Muchas veces les pregunto: "¿Qué queréis, hijas de mi alma: huevo en el almuerzo o silla en el paseo?" Y ellas me responden las tres a la vez: "Sillas."
SOLTERA 3ª.—Mamá, no comentes más esto. Todo Granada lo sabe.
MADRE.—Claro, ¿qué van a contestar? Y allá vamos con unas patatas y un racimo de uvas, pero con capa de mongolia o sombrilla pintada o blusa de popelinette, con todos los detalles. Porque no hay más remedio. ¡Pero a mi me cuesta la vida! Y se me llenan los ojos de lágrimas cuando las veo alternar con las que pueden.
SOLTERA 2ª.—¿No vas ahora a la Alameda, Rosita?
ROSITA.—No.
SOLTERA 3ª.—Allí nos reunimos siempre con las de Ponce de León, con las de Herrasti y con las de la baronesa de Santa Matilde de la Bendición Papal. Lo mejor de Granada.
MADRE.—¡Claro! Estuvieron juntas en el colegio de la Puerta del Cielo.
(Pausa.)
TÍA.—(Levantándose.) Tomarán ustedes algo. (Se levantan todas.)
MADRE.—No hay manos como las de usted para el piñonate y el pastel de gloria.
SOLTERA 1ª.—(A ROSITA.) ¿Tienes noticias?
ROSITA.—El último correo me prometía novedades. Veremos a ver éste.
SOLTERA 3ª.—¿Has terminado el juego de encajes valenciennes?
ROSITA.—¡Toma! Ya he hecho otro de nansú con mariposa a la aguada.
SOLTERA 2ª.—El día que te cases vas a llevar el mejor ajuar del mundo.
ROSITA.—¡Ay, yo pienso que todo es poco! Dicen que los hombres se cansan de una si la ven siempre con el mismo vestido.
AMA.—(Entrando.) Ahí están las de Ayola, el fotógrafo.
TÍA.—Las señoritas de Ayola, querrás decir.
AMA.—Ahí están las señoronas por todo lo alto de Ayola, fotógrafo de Su Majestad y medalla de oro en la exposición de Madrid. (Sale.)
TÍA.—Hay que aguantarla; pero a veces me crispa los nervios. (Las solteronas están con ROSITA viendo unos paños.) Están imposibles.
MADRE.—Envalentonadas. Yo tengo una muchacha que nos arregla el piso por las tardes; ganaba lo que han ganado siempre: una peseta al mes y las sobras, que ya está bien en estos tiempos; pues el otro día se nos descolgó diciendo que quería un duro, ¡y yo no puedo!
TÍA.—No sé dónde vamos a parar.
(Entran las NIÑAS DE AYOLA, que saludan a ROSITA con alegría. Vienen con la moda exageradísima de la época y ricamente vestidas.)
ROSITA.—¿No se conocen ustedes?
AYOLA 1ª.—De vista.
ROSITA.—Las señoritas de Ayola, la señora y señoritas de Escarpini.
AYOLA 1ª.—Ya las vemos sentadas en sus sillas del paseo. (Disimulan la risa.)
ROSITA.—Tomen asiento. (Se sientan las solteronas.)
TÍA.—(A las de Ayola.) ¿Queréis un dulcecito?
AYOLA 2ª.—No; hemos comido hace poco. Por cierto que yo tomé cuatro huevos con picadillo de tomate, y casi no me podía levantar de la silla.
AYOLA 1ª.—¡Que graciosa! (Ríen.)
(Pausa. Las Ayola inician una risa incontenible que se comunica a ROSITA, que hace esfuerzos por contenerse. Las cursilonas y su madre están serias. Pausa.)
TÍA.—¡Qué criaturas!
MADRE.—¡La juventud!
TÍA.—Es la edad dichosa.
ROSITA.—(Andando por la escena como arreglando cosas.) Por favor, callarse. (Se callan.)
TÍA.—(A la SOLTERA 3ª.) ¿Y ese piano?
SOLTERA 3ª.—Ahora estudio poco. Tengo muchas labores que hacer.
ROSITA.—Hace mucho tiempo que no te he oído.
MADRE.—Si no fuera por mí, ya se le habrían engarabitado los dedos. Pero siempre estoy con el tole tole.
SOLTERA 2ª.—Desde que murió el pobre papá no tiene ganas. ¡Como a él le gustaba tanto!
AYOLA 2ª.—Me acuerdo que algunas veces se le caían las lágrimas.
