¡Somos demasiado buenas! Algunas, por lo menos. Pero nos están arrinconando demasiado. Me parece que nuestros maridos acabarían por olvidar nuestra existencia si de cuando en cuando no les molestáramos un poco. ¡Oh!, lo preciso nada más para hacerles recordar que tenemos derecho a hacerlo.

LORD DARLINGTON.- ¡Qué curioso es el juego del matrimonio, duquesa! Juego que, dicho entre paréntesis, está cayendo bastante en desuso. La mujer tiene todos los triunfos y, sin embargo, invariable- mente, pierde la baza.

DUQUESA.- ¿La baza? ¿Llama usted baza al marido?

LORD DARLINGTON.- ¿Qué, encuentra usted demasiado bonito el nombre?

DUQUESA.- ¡Cuidado que es usted mala persona mi querido lord Darlington!

LADY WINDERMERE. - Lord Darlington habla siempre sin pensar lo que dice.

LORD DARLINGTON.- Le aseguro a usted que no, lady Windermere.

LADY WINDERMERE. - ¿Entonces, por qué habla usted de la vida con esa ligereza?

LORD DARLINGTON.- Porque, a mi juicio, la vida es una cosa demasiado importante para hablar de ella en serio. (Se pone de pie.)

DUQUESA.- ¿Qué ha querido usted decir con eso? Apiádese usted de mis pocas luces, lord Darlington, y explíqueme qué ha querido decir.

LORD DARLINGTON. - Prefiero no hacerlo, duquesa. Hoy día ser comprensible es una falta de habilidad. A los pies de usted, duquesa.

(Besando la mano DUQUESA.) Y ahora, lady Windermere, hasta la vista. ¿Tiene usted inconveniente en que venga esta noche? ¡Déjeme usted venir!

LADY WINDERMERE. - Venga usted, si quiere con la condición de que no dirá a nadie tonterías que no siente.

LORD DARLINGTON.- (Sonriendo.) ¡Ah, empieza usted a corregirme! Cosa muy peligrosa, lady Windermere, corregir a nadie.

(Se inclina y sale.)

DUQUESA. - (Levantándose.) ¡Qué mala cabeza tan simpática! Me alegro que se haya ido. ¡Qué bonita está usted! ¿Dónde se hace usted los trajes?... Ah querida Margarita, debo decirle lo apenadísima que estoy por usted. (Yendo hacia el sofá y sentándose en él con LADY WINDERMERE.) ¡Agatha, querida!

AGATHA- (Levantándose.) ¿Qué, mamá?

DUQUESA. - ¿Querrías ponerte a ver aquel álbum de fotografías que está allí?

AGATHA. - Sí, Mamá. (Se dirige a la mesa de izquierda.)

DUQUESA. - ¡Qué buena es! ¡Y tan aficionada a las fotografías de Suiza! Un gusto purísimo, ¿verdad? Pues sí, querida Margarita, estoy apenadísima por usted.

LADY WINDERMERE.- ¿Por qué, duquesa?

DUQUESA.- ¿Por qué ha de ser? Por esa horrible mujer. Y todavía menos mal si no se vistiera tan bien y fuera un poco peor parecida.

Augusto, mi lamentable hermano - usted le conoce-, un castigo para todos nosotros; bueno, pues Augusto está completamente chiflado por ella. Figúrese usted: una mujer que no se puede admitir en sociedad.

Hay muchas mujeres que tienen un pasado; pero ésta me han dicho que tiene, por lo menos, una docena, y todos ellos de gente bien.

LADY WINDERMERE. - Pero ¿a quién se refiere usted, duquesa?

DUQUESA.- A mistress Erlynne.

LADY WINDERMERE.- ¿Mistress Erlynne? Es la primera vez que oigo ese nombre, duquesa. ¿Y qué tengo yo que ver con mistress Erlynne?

DUQUESA. - ¡Pobre Margarita!... ¡Agatha, querida!

AGATHA.- ¿Qué, mamá?

DUQUESA. - ¿Quieres salir a la terraza a ver la puesta de Sol?

AGATHA.- (Levantándose y saliendo a la terraza.) Sí, mamá.

DUQUESA. - ¡Qué obediente es! Y aficionadísima a las puestas de Sol. Cosa que demuestra una sensibilidad muy refinada, ¿verdad? Al fin y al cabo, no hay nada como la Naturaleza.

LADY WINDERMERE.