Ninguna de ellas conocía al llamado Ernest.

Así pues, cualquier pista que se seguía para salir de las tinieblas hacía caer en otras tinieblas, en otros enigmas.

El señor Gerbois no tenía fuerzas para sostener una batalla que comenzaba de forma tan desastrosa para él. Inconsolable desde la desaparición de su hija, roído por los remordimientos, capituló.

Un pequeño anuncio aparecido en el Echo de París, que todo el mundo comentó, confirmó su sumisión pura y simple, sin reserva mental.

Era la victoria, la guerra terminada en cuatro veces veinticuatro horas.

Dos días después, el señor Gerbois atravesaba el patio del Crédit Foncier. Llevado ante el administrador, alargó el número 514, serie 23. El administrador tuvo un sobresalto.

–¡Ah! ¿Ya lo consiguió? ¿Se lo han devuelto?

–Se había extraviado. Aquí está -respondió el señor Gerbois.

–Sin embargo, usted pretendía que… El número ha sido objeto de…

–Todos fueron cuentos y mentiras.

–De todas formas, necesitaremos un documento que lo acredite.

–¿Basta con la carta del comandante?

–Claro que sí.

–Aquí la tiene usted.

–Perfectamente. Sírvase dejar estos documentos en depósito. Nos conceden quince días para comprobación. Le avisaré cuándo puede presentarse a cobrar en caja. De aquí a entonces, señor, creo que le interesa no decir nada a nadie, y que se termine este asunto en el silencio más absoluto.

–Ésa es mi intención.

El señor Gerbois no habló; el gobernador tampoco. Pero existen secretos que se revelan sin que se cometa ninguna indiscreción, y enseguida se supo que Arsenio Lupin había tenido la audacia de devolver el número 514, serie 23, al señor Gerbois. La noticia fue acogida con estupefacta admiración. ¡Decididamente era buen jugador el que arrojaba sobre la mesa un triunfo de tanta importancia como el preciado billete! Claro que se había desprendido de él a sabiendas y a cambio de una carta que establecía el equilibrio. Pero ¿y si se escapaba la joven? ¿Y si lograban encontrar al rehén que él retenía?

La Policía se dio cuenta del punto débil del enemigo y redobló sus esfuerzos. Arsenio Lupin, desarmado, despojado por sí mismo, preso en el engranaje de sus combinaciones, sin tocar un céntimo del millón codiciado… De golpe, los que se reían se pasarían al otro campo.

Pero era preciso encontrar a Suzanne. ¡Y no la encontraban y, lo que era peor, no se escapaba!

Así pues, Arsenio Lupin gana la primera partida. Pero lo más difícil está por hacer. La señorita Gerbois se halla en sus manos, tengámoslo en cuenta, y no la devolverá sino mediante la entrega de quinientos mil francos. Pero ¿dónde y cómo se realizará el cambio? Para que este cambio tenga lugar es preciso que haya una cita, y entonces, ¿quién le impide al señor Gerbois avisar a la Policía y así recobrar a su hija sin soltar un céntimo?

Entrevistaron al profesor. Muy abatido, deseoso de guardar silencio, permaneció impenetrable.

–No tengo nada que decir. Espero.

–¿Y la señorita Gerbois?

–La búsqueda continúa.

–Pero ¿Arsenio Lupin le ha escrito?

–No.

–¿Lo jura?

–No.

–Entonces es que sí. ¿Cuáles son sus instrucciones?

–No tengo nada que decir.

Asediaron al señor Detinan. La misma discreción.

–El señor Lupin es mi cliente -respondió con afectada gravedad-. Han de comprender que observe la más absoluta reserva.

Todos estos misterios irritaban a la galería. Evidentemente se tramaban planes en la sombra. Arsenio Lupin disponía y apretaba las mallas de sus redes, mientras que la Policía organizaba alrededor del señor Gerbois una vigilancia diurna y nocturna. Y se estudiaban los tres únicos desenlaces posibles: la detención, el triunfo o el fracaso ridículo y lamentable.

Pero sucedió que la curiosidad del público no iba a ser satisfecha sino de forma parcial, y es aquí, en estas páginas, donde por primera vez se revela la verdad exacta.

El martes, 12 de marzo, el señor Gerbois recibió, bajo sobre de apariencia vulgar, un aviso del Crédit Foncier.

El jueves, a la una, cogía el tren para París. A las dos, le pagaron los mil billetes de mil francos.

Mientras los contaba, uno a uno, temblando…, ¿no era este dinero el rescate de Suzanne?…, dos hombres se encontraban en un auto detenido a cierta distancia de la puerta principal del Crédit. Uno de ellos tenía cabellos grises y un rostro enérgico que contrastaba con sus ropas y sus modales de empleado modesto. Se trataba del inspector general Ganimard, el viejo Ganimard, enemigo implacable de Lupin. Y Ganimard le decía al sargento Folefant:

–Ya no tardará… Antes de cinco minutos volveremos a ver a nuestro hombre.