No se olvide que, en el primitivo plan de Nietzsche, Así habló Zaratustra concluía con ella. Como puede suponerse, su tema central es lo que quedó inexpresado al final de la segunda: el pensamiento del eterno retorno, que Zaratustra «no quiso» decir. También ahora duda en proponerlo. «Esta idea es más bien aludida que realmente desarrollada. Nietzsche tiene casi miedo de expresarla. El centro de su pensamiento rehúye la palabra. Es un saber secreto. Nietzsche titubea y levanta siempre nuevas vallas en torno a su secreto, pues en su intuición suprema es donde más atrás queda por debajo del concepto. El misterio de su idea fundamental queda envuelto, para él mismo, en las sombras de lo inquietante. Tal vez se salga así por vez primera de la senda de la metafísica y se encuentre sin camino alguno, perdido en una nueva dimensión» (E. Fink).
Zaratustra se embarca y durante la travesía narra a los marineros un sueño que acaba de tener: el apartado correspondiente se titula «De la visión y del enigma». Y sin duda no es posible resumir más concentradamente el núcleo de esta obra que diciendo: Así habló Zaratustra es «la visión de un enigma». Visión, por la inmediatez con que se presenta, por el espanto que produce. Enigma, porque permanece en lo inexpresado. Y de ese espanto, que es como una culebra atravesada en la garganta, el hombre sólo puede librarse mordiendo y arrancando la cabeza de la serpiente, y arrojándola lejos. Entonces ríe. «Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió». Los intermedios líricos son frecuentes en esta tercera parte, alcanzando cumbres altísimas, como en el titulado «Antes de la salida del sol». Pero el pensamiento del eterno retorno vuelve a aflorar una y otra vez, y llega a su más detallada expresión en los apartados «Del espíritu de la pesadez» y «El convaleciente». Concluye esta tercera parte con el comentario de la canción de amor al dolor, esencia del mundo, que volverá a aparecer al final de la última parte.
¡Oh hombre! ¡Presta atención!
¿Qué dice la profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía, -
De un profundo soñar me he despertado: -
El mundo es profundo
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
Profundo es su dolor -,
El placer - es más profundo aún que el sufrimiento:
El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad -,
-¡Quiere profunda, profunda eternidad!»
Muchos años y muchas lunas han pasado sobre el alma de Zaratustra cuando comienza la cuarta parte. De nuevo está retira- do en su caverna, y sus cabellos se han vuelto blancos. Entonces decide hacer una extraña pesca: pescar hombres en las altas montañas. Atraídos por el canto de su felicidad, a él acuden los «hombres superiores». Zaratustra oye un grito de socorro, y su última tentación se acerca hasta él. Esta última tentación, la que podría inducirle a su último pecado, es la compasión por estos hombres superiores. Uno a uno van apareciendo en los dominios de Zaratustra el adivino, los reyes que han abandonado el trono, el concienzudo del espíritu, el mago, el papa jubilado, el más feo de los hombres, el mendigo voluntario, el viajero y sombra. Zara- lustra les saluda y celebra con ellos «la Cena». Y, más tarde, «la fiesta del asno». Pero no es a aquellos hombres superiores a quienes Zaratustra aguarda en sus montañas. Él espera su signo, y éste llega: el león riente y la bandada de palomas.
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