SOLTERA 1ª.—Cuando tocaba la tarantela de Popper.
SOLTERA 2ª.—Y la plegaria de la Virgen.
MADRE.—¡Tenía mucho corazón!
(Las Ayola, que han estado conteniendo la risa, rompen a reír en grandes carcajadas. ROSITA, vuelta de espaldas a las solteronas, ríe también, pero se domina.)
TÍA.—¡Qué chiquillas!
AYOLA 1ª.—Nos reímos porque antes de entrar aquí…
AYOLA 2ª.—Tropezó ésta y estuvo a punto de dar la vuelta de campana…
AYOLA 1ª.—Y yo… (Ríen.)
(Las solteronas inician una leve risa fingida con un matiz cansado y triste.)
MADRE.—¡Ya nos vamos!
TÍA.—De ninguna manera.
ROSITA.—(A todas.) ¡Pues celebremos que no te hayas caído! Ama, trae los huesos de Santa Catalina.
SOLTERA 3ª.—¡Qué ricos son!
MADRE.—El año pasado nos regalaron a nosotras medio kilo.
(El AMA entra con los huesos.)
AMA.—Bocados para gente fina. (A ROSITA.) Ya viene el correo por los alamillos.
ROSITA.—¡Espéralo en la puerta!
AYOLA 1ª.—Yo no quiero comer. Prefiero una palomilla de anís.
AYOLA 2ª.—Y yo de agraz.
ROSITA.—¡Tú siempre tan borrachilla!
AYOLA 1ª.—Cuando yo tenía seis años venía aquí y el novio de Rosita me acostumbró a beberlas. ¿No recuerdas, Rosita?
ROSITA.—(Sería.) ¡No!
AYOLA 2ª.—A mí, Rosita y su novio me enseñaban las letras A, B, C. ¿Cuánto tiempo hace de esto?
TÍA.—¡Quince años!
AYOLA 1ª.—A mí, casi, casi, se me ha olvidado la cara de tu novio.
AYOLA 2ª.—¿No tenía una cicatriz en el labio?
ROSITA.—¿Una cicatriz? Tía, ¿tenía una cicatriz?
TÍA.—Pero ¿no te acuerdas, hija? Era lo único que le afeaba un poco.
ROSITA.—Pero no era una cicatriz; era una quemadura, un poquito rosada. Las cicatrices son hondas.
AYOLA 1ª.—¡Tengo una gana de que Rosita se case!
ROSITA.—¡Por Dios!
AYOLA 2ª.—Nada de tonterías. ¡Yo también!
ROSITA.—¿Por qué?
AYOLA 1ª.—Para ir a una boda. En cuanto yo pueda, me caso.
TÍA.—¡Niña!
AYOLA 1ª.—Con quien sea, pero no me quiero quedar soltera.
AYOLA 2ª.—Yo pienso igual.
TÍA.—(A la MADRE.) ¿Qué le parece a usted?
AYOLA 1ª.—¡Ay! ¡Y si soy amiga de Rosita es porque sé que tiene novio! Las mujeres sin novio están pochas, recocidas, y todas ellas… (Al ver a las SOLTERAS.) Bueno, todas, no; algunas de ellas… En fin, ¡todas están rabiadas!
TÍA.—¡Ea! Ya está bien.
MADRE.—Déjela.
SOLTERA 1ª.—Hay muchas que no se casan porque no quieren.
AYOLA 2ª.—Eso no lo creo yo.
SOLTERA 1ª.—(Con intención.) Lo sé muy cierto.
AYOLA 2ª.—La que no se quiere casar deja de echarse polvos y ponerse postizos debajo de la pechera, y no se está día y noche en las barandillas del balcón atisbando la gente.
SOLTERA 1ª.—¡Le puede gustar tomar el aire!
ROSITA.—Pero ¡qué discusión más tonta! (Ríen forzadamente.)
TÍA.—Bueno. ¿Por qué no tocamos un poquito?
MADRE.—¡Anda, niña!
SOLTERA 1ª.—(Levantándose.) Pero ¿qué toco?
AYOLA 2ª.—Toca «¡Viva Frascuelo!».
SOLTERA 2ª.—La barcarola de «La fragata Numancia».
ROSITA.—¿Y por qué no «Lo que dicen las flores»?
MADRE.—¡Ah, sí, «Lo que dicen las flores»! (A la TÍA.) ¿No la ha oído usted? Habla y toca al mismo tiempo.
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