(Mirando a su mujer.) No quiero discutir. Sé que duran poco. (Entra el AMA.) Así lo dice el vals de las rosas, que es una de las composiciones mas bonitas de estos tiempos, pero no puedo reprimir el disgusto que me produce verlas en los búcaros. (Sale de escena.)
ROSITA.—(Al AMA.) ¿Vino el correo?
AMA.—Pues para lo único que sirven las rosas es para adornar las habitaciones.
ROSITA.—(Irritada.) Te he preguntado si ha venido el correo.
AMA.—(Irritada.) ¿Es que me guardo yo las cartas cuando vienen?
TÍA.—Anda, corta las flores.
ROSITA.—Para todo hay en esta casa una gotita de acíbar.
AMA.—Nos encontramos el rejalgar por los rincones. (Sale de escena.)
TÍA.—¿Estas contenta?
ROSITA.—No sé.
TÍA.—¿Y eso?
ROSITA.—Cuando no veo la gente estoy contenta, pero como la tengo que ver…
TÍA.—¡Claro! No me gusta la vida que llevas. Tu novio no te exige que seas hurona. Siempre me dice en las cartas que salgas.
ROSITA.—Pero es que en la calle noto cómo pasa el tiempo, y no quiero perder las ilusiones. Ya han hecho otra casa nueva en la placeta. No quiero enterarme de cómo pasa el tiempo.
TÍA.—¡Claro! Muchas veces te he aconsejado que escribas a tu primo y que te cases aquí con otro. Tú eres alegre. Yo sé que hay muchachos y hombres maduros enamorados de ti.
ROSITA.—¡Pero, tía! Tengo las raíces muy hondas, muy bien hincadas en mi sentimiento. Si no viera a la gente, me creería que hace una semana que se marchó. Yo espero como el primer día. Además, ¿qué es un año, ni dos, ni cinco? (Suena una campanilla.) El correo.
TÍA.—¿Qué te habrá mandado?
AMA.—(Entrando en escena.) Ahí están las solteronas cursilonas.
TÍA.—¡María Santísima!
ROSITA.—Que pasen.
AMA.—La madre y las tres niñas. Lujo por fuera y para la boca unas malas migas de maíz. ¡Qué azotazo en el… les daba…! (Sale de escena.)
(Entran las tres cursilonas y su mamá. Las tres solteronas vienen con inmensos sombreros de plumas malas, trajes exageradísimos, guantes hasta el codo con pulseras encima y abanicos pendientes de largas cadenas. La madre viste de negro pardo con un sombrero de viejas cintas moradas.)
MADRE.—Felicidades. (Se besan.)
ROSITA.—Gracias. (Besa a las solteronas.) ¡Amor! ¡Caridad! ¡Clemencia!
SOLTERA 1ª.—Felicidades.
SOLTERA 2ª.—Felicidades.
SOLTERA 3ª.—Felicidades.
TÍA.—(A la MADRE.) ¿Cómo van esos pies?
MADRE.—Cada vez peor. Si no fuera por éstas, estaría siempre en casa. (Se sientan.)
TÍA.—¿No se da usted las friegas con alhucemas?
SOLTERA 1ª.—Todas las noches.
SOLTERA 2ª.—Y el cocimiento de malvas.
TÍA.—No hay reuma que resista.
(Pausa.)
MADRE.—¿Y su esposo?
TÍA.—Está bien, gracias.
(Pausa.)
MADRE.—Con sus rosas.
TÍA.—Con sus rosas.
SOLTERA 3ª.—¡Qué bonitas son las flores!
SOLTERA 2ª.—Nosotras tenemos en una maceta un rosal de San Francisco.
ROSITA.—Pero las rosas de San Francisco no huelen.
SOLTERA 1ª.—Muy poco.
MADRE.—A mí lo que mas me gusta son las celindas.
SOLTERA 3ª.—Las violetas son también preciosas.
(Pausa.)
MADRE.—Niñas, ¿habéis traído la tarjeta?
SOLTERA 3ª.—Si. Es una niña vestida de rosa, que al mismo tiempo es barómetro. El fraile con la capucha está ya muy visto. Según la humedad, las faldas de la niña, que son de papel finísimo, se abren o se cierran.
ROSITA.—(Leyendo.)
Una mañana en el campo
cantaban los ruiseñores
y en su cántico decían:
"Rosita, de las mejores."
¿Para qué se han molestado ustedes?
TÍA.—Es de mucho gusto.
MADRE.—¡Gusto no me falta; lo que me falta es dinero!
SOLTERA 1ª.—¡Mamá…!
SOLTERA 2ª.—¡Mamá…!
SOLTERA 3ª.—¡Mamá…!
MADRE.—Hijas, aquí tengo confianza. No nos oye nadie. Pero usted lo sabe muy bien: desde que faltó mi pobre marido hago verdaderos milagros para administrar la pensión que nos queda. Todavía me parece oír al padre de estas hijas cuando, generoso y caballero como era, me decía: "Enriqueta, gasta, gasta, que yo gano setenta duros"; ¡pero aquellos tiempos pasaron! A pesar de todo, nosotras no hemos descendido de clase. ¡Y qué angustia he pasado, señora, para que estas hijas puedan seguir usando sombrero! ¡Cuántas lágrimas, cuántas tristezas por una cinta o un grupo de bucles! Esas plumas y esos alambres me tienen costado muchas noches en vela.
SOLTERA 3ª.—¡Mamá…!
MADRE.—Es la verdad, hija mía. No nos podemos extralimitar lo más mínimo.
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