Créame, usted es mejor que la mayoría de los hombres, aunque a veces quiera usted parecer peor.
LORD DARLINGTON.- Todos tenemos nuestras pequeñas vanidades.
LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué cifra usted la suya en eso?
LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Hay tanta gente que va por ahí echándoselas de buena, que casi me parece una prueba de modestia echárselas de malo. Además, todo hay que tenerlo en cuenta; si se las echa uno de bueno, el mundo le toma a uno muy en serio, y si se las echa de malo, creen que uno bromea. Tal es la estupefaciente necedad del optimismo.
LADY WINDERMERE. - Entonces, ¿usted no quiere que el mundo le tome en serio, lord Darlington?
LORD DARLINGTON.- ¡No, no, por Dios; el mundo, no! En cambio, sí me gustaría que me tomara usted en serio, lady Windermere; usted más que nadie.
LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué yo?
LORD DARLINGTON.- (Después de una ligera vacilación.) Pues, porque creo que podríamos ser grandes amigos. ¿Quiere usted que lo seamos? ¡Quién sabe! Puede que algún día tenga usted necesidad de un verdadero amigo.
LADY WINDERMERE.- ¿Por qué dice usted eso?
LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Todos necesitamos a veces de amigos.
LADY WINDERMERE. - Pero me parece, que ya somos excelentes amigos, lord Darlington. Y espero que lo seremos siempre, mientras usted no...
LORD DARLINGTON.- ¿No qué?
LADY WINDERMERE.- No eche a perder nuestra amistad diciéndome tonterías. ¿Qué piensa usted? ¿Que soy una puritana?
Pues, sí, señor; algo tengo de puritana. Así me educaron. De lo que me alegro mucho. Mi madre murió cuando yo era niña. Toda mi infancia y toda mi juventud las pasé con mi tía Julia, la hermana mayor de mi madre, como usted sabe. Era muy severa conmigo, es cierto; pero, en cambio, me enseñó una cosa que el mundo empieza a olvidar: la diferencia que hay entre lo que está bien y lo que está mal.
Tratándose de cosas morales, ella no transigía nunca. Como yo tampoco transijo.
LORD DARLINGTON.- ¡Por Dios, lady Windermere!
LADY WINDERMERE.- (Reclinándose en el sofá.) Me mira usted como a una mujer de otros tiempos, ¿verdad? Pues, sí, señor, lo soy. Y sentiría muchísimo estar al mismo nivel de un tiempo como éste.
LORD DARLINGTON.- ¿Tan malo lo encuentra usted?
LADY WINDERMERE. - Malísimo. Hoy día, todo el mundo parece considerar la vida como una especulación. ¡Pues no es una especulación! Es un sacramento. Su ideal es el amor. Su purificación, el sacrificio.
LORD DARLINGTON.- (Sonriendo.) ¡Oh, todo menos que le sacrifiquen a uno!
LADY WINDERMERE. - ¡No diga usted eso!
LORD DARLINGTON. - Pues sí que lo digo. Y lo siento. Y sé que tengo razón.
PARKER.- (Entrando.) Señora, esos hombres preguntan si hay que poner las alfombras en la terraza para esta noche.
LADY WINDERMERE.- ¿Qué le parece a usted, lord Darlington, lloverá?
LORD DARLINGTON.- ¿El día del cumpleaños de usted? ¡No faltaba más!
LADY WINDERMERE.- Diga usted que las pongan, Parker.
(Sale PARKER.)
LORD DARLINGTON.- Entonces, ¿cree usted - claro que pongo un ejemplo imaginario-, cree usted que en el caso de un matrimonio joven, casi recién casado - pongamos dos años, a lo sumo -, si el marido se convirtiese de pronto en el amigo íntimo de una mujer de..., sí, de vida un tanto dudosa, y si se le viese en todas partes con ella y, probablemente, pagase sus cuentas..., cree usted que la mujer de ese hombre no tendría derecho a buscar algún consuelo?
LADY WINDERMERE.- (Frunciendo el ceño.) ¿A buscar algún consuelo?
LORD DARLINGTON.- Sí; yo creo que estaría en su perfectísimo derecho.
LADY WINDERMERE.- ¿De modo que, porque el marido es abyecto, la mujer también debe serlo?
LORD DARLINGTON.- ¿Abyecto? Un poco fuerte parece la palabra, lady Windermere.
LADY WINDERMERE.- Peor es el hecho, lord Darlington.
LORD DARLINGTON.- ¡Ay!, lady Windermere, mucho me temo que la gente buena esté haciendo un daño atroz en el mundo. El mayor, dar tanta importancia a la maldad. Es absurdo dividir a las personas en buenas y malas. La gente se divide en agradable y desagradable, simplemente. Yo siempre me pongo del lado de la agradable, y usted, lady Windermere, mal que le pese, se halla en este número.
LADY WINDERMERE.- Es usted muy amable, lord Darlington. (Se levanta y pasa por delante de él hacia la derecha.) No, no se mueva usted. Voy a acabar de arreglar esas flores.
1 comment