Respuesta: el judaísmo “dominante”, su clase más alta. Desde aquel momento los hombres se sintieron en rebelión contra el orden social, al punto se sintió a Jesús como en rebelión contra el orden social. Hasta entonces faltaba en su figura este rasgo belicoso, negador, por la palabra y la acción; aún es más: era todo lo contrario. Evidentemente, la pequeña comunidad no comprendió justamente lo principal, lo que constituía un modelo en este modo de morir: la libertad, la superioridad sobre todo sentimiento de rencor; ¡signo de cuán poco se comprendía de él en general! En sí, Jesús, con su muerte, no pudo querer otra cosa que dar públicamente la prueba, la demostración poderosa de su doctrina... Pero sus discípulos estaban muy lejos de perdonar su muerte, lo que habría sido evangélico en el más alto sentido, o de “ofrecerse” a semejante muerte con dulce y amable tranquilidad de corazón... Prevaleció el sentimiento menos evangélico: la venganza. Era imposible que la causa concluyese con esa muerte: hubo necesidad de represalias, de juicio (y, sin embargo, ¿qué cosa menos evangélica que la represalia, el castigo, el juzgar?) Una vez más pasó al primer término la expectación popular de un Mesías; se tomó en consideración un momento histórico: el reino de Dios había de venir para juzgar a sus enemigos... Pero con esto se confundió todo: ¡el reino de Dios considerado como acto final, como promesa! El Evangelio, sin embargo, había sido precisamente la existencia, el cumplimiento, la realidad de este reino de Dios. Entonces precisamente se introdujo en el tipo del maestro todo el desprecio y la amargura contra los fariseos y los teólogos, ¡y con esto se hizo de él un fariseo y un teólogo! Por otra parte, la salvaje veneración de estas almas salidas completamente de sus quicios no toleró ya la igualdad de 54todos los hombres como hijos de Dios, igualdad evangélica que Jesús había predicado; su venganza consistió en levantar en alto a Jesús de un modo extravagante, en separarlo de ellos; lo mismo que en otro tiempo los hebreos, para vengarse de sus enemigos, separaron de ellos a su propio Dios y lo elevaron en alto. El Dios único, el único hijo de Dios; ambos son productos del rencor...
41
Entonces surgió un absurdo problema: ¿cómo pudo Dios permitir esto? A esta pregunta, la razón de la pequeña comunidad perturbada encontró una respuesta terriblemente absurda: Dios dio su hijo para la remisión de los pecados, como víctima. ¡De este modo se concluyó de un golpe con el Evangelio! ¡El sacrificio expiatorio, en su forma más repugnante y bárbara, el sacrificio del inocente por los pecados de los pecadores! ¡Qué horrible paganismo! Jesús había abolido el mismo concepto de culpa; negado todo abismo entre Dios y el hombre; había concebido esta unidad entre Dios y el hombre como su buena nueva... ¡Y no como privilegio! Desde aquel momento se llegó, gradualmente, a crear el tipo de redentor: la doctrina del juicio y del retorno, la doctrina de la muerte como una muerte expiatoria, la doctrina de la resurrección, con la que es anulado todo el concepto de bienaventuranza, la única y total realidad del Evangelio, en provecho de un estado subsiguiente a la muerte... Pablo logificó luego sobre esta concepción, sobre esta imprudente concepción, con aquella desfachatez rabínica que le distinguía en todas las ocasiones: “si Cristo no resucitó después de la muerte, nuestra fe es vana”. Y de golpe se hizo del Evangelio la más despreciable de todas las promesas irrealizables: la impúdica doctrina de la inmortalidad personal... ¡Pablo mismo la predicó como una recompensa!...
42
Se ve lo que acaba con la muerte en la Cruz: una disposición nueva y completamente original para un movimiento budístico de paz, para una efectiva y no sólo prometida felicidad en la tierra. Porque ésta sigue siendo —ya lo he puesto de relieve— la diferencia fundamental entre las dos religiones de decadencia: el budismo no promete, sino que cumple; el cristianismo lo promete todo, pero no cumple nada.
A la buena nueva siguió de cerca la pésima nueva: la de Pablo. En Pablo se encarna el tipo opuesto al de buen mensajero, el genio del odio, de la inexorable lógica del odio. ¿Qué ha sacrificado al odio este disangelista? Ante todo, el redentor: le clavó en la cruz. La vida, el ejemplo, la doctrina, la muerte, el sentido y el derecho de todo el Evangelio, nada existió ya, cuando este monedero falso, movido por el odio, comprendió qué era lo que únicamente necesitaba. ¡No la realidad, no la verdad histórica! Y una vez más el instinto sacerdotal de los hebreos cometió el mismo gran delito, contra la Historia: borró simplemente el ayer, el antes de ayer del cristianismo; inventó por sí una historia del primer cristianismo. Aún más: falsificó una vez más la historia de Israel, para que apareciera como la prehistoria de su obra; todos los profetas han hablado de su redentor... La Iglesia falsificó más tarde hasta la historia de la Humanidad, haciendo de ella la prehistoria del cristianismo... El tipo del redentor, su doctrina, su práctica, su muerte, el sentido de la muerte, hasta lo que sucede después de la muerte, nada permaneció intacto, nada permaneció ni siquiera semejante a la realidad. Lo que hizo Pablo fue simplemente transferir el centro de gravedad de toda aquella existencia detrás de tal existencia, en la mentira del Jesús resucitado. En el fondo, tuvo necesidad de la muerte en la Cruz y de algo más... Creer sincero a Pablo, que tenía su patria en la sede principal de la luminosa filosofía estoica, cuando con una alucinación se dispone la prueba de la supervivencia del redentor, o bien prestar fe a su relación de haber él mismo tenido esta alucinación, sería, por parte de un filósofo, una verdadera necedad: Pablo quiere el fin, por consiguiente, quiere los medios... Lo que él mismo no creía, lo creyeron los idiotas entre los cuales sembró él su doctrina.
Su necesidad era el poder: con Pablo, el sacerdote quiere una vez más el poder; sólo podía servirse de ideas, teorías, símbolos con los que se tiraniza a las masas y se forman los rebaños. ¿Qué es lo que Mahoma únicamente tomó a préstamo, más tarde, del cristianismo? La invención de Pablo, su medio para llegar a la tiranía del sacerdote: la creencia en la inmortalidad, o sea la doctrina del juicio...
43
Si se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el más allá —en la nada—, se ha arrebatado el centro de gravedad a la vida en general. La gran mentira de la inmortalidad personal destruye toda razón, toda naturaleza en el instinto; todo lo que en los instintos es benéfico, favorable a la vida; todo lo que garantiza el porvenir despierta desde entonces desconfianza. Vivir de modo que la vida no tenga ningún sentido, es ahora el sentido de la vida...
1 comment