No obstante, no olvidaré el libro. Adiós, amigo, pronto volveremos a yernos -y la señorita Celia se alejo velozmente como si le corriera mucha prisa.

–Si tuviera un vestido rojo y una pluma blanca sería tan bonita como Melia. Es tan buena y monta tan bien como ella. ¿Adonde irá? ¡Ojalá vuelva pronto!… -pensó Ben que no aparto la mirada hasta que la última onda del vestido azul se perdió en un recodo del camino. Entonces regreso a sus quehaceres sin apartar la cabeza del libro prometido, deteniéndose de tanto en tanto para hacer sonar las dos monedas de plata que ya tenía junto con la nueva y pensando qué podría comprar con una suma tan enorme.

Entretanto, Bab y Betty habían tenido un día muy agitado: cuando al mediodía regresaron a su casa, encontraron allí a la hermosa dama, quien les hablo como si fuese una vieja amiga. Les hizo dar una vuelta a caballo, y cuando las niñas regresaron al colegio les dio un beso a cada una. Por la tarde la dama había partido, mas hallaron en. cambio la vieja casona abierta y a la madre barriendo, limpiando y ventilando las habitaciones con gran animación. Ellas se divirtieron mucho saltando sobre las camas de pluma, sacudiendo alfombras, abriendo cajones y corriendo desde la bohardilla a la despensa como un par de gatitos traviesos.

Así las encontró Ben, a quien abrumaron con las novedades, las cuales excitaron al muchacho tanto como a ellas: la señorita Celia era la dueña de la casa, vendría a vivir allí y había que poner todo en orden lo antes posible. Cada uno entrevía una hermosa perspectiva: la señora Moss, para quien la vida había sido muy triste durante ese año en que tuvo a su cargo la vieja casa; las pequeñas, quienes habían oído rumores de que enviarían muchos animales, y Ben, que al saber que vendrían un niño y un burro. resolvió que solo la presencia de su padre lo arrancaría de aquel lugar que comenzaba a tornarse realmente interesante.

–Tengo muchas ganas de ver y oír gritar a los pavos reales. Ella dijo que gritan y que reiremos cuando el viejo Jack rebuzne -exclamó Bab saltando sobre un pie sin poder dominar su impaciencia.

–¿El "faeton" es algún pájaro? Dijo que lo guardarían en la cochera -comentó Betty en tono de interrogación.

–Es un carruaje -explico Ben haciendo unas cabriolas y divertido por la ignorancia de Betty.

–Eso es. Lo busqué en el diccionario. Pero no se dice Phaeton[1] aunque se escriba con p -agregó Bab a quien le gustaba aprovechar cualquier ocasión para formular una regla, sin confesar, por supuesto, que se había roto la cabeza buscando la palabra en la f hasta que una compañera le enseñó cómo se escribía.

–No serás tú quien me dé lecciones a mí sobre clases de carruajes. Además, lo que ahora me interesa sabes es donde pondrán a Lita -exclamó Ben.

–La dejarán en las caballerizas del alcalde hasta que todo esté en orden. Luego tú la traerás aquí. Él mismo vino a decírselo a mamá, asegurándole que podía confiarse en ti, pues ya te habían probado.

Ben no contestó, pero secretamente agradeció a su buena estrella que le hubiese detenido cuando estaba a punto de huir, con lo cual habrá perdido, por desagradecido, todas aquellas nuevas alegrías.

–¡Qué hermoso será ver la casa siempre abierta!… Podremos entrar, ver los cuadros y los libros cuantas veces queramos. Sé que podremos hacerlo porque la señorita Celia es muy buena -comenzó a decir Betty, quien prefería esas cosas a los pavos reales o a los burros.

–Tendrás que aguardar a que te inviten -indicó su madre cerrando detrás de ellas la puerta principal-. Es mejor que recojan los juguetes; a ella no le gustará verlos desparramados por el patio. Ben, si no estás muy cansado podrías pasar el rastrillo mientras yo cierro las persianas. Quiero que todo esté limpio y en orden.

