Momento de la salvación terrenal. El hombre ha arrojado todo lo que le protegía y sostenía, pero le engañaba y atraía fuera de sí. Tiene que determinar su propia existencia. Se vuelve Dios, no según la Biblia, conociendo el bien y el mal, sino más allá del bien y del mal. Es ya divino puesto que tiene que crearse a sí mismo en un acto libre. Tiene que crearse ex nihilo. La más alta verdad es que el mundo carece de verdad preexistente. La más alta verdad, la que liberta, es infinitamente creadora.
Los débiles, los que desesperan, estarán más y más desesperados: aceptarán la nada y desaparecerán. El hombre que ama poderosamente la existencia —en quien la potencia creadora se afirma— está al contrario aguijoneado por esta visión de la nada. Mira al abismo sin vértigo y por este lado afirma la alta potencia de la vida; y la afirma de nuevo, sin protección, sin apoyo, heroicamente. Aceptando totalmente la prueba, triunfa de ella. Lanza un decreto soberano y total y renueva el ser y proclama en fin la verdad de un mundo sin verdad. Sobrepasa el nihilismo. La vida, desde este momento, rebasa las contradicciones: ilusión y verdad, conocer y ser, bien y mal, placer y dolor, seriedad y ausencia de lo serio, vida y muerte. El acto inaugural es a la vez espiritual y cósmico. Es eminentemente personal y, sin embargo, está más allá del Yo y del No-Yo. El espíritu carnal y terrestre, el superhombre, se afirma así. Con este acto, que según Nietzsche es absolutamente revolucionario, comienza —en una atmósfera de potencia, de lucidez, con un ritmo de danza ligera y ebria— ¡el superhombre! Pronto vendrán los nuevos Hiperbóreos que tendrán “oídos nuevos para una música nueva: conciencia nueva para verdades nuevas”. Ellos desarrollarán las consecuencias de la nueva revelación y crearán totalmente la grandeza que se ha perdido en medio de las falsas afirmaciones metafísicas y religiosas.
Un tránsito misterioso se opera en toda gran obra de arte. Las tinieblas se metamorfosean en luz, el sueño y el ensueño en ideas, la existencia encadenada al tiempo, a la lucha, a la muerte, a la nada, a la verdad y a la ilusión, en forma pura. Esta gran liberación tiene que cumplirse para la existencia total y para la vida en su profundidad. El fundamento de nuestro ser, la potencia, es llamado a la luz en este paroxismo de tensión. Dioniso, habiendo asumido el peso de la existencia, descubre su identidad con Cristo. Se ha sobrepasado volviéndose Apolo y Sócrates, mientras que el conocimiento, salido de Sócrates, se une a la música que nace de las profundidades del alma.
¿Ascetismo? ¿Renunciamiento? No. Gozo. Gozo de gustar sin amargura, libremente, “de todas las cosas buenas”. Gozo profundo: más allá del placer y del dolor.
La existencia se trasciende sin salir de ella misma. Tenemos que entrar, según Nietzsche, en la gran resurrección que seguirá al nihilismo: en la superabundancia de formas espirituales y de gozo terrestre no fingidos En la despreocupación radiante. El espíritu se vuelve otra vez niño.
Ha sido encontrada.
¿Quién? La eternidad.
Es la mar mezclada
Con el sol,
había escrito Rimbaud, evocando, como Nietzsche, la unión de las profundidades y de la luz. Las barreras entre los seres, los límites, serán rotos por Dioniso vencedor, dios de la metamorfosis que recorrerá libremente las formas.
Las posibilidades del mundo estaban agotadas.
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