¡Una preciosidad!

SOLTERA 3ª.—También puedo decir «Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón los nidos a colgar».

AYOLA 1ª.—Eso es muy triste.

SOLTERA 1ª.—Lo triste es bonito también.

TÍA.—¡Vamos! ¡Vamos!

SOLTERA 3ª.—(En el piano.)

Madre, llévame a los campos

con la luz de la mañana

a ver abrirse las flores

cuando se mecen las ramas.

Mil flores dicen mil cosas

para mil enamoradas,

y la fuente está contando

lo que el ruiseñor se calla.

ROSITA.—

Abierta estaba la rosa

con la luz de la mañana;

tan roja de sangre tierna,

que el rocío se alejaba;

tan caliente sobre el tallo,

que la brisa se quemaba;

¡tan alta!, ¡cómo reluce!

¡Abierta estaba!

SOLTERA 3ª.—

"Sólo en ti pongo mis ojos",

el heliotropo expresaba.

"No te querré mientras viva",

dice la flor de la albahaca.

"Soy tímida", la violeta.

"Soy fría", la rosa blanca.

Dice el jazmín: "Seré fiel";

y el clavel: "¡Apasionada!"

SOLTERA 2ª.—

El jacinto es la amargura;

el dolor, la pasionaria.

SOLTERA 1ª.—

El jaramago, el desprecio;

y los lirios, la esperanza.

TÍA.—

Dice el nardo: "Soy tu amigo".

"Creo en ti", la pasionaria.

La madreselva te mece.

la siempreviva te mata.

MADRE.—

Siempreviva de la muerte,

flor de las manos cruzadas;

¡qué bien estas cuando el aire

llora sobre tu guirnalda!

ROSITA.—

Abierta estaba la rosa,

pero la tarde llegaba,

y un rumor de nieve triste

le fue pesando las ramas;

cuando la sombra volvía,

cuando el ruiseñor cantaba,

como una muerta de pena

se puso transida y blanca;

y, cuando la noche, grande

cuerno de metal sonaba

y los vientos enlazados

dormían en la montaña,

se deshojó suspirando

por los cristales del alba.

SOLTERA 3ª.—

Sobre tu largo cabello

gimen las flores cortadas.

Unas llevan puñalitos;

otras, fuego, y otras, agua.

SOLTERA 1ª.—

Las flores tienen su lengua

para las enamoradas.

ROSITA.—

Son celos el carambuco;

desdén esquivo, la dalia;

suspiros de amor, el nardo;

risa, la gala de Francia.

Las amarillas son odio;

el furor, las encarnadas;

las blancas son casamiento,

y las azules, mortaja.

SOLTERA 3ª.—

Madre, llévame a los campos

con la luz de la mañana,

a ver abrirse las flores

cuando se mecen las ramas.

(El piano hace la última escala y se para.)

TÍA.—¡Ay, qué preciosidad!

MADRE.—Saben también el lenguaje del abanico, el lenguaje de los guantes, el lenguaje de los sellos y el lenguaje de las horas. A mí se me pone la carne de gallina cuando dicen aquello:

Las doce dan sobre el mundo

con horrísono rigor;

de la hora de tu muerte

acuérdate, pecador.

AYOLA 1ª.—(Con la boca llena de dulce.) ¡Qué cosa más fea!

MADRE.—Y cuando dicen:

A la una nacemos,

la, ra, la, la,

y este nacer,

la, la, ran,

es como abrir los ojos,

lan,

en un vergel,

vergel, vergel.

AYOLA 2ª.—(A su hermana.) Me parece que la vieja ha empinado el codo. (A la madre.) ¿Quiere otra copita?

MADRE.—Con sumo gusto y fina voluntad, como se decía en mi época.

(ROSITA ha estado espiando la llegada del correo.)

AMA.—¡El correo!

(Algazara general.)

TÍA.—Y ha llegado justo.

SOLTERA 3ª.—Ha tenido que contar los días para que llegue hoy.

MADRE.—¡Es una fineza!

AYOLA 2ª.—¡Abre la carta!

AYOLA 1ª.—Más discreto es que la leas tú sola, porque a lo mejor te dice algo verde.

MADRE.—¡Jesús!

(Sale ROSITA con la carta.)

AYOLA 1ª.—Una carta de un novio no es un devocionario.

SOLTERA 3ª.—Es un devocionario de amor.

AYOLA 2ª.—¡Ay, qué finoda! (Ríen las Ayola.)

AYOLA 1ª.—Se conoce que no ha recibido ninguna.

MADRE.—(Fuerte.) ¡Afortunadamente para ella!

AYOLA 1ª.—Con su pan se lo coma.

TÍA.—(Al AMA, que va a entrar con ROSITA.) ¿Dónde vas tú?

AMA.—¿Es que no puedo dar un paso?

TÍA.—¡Déjala a ella!

ROSITA.—(Saliendo.) ¡Tía! ¡Tía!

TÍA.—Hija, ¿qué pasa?

