De repente apareció en la ventana, por la parte de afuera, un hombre vestido con traje extranjero, al que se distinguía con admirable exactitud; llevaba un hacha en el cinto y conducía del ronzal un asno cargado de leña.

—¡Sí es Alí Babá! —exclamó Scrooge, extasiado—. ¡Es mi querido Alí Babá! Sí, sí, le conozco. Una vez, por Navidad, cuando todos abandonaron al solitario niño, él vino por primera vez. exactamente como ahora le vemos. ¡Pobre muchacho! Y Valentín —continuó Scrooge—, y su hermano Orson, ¡ahí van! ¿Y cómo se llama aquel a quien dejaron dormido, casi desnudo, a la puerta de Damasco? ¿No le veis? Y el paje del Sultán. a quien el Genio hace dar vueltas en el aire. ¡Ahora está cabeza abajó! ¡Muy bien! ¡Dadle lo que merece! ¡Me alegro! ¿Qué necesidad tenía de casarse con la princesa?

Verdaderamente, habría producido sorpresa a sus amigos de la Cíty oír a Scrooge dedicar toda la solicitud de su naturaleza a aquellos recuerdos, en una voz de lo más extraordinario, entre risas y gritos. y ver su rostro alegre y animado.

—¡Ahí está el Loro! —gritó—. Verde el cuerpo y la cola amarilla, con una cosa como una lechuga en la parte superior de la cabeza; ahí está. «Pobre Robinson Crusoe», le decía cuando volvió a su casa, después de navegar alrededor de la isla. «Pobre Robinson Crusoe, ¿dónde habéis estado, Robinson Crusoe?». El hombre creía soñar, pero no soñaba. Era el Loro, ya lo sabéis. Por ahí va Viernes, corriendo hacía la ensenada para salvar la vida. ¡Hala, hala!

Después, con una rapidez de transición muy extraña en su carácter habitual, dijo lleno de piedad por la imagen de sí mismo: «¡Pobre muchacho!», y volvió a llorar.

—Quisiera… —murmuró, llevándose la mano al bolsillo y mirando a su alrededor, después de enjugarse los ojos con la manga—; pero es demasiado tarde.

—¿De qué se trata? —preguntó el Espíritu.

—De nada —dijo Scrooge—. De nada. Había a mi puerta. la noche última. un muchacho cantando una canción de Navidad. y me agradaría haberle dado alguna cosa: eso es todo.

El Espectro sonrió pensativamente y agitó una mano, al mismo tiempo que decía:

—Veamos otra Navidad.

A estas palabras, la figura infantil de Scrooge creció y la habitación se hizo algo más obscura y más sucia. Se contrajeron los entrepaños, se agrietaron las ventanas, desprendiéronse del techo fragmentos de yeso y en su lugar aparecieron las vigas desnudas; pero Scrooge no supo acerca de cómo ocurrió todo esto más de lo que vosotros sabéis. Solamente supo que todo había ocurrido así, sin violencia, que él se hallaba allí, otra vez solitario, pues todos los demás muchachos habíanse marchado a sus casas para celebrar aquellos alegres días de fiesta.

Ahora no estaba leyendo. sino paseando arriba y abajo desesperadamente. Scrooge miró al Espectro y, moviendo tristemente la cabeza, lanzó una ojeada ansiosa hacia la puerta.

Esta se abrió, y una niña pequeña. mucho más joven que el muchacho, precipitóse dentro y, rodeándole el cuello con los brazos y besándole repetidas veces, se dirigió a él llamándole «hermano querido».

—He venido para llevarte a casa, hermano querido —dijo la niña, palmoteando e inclinándose a fuerza de reír—. ¡Para llevarte a casa, a casa, a casa!

—¿A casa, pequeña? —replicó el muchacho.

—¡Sí! —dijo la niña, rebosando alegría—. A casa, para que estés con nosotros siempre, siempre. Papá es mucho más cariñoso que nunca y nuestra casa se parece al cielo. Me habló tan dulcemente una noche cuando iba a acostarme, que no tuve miedo de pedirle una vez más que te permitiera volver a casa: me dijo que sí y me envió en un coche a buscarte. Tú serás un hombre —dijo la niña, abriendo mucho los ojos— y nunca volverás aquí; por lo pronto, vamos a estar juntos todos los días de Navidad y a pasar las horas más alegres del mundo.

—Eres ya una mujer, pequeña Fanny —exclamó el muchacho.

Palmoteó ella y se echó a reír, tratando de acariciarle la cabeza: pero como era muy pequeña y no alcanzaba, echóse a reír de nuevo y le abrazó; poníéndose en las puntas de los pies.