Tras usar el cuento para limpiarse, Bloom se arregla y sale a la calle, pensando en el entierro, presagiado por las campanas de una iglesia cercana: ¡Ay-oh!

TÉCNICA: Presentación objetiva alternada con la palabra interior en la mente de Leopold Bloom.

REFERENCIA HOMÉRICA: Calypso (la ninfa que retuvo siete años a Ulises, hasta que Mercurio incitó a éste a seguir su viaje de regreso a Ítaca. Como se ve, la referencia es apenas un lejano chiste).

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De 9 a 10 de la mañana. El señor Bloom sale flaneando por las calles, periódico en mano, con tiempo de sobra por delante —no va a hacer nada especial hasta el entierro, que es a las 11. El día es soleado y moderadamente caluroso: el té en un escaparate le hace pensar en la indolencia de la vida tropical, imagen que se disuelve en la corriente de otras que se van presentando en su paseo. En la lista de correos de una estafeta, con su tarjeta seudónima Henry Flower (Flower/Bloom), recoge una carta de una que firma Martha, con la que ha entablado un carteo mediante un anuncio en el periódico, escarceo platónico que no desea llevar más allá. Con la carta en el bolsillo, y notando con los dedos que lleva algo sujeto al papel —será una flor prendida con un alfiler— sale a la calle y encuentra a un amigo charlatán, a quien ha de explicar que va de luto para el entierro de un común amigo, Dignam, mientras intenta observar a una atractiva señora a lo lejos: un inoportuno tranvía le priva de un atisbo de sus pantorrillas. Liberado de su amigo, que en vano intenta hacerse prestar una maleta con pretexto de una gira de conciertos de su mujer —igual que la de Bloom—, y después de haber observado en el periódico un anuncio de carne en conserva que se hará leitmotiv en el resto del libro, Bloom sigue andando. Los carteles de un Hamlet le llevan a pensar en su padre, suicida, entre otras muchas imágenes. Al fin, en una calle solitaria, abre la carta, con su flor: Martha desea conocerle en persona —hay un error mecanográfico que se hará leitmotiv: «no me gusta el otro mundo», world en vez de word «palabra». Roto el sobre —con reflexiones sobre cheques rotos y ganancias de cerveceros— el señor Bloom se siente atraído por el fresquito que emana de una iglesia católica, donde entra: están dando la comunión. La mente de Bloom revolotea sobre la ceremonia, a la vez como experto en el lenguaje de la liturgia y la teología —por ser antiguo alumno de colegio religioso— y fríamente remoto en cuanto al sentido de lo que ve. En todo caso, la eficacia de la organización eclesiástica le admira, como agente de publicidad. Piensa en el organista y en las actuaciones de su mujer Molly cantando en la iglesia: recuerda entonces que ella le ha encargado una loción. Por haber olvidado la receta, Bloom hace que el farmacéutico la encuentre en sus libros, y, al dejarla encargada, compra un jabón de limón con ánimo de ir a un establecimiento de baños. De camino a éste, encuentra a su amigo Bantam Lyons, que le pide prestado el periódico para ver las perspectivas de las carreras de caballos de esa tarde. Bloom se lo da, repitiendo que iba a tirarlo «por ahí», lo que Lyons entiende como consejo a favor de un caballo llamado Por Ahí —que, en efecto, ganará inesperadamente, con las apuestas a veinte a uno en su contra. Y Bloom se aleja hacia los baños, episodio —de 10 a 11— que no se cuenta en el libro: posteriormente, a través de los recuerdos de Bloom, se entrevé que releyó la carta de Martha sumergido en el agua del baño y se sintió inclinado a experimentar el onanismo acuático, pero no lo hizo —por fortuna, dirá en [13].

TÉCNICA: Predominantemente, palabra interior.

REFERENCIA HOMÉRICA: muy vaga, los Lotófagos (comedores de la flor del olvido).

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De 11 a 12. Entierro de Paddy Dignam. Bloom entra en un coche —de caballos, claro, estamos en 1904— con Simon Dedalus, padre de Stephen, y otros dos caballeros, Jack Power y Martin Cunningham, los que le tratarán con sutil distanciamiento, como judío que es —su matrimonio con la famosa y admirada Molly tampoco le prestigia mucho. Bloom va reflexionando pasivamente sobre la mortalidad humana y sobre lo que ve desde el coche —señala al señor Dedalus el paso de su hijo Stephen, que le hace sentir la falta de su propio hijito Rudy, muerto aún de pocos días. Los ocupantes del coche conversan divagatoriamente. De pronto, Bloom ve pasar al elegante Blazes Boylan: con dolor piensa que esa tarde visitará a su mujer Molly. Sobre ésta, y sus proyectados conciertos, le preguntan cortésmente a Bloom sus acompañantes. Ven luego a cierto prestamista, Reuben J. Dodd, y se cuenta una cómica historia sobre su tacañería: dio dos chelines al que salvó la vida a su hijo. Pero las risas son reprimidas por el recuerdo del difunto. Otras visiones distraen a Bloom: así, un ganado para exportar, que le sugiere la conveniencia de una línea tranviaria al puerto —y quizá, tranvías para entierros. Piensa también si hacer un viaje a ver a su hija —pero no sin avisar. Se habla también del lugar de un famoso crimen. Al fin, llegan al cementerio: a través de la mente de Bloom se siguen todos los detalles, mezclados con los comentarios de los demás.