ROSITA.—(Con agitación.) ¡Ay, tía!

AYOLA 1ª.—¿Qué?

SOLTERA 3ª.—¡Dinos!

AYOLA 2ª.—¿Qué?

AMA.—¡Habla!

TÍA.—¡Rompe!

MADRE.—¡Un vaso de agua!

AYOLA 2ª.—¡Venga!

AYOLA 1ª.—Pronto.

(Algazara.)

ROSITA.—(Con voz ahogada.) Que se casa… (Espanto en todos.) Que se casa conmigo, porque ya no puede más, pero que…

AYOLA 2ª.—(Abrazándola.) ¡Olé! ¡Qué alegría!

AYOLA 1ª.—¡Un abrazo!

TÍA.—Dejadla hablar.

ROSITA.—(Más calmada.) Pero como le es imposible venir por ahora, la boda será por poderes y luego vendrá él.

SOLTERA 1ª.—¡Enhorabuena!

MADRE.—(Casi llorando.) ¡Dios te haga lo feliz que mereces! (La abraza.)

AMA.—Bueno, y "poderes", ¿qué es?

ROSITA.—Nada. Una persona representa al novio en la ceremonia.

AMA.—¿Y qué más?

ROSITA.—¡Que está una casada!

AMA.—Y por la noche, ¿qué?

ROSITA.—¡Por Dios!

AYOLA 1ª.—Muy bien dicho. Y por la noche, ¿qué?

TÍA.—¡Niñas!

AMA.—¡Que venga en persona y se case." ¡"Poderes"! No lo he oído decir nunca. La cama y sus pinturas temblando de frío, y la camisa de novia en lo más oscuro del baúl. Señora, no deje usted que los "poderes" entren en esta casa. (Ríen todos.) ¡Señora, que yo no quiero "poderes"!

ROSITA.—Pero él vendrá pronto. ¡Esto es una prueba más de lo que me quiere!

AMA.—¡Eso! ¡Que venga y que te coja del brazo y que menee el azúcar de tu café y lo pruebe a ver si quema. (Risas.)

(Aparece el TÍO con una rosa.)

ROSITA.—¡Tío!

TÍO.—Lo he oído todo, y casi sin darme cuenta he cortado la única rosa mudable que tenía en mi invernadero. Todavía estaba roja, abierta en el mediodía, es roja como el coral.

ROSITA.—

El sol se asoma a los vidrios

para verla relumbrar.

TÍO.—Si hubiera tardado dos horas más en cortarla te la hubiese dado blanca.

ROSITA.—

Blanca como la paloma

como la risa del mar;

blanca como el blanco frío

de una mejilla de sal.

TÍO.—Pero todavía, todavía tiene la brasa de su juventud.

TÍA.—Bebe conmigo una copita, hombre. Hoy es día de que lo hagas.

(Algazara. La SOLTERA 3ª se sienta al piano y toca una polka. ROSITA está mirando la rosa. Las Solteronas 2ª y 1ª bailan con las Ayolas y cantan.)

Porque mujer te vi

a la orilla del mar,

tu dulce languidez

me hacía suspirar,

y aquel dulzor sutil

de mi ilusión fatal

a la luz de la luna

lo viste naufragar.

(La TÍA y el TÍO bailan. ROSITA se dirige a la pareja SOLTERA 2ª y AYOLA 2ª. Baila con la SOLTERA 2ª. La AYOLA 2ª bate palmas al ver a los viejos y el AMA al entrar hace el mismo juego.)

Telón

Acto Tercero

Sala baja de ventanas con persianas verdes que dan al Jardín del Carmen. Hay un silencio en la escena. Un reloj da las seis de la tarde. Cruza la escena el AMA con un cajón y una maleta. Han pasado diez años. Aparece la TÍA y se sienta en una silla baja, en el centro de la escena. Silencio. El reloj vuelve a dar las seis. Pausa.

AMA.—(Entrando.) La repetición de las seis.

TÍA.—¿Y la niña?

AMA.—Arriba, en la torre. Y usted, ¿dónde estaba?

TÍA.—Quitando las últimas macetas del invernadero.

AMA.—No la he visto en toda la mañana.

TÍA.—Desde que murió mi marido está la casa tan vacía que parece el doble de grande, y hasta tenemos que buscarnos. Algunas noches, cuando toso en mi cuarto, oigo un eco como si estuviera en una iglesia.

AMA.—Es verdad que la casa resulta demasiado grande.

TÍA.—Y luego…, si él viviera, con aquella claridad que tenía, con aquel talento (Casi llorando.)

AMA.—(Cantando.) Lan-lan-van-lan-lan… No, señora, llorar no lo consiento. Hace ya seis años que murió y no quiero que esté usted como el primer día. ¡Bastante lo hemos llorado! ¡A pisar firme, señora! ¡Salga el sol por las esquinas! ¡Que nos espere muchos años todavía cortando rosas!

TÍA.—(Levantándose.) Estoy muy viejecita, ama.