mientras me van creciendo la trompa, los pies, etc., etc.?
—¡Más sencillo imposible!… Primero lo escamoteo con un pasaporte falso por la frontera suiza, y de Suiza a París. Allí lo meto en una jaula, y a usted lo único que le queda por hacer es bramar cada cinco minutos como un toro salvaje y comer tres veces por día algunas culebritas (ya verá que puede, la cosa suena mucho peor de lo que es). Por la noche es la función de gala: un turco muestra cómo lo enlazó en las selvas vírgenes de Berlín, y en el cartel de afuera dice: «Garantizamos que este es un académico alemán auténtico (que sería la pura verdad; yo nunca me presto para embustes). ¡El primer ejemplar de su especie que es traído vivo a Francia!»… etc., etc. Por lo demás, estoy seguro que mi amigo d'Annunzio se va a mostrar encantado de redactar el texto, él le va a dar el necesario tono poético, ya verá.
—¿Y qué pasa si entretanto se termina la guerra? —se permitió dudar el académico—. Usted sabe, con esta mala suerte mía…
El empresario sonrió:
—No se preocupe, mi queridísimo doctor: el tiempo en que un francés ponga en duda algo que habla mal de los alemanes no llegará nunca. Ni que pasen mil años.
¿Qué fue eso… un terremoto? No, había sido el camarero que iniciaba el turno de la noche con un preludio musical de copas rotas.
El Dr. Paupersum miró asustado a su alrededor. La diosa invulnerable del sofá había desaparecido y su lugar estaba ocupado ahora por un viejo e incorregible crítico de teatro, que seguramente estaría destrozando in mente una función de estreno que iba a tener lugar la semana entrante; mojaba el dedo índice con la punta de la lengua, luego alzaba con la yema de ese mismo dedo unas migas de pan que habían quedado olvidadas sobre el mantel, se las metía en la boca, las trituraba minuciosamente con sus incisivos y ponía cara de hurón.
El Dr. Paupersum se fue dando cuenta paulatinamente de que se encontraba sentado de espaldas al local y que, según las apariencias, había estado en esa posición durante todo el tiempo; de lo que cabía inferir que las cosas que había presenciado con su vista le habían llegado por medio del enorme espejo que se hallaba frente a él, y en el que ahora se reflejaba su propia cara que lo contemplaba dubitativamente… El hombre de mundo seguía ahí, y estaba comiendo realmente pescado frío —con cuchillo—, pero estaba en el rincón más lejano del local y no aquí sentado a su mesa.
«¿Cómo habré llegado hasta el Stefanie?», se preguntaba el académico.
No podía recordarlo.
Pero poco a poco fue reconstruyendo los detalles: «Esto viene de tanto pasar hambre y de ver a otro comer pescado y beber vino. Mi yo se desdobló por un rato. Es una vieja historia esa del desdoblamiento, y bastante natural por otra parte; en tales casos nos convertimos en espectadores, como en el teatro, y somos al mismo tiempo protagonistas en el escenario. Y los papeles que interpretamos se componen de cosas que hemos leído o escuchado alguna vez y que secretamente… despertaron en nosotros alguna esperanza. ¡Sí, sí, así es, la esperanza suele ser un poeta extremadamente cruel! Nos hace imaginar diálogos de los que creemos estar participando, nos vemos a nosotros mismos realizando determinados gestos… hasta que el mundo exterior, ya totalmente raído gracias a nuestra imaginación, se va plasmando en formas ilusorias. Incluso las frases que nacen en nuestro cerebro ya no son iguales a las que pensamos siempre; surgen acompañadas por observaciones marginales, igual que en las novelas… ¡Qué cosa tan curiosa es el "yo"! Puede llegar a abrirse y separarse como un atado de varillas del que no se hizo más que desatar la cuerda…» y nuevamente el Dr. Paupersum se sorprende a sí mismo murmurando: «¿Cómo habré llegado hasta el Stefanie?».
Un grito de júbilo barrió de pronto toda tribulación:
—¡Pero si he ganado un marco jugando al ajedrez! ¡Un marco entero! Ahora está todo bien: mi niña podrá sanar. Una botella de buen vino y otra de leche, y…
Con salvaje excitación comenzó a revolver en todos sus bolsillos, pero entonces su mirada cayó sobre la franja negra cosida alrededor de una de sus mangas, y la desnuda, atroz realidad estalla en su interior: ¡su hija había muerto ayer por la noche!
Se tomó la cabeza con las manos, ¡sí, sí, estaba muerta! Ahora creía saber cómo llegó al Stefani desde el cementerio, después del entierro. La enterraron esta tarde.
1 comment