Las pequeñas exhalaron gritos de aflicción y observaron con tristeza el querido "porch", las vueltas de la avenida por donde ellas acostumbraban a correr "mientras el viento silbaba en sus cabellos", como decían los libros de cuentos.

–¿Qué haremos? En el altillo hace calor, el cobertizo es muy pequeño y el patio está siempre lleno de ropas y gallinas. Tendremos que guardar nuestras cosas y no volver a jugar e lamento Bab, trágicamente.

–Quizá Ben pueda construirnos una casita en la huerta -sugirió Betty, quien creía firmemente que Ben era capaz de hacer cualquier cosa.

–No tendrá tiempo. A los muchachos no les gusta hacer casas para las muñecas -rezongo Bab con gesto desconsolado terminando de recoger sus efectos y sus bienes que quedaban sin hogar.

–Ya verás cuán poco nos importará todo esto cuando lleguen cosas nuevas -exclamó alegremente la pequeña Betty quien descubría un rayo de sol en medio de las nubes más negras.

CAPÍTULO 8

Como Ben no se hallaba muy cansado, comenzó la limpieza esa misma noche. Y su premura no era exagerada, ya que dentro de uno o dos días iban a llegar las cosas, para felicidad de las niñas, quienes consideraban que una mudanza era uno de los juegos más divertidos. El faetón fue lo primero que llegó, y Ben dedico todos sus momentos libres a admirarlo al mismo tiempo que, con secreta envidia, pensaba quién sería el muchacho que ocuparía el pequeño asiento trasero:, y decidió que, cuando fuera rico, viajaría en un carruaje igual que aquél y llevaría a dar-una vuelta en él a cuanto muchacho encontrase en el camino.

Luego llego la parte del mobiliario, y las niñas lanzaron exclamaciones de admiración al ver el piano, algunas sillas pequeñas y una mesa baja a la que consideraron adecuada para sus juegos. Después trajeron los animales, y éstos causaron un gran revuelo en el vecindario; pues los pavos reales eran desconocidos allí, el burro con sus rebuznos inquieto a los demás animales y despertó la hilaridad de la gente, los conejos se escapaban continuamente de sus cuevas, construidas en el jardín y Chevalita escandalizo al viejo Duke con sus paseos por el establo del que éste había sido único morador durante muchos años.

Finalmente, llegaron la señorita Celia, su joven hermano y dos criadas, pero era ya tan tarde, que solo la señora Moss acudió para ayudarlos a instalarse. Los niños se consideraron defraudados, pero los conformaron asegurándoles que irían por la mañana a saludar a los recién llegados.

Se levantaron muy temprano, pero tanta impaciencia tenían, que la señora Moss los dejó salir aunque advirtiéndoles que solo hallarían levantadas a las criadas. Se equivocaba, sin embargo, pues cuando la procesión se acercaba a la casa, una voz les gritó.

–¡Buenos días, pequeños vecinos!…

Y el saludo llegó tan inesperadamente, que Bab estuvo a punto de derramar la leche, Betty dio un respingo tal que los huevos acabados de recoger casi se le caen del plato donde los tenía en tanto que la cara de Ben, que asomaba sobre el atado de alfalfa que llevaba para los conejos, se iluminaba con una amplia sonrisa, y, al mismo tiempo que saludaba con la cabeza, el niño dijo alegremente:

–Lita está muy bien, señorita; se la traeré en cuanto usted quiera.

–La necesitaré a las cuatro de la tarde. Thorny no podrá viajar, pues está muy cansado, pero yo necesito ir al correo caigan rayos o centellas-. Y mientras así hablaba, las mejillas de la señorita Celia se colorearon de rubor provocado, tal vez, por un pensamiento feliz, tal vez, por la turbación que le produjera la mirada de aquellos sinceros ojos juveniles que sin reparo mostraban su admiración por la dama vestida de blanco que se hallaba de pie bajo las madreselvas.

La aparición de Miranda, la criada, les recordó el motivo de su visita, y después de ofrecer sus presentes con gran confusión se disponían a partir cuando los detuvo la amable voz de la señorita Celia.

–Quiero agradecerles la ayuda que han prestado poniendo todo en orden.