Segunda ventana a la izquierda. Después del oscurecer. G.»
Eso está bastante claro. Creo que después de desayunar debemos hacer una pequeña exploración del barrio de la señora Warren. Ah, señora Warren, ¿qué noticias nos trae esta mañana?
Nuestra clienta había irrumpido en el cuarto con una energía explosiva, que prometía algún acontecimiento nuevo e importante.
– ¡Es cosa para la policía, señor Holmes! –exclamó–. ¡No quiero saber nada más de esto! Que se marche con su equipaje. Iba a subir a decírselo sin más, sólo que pensé que era mejor pedir primero su opinión. Pero mi paciencia ha llegado a su límite, y cuando se llega a golpear al marido de una…
– ¿Golpear al señor Warren?
– En todo caso, tratarle mal.
– Pero ¿quién le ha tratado mal?
– ¡Ah! ¡Eso es lo que queremos saber! Fue esta mañana, señor Holmes. Mi marido es cronometrador en Morton y Waylight’s, en Tottenham Court Road.
Tiene que salir de casa antes de las siete. Pues bien, esta mañana, no había dado diez pasos en la calle cuando dos hombres le fueron por detrás, le echaron un abrigo por la cabeza y le metieron en un coche de punto que estaba junto a la acera. Le llevaron una hora en el coche, y luego abrieron la puerta y le arrojaron fuera.
Se quedó en la calzada tan trastornado que no vio qué se hacía del coche.
Cuando pudo dominarse, se dio cuenta de que estaba en Hampstead Heath; así que tomó un ómnibus hasta casa y ahí está, tumbado en el sofá, mientras yovenía en seguida a contarle lo que ha pasado.
– Muy interesante –dijo Holmes–. ¿Observó el aspecto de esos hombres?, ¿les oyó hablar?
– No, está aturdido. Sólo sabe que le arrebataron como por arte de magia y le dejaron caer del mismo modo. Había por lo menos dos en el asunto, o quizá tres.
– ¿Y usted relaciona este ataque con su huésped?
– Bueno, llevamos viviendo ahí quince años y nunca nos ha pasado tal cosa. Ya estoy harta de él. El dinero no lo es todo. Le haré salir de mi casa antes que termine el día.
– Espere un poco, señora Warren. No se precipite. Empiezo a creer que este asunto puede ser mucho más importante de lo que parecía a simple vista. Ahora está claro que algún peligro amenaza a su huésped. Está igualmente claro que sus enemigos, acechando en su espera junto a su puerta, le confundieron con su marido en la luz neblinosa de la mañana. Al descubrir su error, le soltaron. Qué habrían hecho si no hubiera sido un error, sólo podemos hacer conjeturas.
– ¿Qué tengo que hacer, señor Holmes?
– Tengo muchas ganas de ver a ese huésped suyo, señora Warren.
– No veo cómo pueda conseguirlo, a no ser que eche abajo la puerta. Siempre le oigo quitar la llave mientras bajo la escalera después de dejar la bandeja.
– Tiene que meter la bandeja. Sin duda podríamos ocultarnos y verle actuar.
– Bueno, señor, enfrente está el cuarto de los baúles. Podría poner un espejo, quizá, y si usted estuviera detrás de la puerta…

– ¡Excelente! –dijo Holmes–. ¿A qué hora almuerza?
– Hacia la una, señor Holmes.
– Entonces, el doctor Watson y yo nos daremos una vuelta. Por el momento, señora Warren, adiós.
A las doce y media estábamos en la entrada de la casa de la señora Warren, un edificio alto, estrecho, de ladrillo amarillo, en Great Orme Street, estrecho pasadizo al nordeste del British Museum. Como queda cerca de la esquina de la calle, domina Howe Street, con sus casas más pretenciosas. Holmes señaló con una risita una de ellas, una serie de pisos residenciales, que se destacaba tanto que no podía menos de llamar la atención.
– ¡Vea, Watson! –dijo–.
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