¡Quiénes deseen acompañar al señor Blake, que se acerquen a su equipaje!

Los hombres dudaron por espacio de unos segundos, y entonces algunos de ellos se acercaron en silencio a los fardos de Blake. Los demás hombres no tardaron en seguirlos cuando comprendieron cuál era el significado de las palabras de Stimbol, hasta que todos los hombres se distribuyeron alrededor del equipaje de Blake. Stimbol, que reía y agitaba la cabeza, se volvió hacia Blake.

—¡Cáspita! —exclamó—. ¿Habías visto alguna vez semejante pandilla de idiotas? ¡Nadie podía haberse explicado con tanta simpleza como yo, y míralos! ¡Ninguno parece haberme entendido!

—¿Estás seguro, Stimbol? —preguntó Blake.

El interpelado tardó en percibir la insinuación que había en aquella pregunta. Al hacerlo, frunció el ceño.

—No seas idiota —espetó—. Seguro que no me han entendido. —Se volvió hacia los hombres enfadado, y les gritó—: ¡Estúpidos negros idiotas! ¿Acaso no entendéis nada? —preguntó—. No os he ordenado a todos que acompañéis al señor Blake, sólo quienes quieran ir. Ahora el resto de vosotros, los que quieran acompañarme a mí, volved aquí junto a mis cosas, ¡y rápido!

Nadie movió un solo dedo para acercarse a las mochilas de Stimbol, que no tardó en sonrojarse como un tomate.

—¡Esto es un motín! —exclamó—. Sea quien sea el que haya organizado todo esto, que sepa que va a sufrir de lo lindo. ¡Tú, ven aquí! —Se acercó a uno de los cabecillas, a quien preguntó—: ¿Quién diablos ha engañado a tu gente? ¿Ha sido el señor Blake el que te ha ordenado hacerlo?

—No seas estúpido, Stimbol —protestó Blake—. Nadie ha tratado de convencer a los hombres de nada, y aquí no hay motín que valga. Este plan era tuyo, y los hombres se han limitado a hacer lo que tú has ordenado. De no ser por tu insufrible egocentrismo, habrías supuesto cuál sería el desenlace de lo que planeabas hacer. Estos negros son seres humanos; en ciertos aspectos son seres humanos dotados de una increíble sensibilidad, y en otros, en cambio, son como niños. Si los golpeas, los maldices, los insultas, te temerán y te odiarán. Tú les has hecho todas esas cosas, por tanto te temen y te odian. En este momento no haces más que recoger los frutos de todo lo que has cosechado. Quiera Dios que aprendas la lección. Sólo hay una forma de conseguirte algunos hombres, pero tendrás que ofrecerles un buen pellizco. ¿Estás dispuesto a hacerlo?

A Stimbol, a quien por fin le flaqueaba la confianza en sí mismo, le cambió la cara al darse cuenta de que Blake tenía razón. Durante un momento se limitó a mirar a su alrededor como un niño asustado. Los negros, cuyos rostros delataban su malhumor, se irguieron como bestias heridas contemplándole fijamente. En ninguno de aquellos ojos, oscuros como la noche, encontró el menor atisbo de simpatía. Finalmente se volvió hacia Blake.

—Mira a ver si puedes convencerlos —se limitó a decir.

Blake se dirigió a los hombres:

—Es necesario que la mitad de vosotros acompañéis al señor Stimbol de regreso a la costa —dijo—. Pagará el doble de la paga a quienes le acompañen, siempre y cuando le Sir váis con lealtad. Habladlo entre vosotros y que vuestro cabecilla nos informe del resultado. Eso es todo; podéis iros.

Los dos hombres blancos pasaron el resto de la tarde en el interior de sus respectivas tiendas. Los negros se reunieron en grupos y susurraron. Blake y Stimbol no volvieron a verse hasta que, después de cenar, ambos salieron de las tiendas, pipa en mano, para escuchar las palabras de los cabecillas.