Mi hermano ha estado enfermo y lo he traído aquí para que se restablezca. Quiero hacer cuanto pueda para entretenerlo y divertirlo y pienso que tú puedes ayudarme de muchas maneras. ¿Te gustaría trabajar para mí en lugar de hacerlo para el alcalde?
–¡Ya lo creo que sí!… -exclamó Ben con tanto entusiasmo que no fue necesario que agregase nada más, razón por la cual la señorita Celia continuó muy complacida:
–Verás: el pobre Thorny está muy débil y es muy miedoso, no le gusta hacer esfuerzos a pesar de lo cual se lo ha sacado a pasear a menudo para que olvide sus pequeños preocupaciones. No puede caminar mucho aún, por eso le he comprado una silla de ruedas para llevarlo. Como los senderos son buenos, será fácil pasearlo. Esa es una de las cosas que tú puedes hacer. Otra, será cuidar sus animales preferidos hasta que él esté en condiciones de hacerlo. También, le relatarás tus aventuras y conversarás con él como sólo un muchacho puede hacerlo con otro. Eso lo entretendrá mientras yo escribo o salgo; nunca lo dejo mucho tiempo solo, y espero que pronto podrá correr como el resto de nosotros. Qué te parece el trabajo que te propongo?
–De primera. Cuidaré muy bien al pequeño y haré cuanto pueda para complacerlo, lo mismo que Sancho, pues éste quiere mucho a los niños -contestó Ben entusiasmado, ya que el nuevo trabajo era en todo de su agrado.
La señorita Celia rió y enfrió un tanto el entusiasmo del muchacho con las siguientes palabras:
–No sé qué diría Thorny si te oyera llamarlo "pequeño". Tiene catorce años y cada día está más alto. A mí me parece un niño porque tengo casi diez años más que él. Cuando lo veas, no deben atemorizarte ni sus piernas largas ni sus grandes ojos: está demasiado débil para causar daño alguno, y sólo procurarás no incomodarte si te manda demasiado.
–Estoy acostumbrado a ello. Tampoco me enojaré si me grita o me tira algo por la cabeza -aseguró Ben recordando su última experiencia al lado de Pat.
–Puedo prometerte que tal cosa no ocurrirá, y estoy segura de que Thorny te querrá. Le he contado tu historia y está ansioso por conocer al "muchacho del circo", como te llama. El alcalde Allan dice que puedo confiar en ti y eso me alegra, porque de lo contrario, me habría dado mucho trabajo encontrar lo que necesitaba. Tendrás buena comida y buena ropa, excelente trato y conveniente paga si resuelves quedarte conmigo.
–Está decidido: me quedaré con usted hasta que papá venga a buscarme. El alcalde le ha escrito a Smithers, pero no ha recibido aún ninguna contestación. Como están de gira, pasará mucho tiempo antes de que lleguen noticias -respondió Ben, quien ante tan magnífica proposición que le acababan de hacer, tenía menos impaciencia por partir.
–Bueno. Entretanto, veremos cómo nos llevamos y quizá consigamos que tu padre te deje con nosotros durante el verano mientras él viaja. Ahora, guíame hasta la panadería, la confitería y el correo -concluyó la señorita Celia cuando llegaron a la calle principal de la población.
Ben se mostró muy eficiente, y una vez realizadas todas las diligencias recibió, como recompensa, un paz de zapatos y un sombrero de paja adornado con una cinta azul, en cuyos extremos brillaban dos anclas plateadas. Y de regreso, mientras 'su nueva ama leía la correspondencia, le fue permitido conducir el coche. Una de las cartas, particularmente larga, con una extraña estampilla en el sobre, fue leída dos veces por la joven, quien no volvió a pronunciar una palabra durante el resto del viaje. Luego, Ben tuvo que llevar a Lita y entregar las cartas al alcalde, no sin prometer realizar con premura estas diligencias para estar de regreso a la hora del té.
CAPÍTULO 9
A las seis menos cinco en punto los invitados llegaron de gran gala. Bah y Betty lucían sus mejores vestidos y llevaban cintas en el cabello. Ben se había puesto zapatos y blusa azul nueva, como si vistiera de etiqueta, y a Sancho le habían cepillado prolijamente de modo que su pelo brillaba.
Nadie los esperaba aún, pero la mesita enana ya estaba colocada en medio del sendero con cuatro sillas y un banquito alrededor. El hermoso juego blanco y verde de porcelana china provocó la admiración de las niñas que miraron embelesadas las tazas y platos, en tanto que Ben observaba todo con ansiedad y Sancho debía dominarse para no repetir su primera hazaña. No era extraño que el perro levantara el hocico para olfatear ni que los niños sonrieran, pues delante de ellos había un gran despliegue de postres, bizcochos y emparedados, una bonita lechera en forma de cala blanca parecía emerger de sus verdes hojas, y una graciosa y sonora tetera colocada sobre un pequeño calentador, cantaba alegremente.
–¡Qué hermoso es todo esto!… -murmuró Betty, quien jamás había visto nada semejante.
–Quisiera que Sally nos viese ahora -comentó Bab, que no olvidaba a su rival.
–Y yo desearía saber dónde está el niño -agregó Ben, cuyo corazón rebosaba bondad y amor, aunque trataba de disimularlo, temeroso de lo que los demás pudieran pensar de él.
De pronto, un rumor que llegaba desde el fondo del jardín, hizo que los invitados miraran hacia allí. Entonces vieron aparecer a la señorita Celia empujando una silla de ruedas y, sentado en ella, a su hermano.
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