(Parando el caballo.) ¡Buenas noches!

AMARGO.-A la paz de Dios.

JINETE. ¿Va usted a Granada?

AMARGO.-A Granada voy.

JINETE.-Pues vamos juntos.

AMARGO.-Eso parece.

JINETE.-¿Por qué no monta en la grupa?

AMARGO.-Porque no me duelen los pies.

JINETE.-Yo vengo de Málaga.

AMARGO.-Bueno.

JINETE.-Allí están mis hermanos.

AMARGO.-(Displicente.) ¿Cuántos?

JINETE.-Son tres. Venden cuchillos. Ese es el negocio.

AMARGO.-De salud les sirve.

JINETE.-De plata y oro.

AMARGO.-De salud les sirva. ser más que cuchillo.

JINETE.-Se equivoca.

AMARGO.-Gracias.

JINETE.-Los cuchillos de oro se van solos al corazón. Los de plata cortan el cuello como una brizna de hierba.

AMARGO. ¿No sirven para partir el pan?

JINETE. – Los hombres parten el pan con las manos.

AMARGO.-¡Es verdad!

(El caballo se inquieta.)

JINETE.-¡Caballo!

AMARGO.-Es la noche.

(El camino ondulante salomoniza la sombra del animal.)

JINETE. ¿Quieres un cuchillo?

AMARGO.-No.

JINETE.-Mira que te lo regalo.

AMARGO.-Pero yo no lo acepto.

JINETE.-No tendrás otra ocasión.

AMARGO. ¿Quién sabe?

JINETE.-Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos. ¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor y allí se paran.

(El AMARGO calla. Su mano derecha se le enfría como si agarrase un pedazo de oro.)

JINETE.-¡Qué hermoso cuchillo!

AMARGO. ¿Vale rnucho?

JINETE.-Pero ¿no quieres éste?

(Saca un cuchillo de oro. La punta brilla como una llama de candil.)

AMARGO.-He dicho que no.

JINETE.-¡Muchacho, súbete conmigo!

AMARGO.-Todavía no estoy cansado.

(El caballo se vuelve a espantar.)

JINETE.-(Tirando de las bridas.) Pero ¡qué caballo éste!

AMARGO.-Es lo oscuro.

(Pausa.)

JINETE.-Como te iba diciendo, en Málaga están mis tres hermanos. ¡Qué manera de vender cuchillos!

En la catedral compraron dos mil para adornar todos los altares y poner una corona a la torre. Muchos barcos escribieron en ellos sus nombres; los pescadores más humildes de la orilla del mar se alumbran de noche con el brillo que despiden sus hojas afiladas.

AMARGO.-¡Es una hermosura!

JINETE. ¿Quién lo puede negar?

(La noche se espesa como un vino de cien años. La serpiente gorda del Sur abre sus ojos en la madrugada y hay en los durmientes un deseo infinito de arrojarse por el balcón a la magia perversa del perfume y la lejanía.)

AMARGO. – Me parece que hemos perdido el camino.

JINETE.-(Parando el caballo.) ¿Sí?

AMARGO.-Con la conversación.

JINETE.-¿No son aquéllas las luces de Granada?

AMARGO.-No sé.

JINETE.-El mundo es muy grande.

AMARGO.-Como que está deshabitado.

JINETE.-Tú lo estás diciendo.

AMARGO.-¡Me da una desesperanza! ¡Ay yayayay!

JINETE.-Porque llegas allí. ¿Qué haces?

AMARGO.-¿Qué hago?

JINETE.-Y si te estás en tu sitio, ¿para qué quieres estar?

AMARGO. ¿Para qué?

JINETE.-Yo monto este caballo y vendo cuchillos, pero si no lo hiciera, ¿qué pasaría?

AMARGO. ¿Qué pasaría?

(Pausa)

JINETE.-Estamos llegando a Granada.

AMARGO. ¿Es posible?

JINETE.-Mira cómo relumbran los miradores.

AMARGO.-Sí, ciertamente.

JINETE.-Ahora no te negarás a montar conmigo.

AMARGO.-Espera un poco.

JINETE.-¡Vamos, sube! Sube de prisa. Es necesario llegar antes de que amanezca… Y tome este cuchillo. ¡Te lo regalo!

AMARGO.-¡Ay yayayay!

(El JINETE ayuda al AMARGO. Los dos emprenden el camino de Granada. La sierra del fondo se cubre de cicutas y de ortigas.)

CANCIÓN DE LA MADRE

DEL AMARGO

Lo llevan puesto en mi sábana,

mis adelfas y mi palma.

Día veintisiete de agosto

con un cuchillito de oro.

La cruz. ¡Y vamos andando!

Era moreno y amargo.

Vecinas, dadme una jarra

de azófar con limonada.

La cruz.