Supongo que cuando usted se doctoró se encontró estudiando casos sin pensar en los honorarios, ¿no?

– Para mi educación, Holmes.

– La educación no se termina nunca, Watson. Es una serie de lecciones, de las cuales las más instructivas son las últimas. Este es un caso instructivo. No hay en él dinero ni prestigio, y sin embargo a uno le gustaría ponerlo en claro. Cuando anochezca nos deberíamos hallar en una etapa más avanzada de nuestra investigación.

Cuando volvimos a casa de la señora Warren, la oscuridad de un anochecer invernal de Londres se había espesado en una cortina gris, en una muerta monotonía de color, rota sólo por los nítidos cuadrados amarillos de las ventanas y los halos borrosos de los faroles de gas. Atisbando desde el salón oscurecido de la pensión, otra pálida luz brilló, alta, en la oscuridad.


– Alguien se mueve en ese cuarto –dijo Holmes, en un susurro, con su cara macilenta y ansiosa tendida hacia el cristal

–. Sí, veo su sombra. ¡Ahí está otra vez! Tiene una vela en la mano. Ahora escudriña al otro lado. Quiere estar seguro de que ella está alerta. Ahora empieza a destellar. Tome el mensaje usted también, Watson, que lo confrontaremos uno con otro. 

Un único destello, eso es A, sin duda. 

Bueno, ahora. ¿Cuántos ha contado? Veinte. Yo también. Seguro que ése es el comienzo de otra palabra. 

Ahora –TENTA. Se acabó. ¿Puede ser eso todo, Watson? ATTENTA no tiene sentido. Ni vale en tres palabras: AT-TEN-TA. 

¡Ahí va otra vez! ¿Qué es eso? ATTE… vaya, el mismo mensaje otra vez. ¡Curioso, Watson, muy curioso! 

Ahora empieza otra vez: AT… vaya, lo repite por tercera vez. ¡ATTENTA tres veces! 

¿Cuántas veces lo va a repetir? No, parece que sea el final. Se ha retirado de la ventana. ¿Qué piensa de eso, Watson?

– Un mensaje en cifra, Holmes.

Mi compañero lanzó una súbita risa de comprensión.

– Y no es una cifra muy difícil, Watson –dijo–. ¡Vaya, claro, es italiano! El mensaje va dirigido a una mujer ¡Atenta! ¡Ten cuidado! ¿Qué tal, Watson?

– Creo que ha acertado.

– Sin duda. Es un mensaje muy urgente, repetido tres veces para hacerlo aún más apremiante; ¿atenta a qué? Espere un poco; otra vez vuelve a la ventana.

Al renovarse las señales, vimos otra vez la vaga silueta de un hombre acurrucado y el fulgor de la pequeña llama por la ventana. Eran más frecuentes que antes; tanto que era difícil seguirlas.

– PERICOLO. ¿Eh, qué es eso, Watson? Peligro, ¿verdad? Sí, es una señal de peligro. Ahí va otra vez. Hola, qué demonios pasa…

La luz se había extinguido de repente, había desaparecido el cuadrado luminoso de la ventana y el tercer piso formaba una banda oscura en torno al alto edificio, con sus filas de ventanas brillantes.

El último grito de aviso había quedado cortado de pronto. ¿Cómo, y por quién? En el mismo instante se nos ocurrió la misma idea. Holmes se levantó de un salto del lugar donde estaba acurrucado, junto a la ventana.

– Esto es serio, Watson –exclamó–.