En aquel momento la vio muy claramente. Era un copo de nieve que caía del cielo solitario, en pleno día de verano. Pero al cabo de un instante esta definición ya no valía —tal vez fuera sencillamente una buena chica—; el tiempo pasó aprisa y un día le sorprendió la terrible noticia que a Tonka no le quedaban ya muchos días de vida. Se reprochó duramente a sí mismo por la imprudencia de no haberla cuidado suficientemente bien, pero como estos reproches no se los ocultó a Tonka, ella le contó un sueño que había tenido una de las últimas noches; pues ella también soñaba.
Durmiendo, dijo, sabía que me moriría pronto y no lo puedo comprender, pero: estaba muy contenta. Tuve en la mano un cucurucho de cerezas; entonces pensé: ¡Pase lo que pase, te las comes rápidamente antes de que sea tarde!...
Y al día siguiente ya no le dejaron ver a Tonka.
XIV
Se dijo a sí mismo: tal vez Tonka no haya sido tan buena como yo me la imaginaba; pero en esto mismo se manifestó el carácter misterioso de la bondad de Tonka, que hubiera podido ser propia, tal vez, también de un perro.
Fue dominado por un dolor que le arrasó, seco como un huracán. No te dejan escribirle más, no te dejan verla más, le dijo con un bramido al doblar las esquinas de su firmeza. Pero estaré contigo como Nuestro Señor, se consoló, sin poder imaginarse nada al pensarlo. A menudo hubiera querido gritar y sólo gritar: ¡Ayúdame, ayúdame tú! ¡Aquí me tienes arrodillado delante tuyo!
Se dijo a sí mismo tristemente: ¡Imagínate que un hombre con un perro anda solo por la montaña de las estrellas, por el mar de las estrellas! —y le atormentaron unas lágrimas que se volvieron tan grandes como el globo celeste y que no pudieron caer de sus ojos.
Entonces siguió soñando despierto los sueños de Tonka.
Algún día cuando Tonka haya perdido toda la esperanza, él de repente volverá a entrar y allá lo tendrá de nuevo. Vestido con su gabardina inglesa de anchos cuadros marrones. Cuando lo desabroche, debajo se verá desnudo su cuerpo flaco y blando, llevando una cadenita de oro de la cual penderán colgantes que sonarán al rozarse. Y todo habrá sido como un solo día, de esto estaba muy segura. Él anhelaba tanto a Tonka como ella lo había anhelado a él. ¡Oh, ella nunca fue concupiscente! No la atraía ningún hombre; prefiere, cuando uno la corteja, poder señalar con un pesimismo algo torpe la fragilidad de semejantes relaciones. Y cuando por las tardes vuelve de la tienda, está totalmente absorta por los sucesos ruidosos, divertidos o fastidiosos; le zumban los oídos, la lengua le sigue hablando en silencio; no cabe ni el recuerdo más remoto de un hombre extraño. Pero siente que aquello no la llena del todo y que, además, es también una gran persona, generosa y bondadosa; no es ninguna dependiente en este aspecto, sino de su misma clase social, y merece un gran destino. Por ello también creía tener un cierto derecho a él, a pesar de todas las diferencias; no entendía nada de lo que él hacía, tampoco le importaba, pero como en el fondo era bueno, le pertenecía a ella; ya que también ella era buena y en alguna parte tenía que estar el palacio de la bondad donde vivirían juntos y no se separarían jamás.
¿Pero qué era esa bondad? Ninguna actividad. Ninguna cosa existente. Un reflejo que se distingue cuando se abre la gabardina. Y el tiempo pasó demasiado de prisa. Él se adhirió a la realidad y aún no había pronunciado convencido el pensamiento de ¡Yo creo en ti!, sino que siguió diciendo: ¿y aunque todo fuera así, quién lo podría saber? Lo siguió diciendo cuando Tonka ya estaba muerta.
XV
Le había dado dinero a la enfermera y ella se lo había contado todo. Tonka le había mandado un saludo.
Entonces se acordó incidentalmente, como de una poesía a cuyo ritmo uno mece la cabeza, de que no era Tonka con quien había vivido, sino que algo le había llamado.
Repitió esta frase, y con ella se encontró en la calle. El mundo le rodeaba. Comprendió que había sufrido un cambio y que aún cambiaría, y sin embargo era él mismo, lo que no era verdaderamente ningún mérito de Tonka. La tensión de las semanas pasadas, la tensión de su invento, entiéndase bien, había cesado, lo tenía hecho. Él estaba a la luz y ella, bajo la tierra, pero lo que sintió en resumen fue el gozo de la luz. Sólo que al mirar a su alrededor, de repente se encontró con la cara llorosa de uno de los muchos niños que le rodeaban; el sol le dio de pleno y se retorcía como un gusano asqueroso; entonces el recuerdo le gritó: ¡Tonka! ¡Tonka!
La sintió desde los pies hasta la cabeza, sintió la vida entera de ella. Todo lo que no había sabido nunca lo vio muy claro en aquel momento, cayó la venda de sus ojos; por un breve instante, ya que en seguida le pareció haberse acordado sólo de algo efímero. Desde entonces iba acordándose de muchas cosas que hicieron que fuera algo mejor que los demás, ya que en una vida brillante se había posado una pequeña y cálida sombra.
A Tonka ya no le sirvió de nada. Pero a él le ayudó. Aunque la vida humana transcurra demasiado de prisa como para poder distinguir bien todas sus llamadas y acertar en las respuestas.
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