El archivo de Sherlock Holmes

 

El archivo de Sherlock Holmes es un conjunto de cuentos breves escritos por Arthur Conan Doyle, cuyo protagonista es Sherlock Holmes. La mayoría de los cuentos están relatados por el doctor Watson, el fiel compañero de Holmes. El archivo de Sherlock Holmes está integrado por las siguientes narraciones:

La piedra preciosa de Mazarino

El problema del puente de Thor

El hombre que trepaba

El Vampiro de Sussex

los tres Garridebs

El cliente ilustre

Los Tres Gabletes

El soldado de la piel decolorada

La melena de león

El fabricante de colores retirado

La inquilina del velo

Shoscombe Old Place

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Arthur Conan Doyle

El Archivo de Sherlock Holmes

ePUB v1.0

JerGeoKos 12.11.12

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Título original: The Case-Book of Sherlock Holmes

Arthur Conan Doyle, 1927.

Editor original: JerGeoKos (v1.0)

ePub base v2.0

1. La aventura de la piedra preciosa de Mazarino

Fue un placer para el doctor Watson verse de nuevo en la descuidada habitación del primer piso de la calle Baker, que había sido el punto de arranque de tantas aventuras extraordinarias. Miró a su alrededor, fijándose en los mapas científicos que había en la pared, en el banco de operaciones químicas comido por los ácidos, en la caja del violín apoyada en un rincón y en el recipiente de carbón, donde se guardaban en otro tiempo las pipas y el tabaco. Por último, sus ojos fueron a posarse en la cara fresca y sonriente de Billy, el joven pero inteligente y discreto botones, que había contribuido un poco a llenar el hueco de soledad y de aislamiento que rodeaba la figura sombría del gran detective.

—Parece que aquí no ha cambiado nada, Billy. y tú tampoco cambias. ¿Se podrá decir de él lo mismo?

Billy dirigió la mirada llena de solicitud hacia la puerta del dormitorio que estaba cerrada, y contestó:

—Creo que está en cama y dormido.

Eran las siete de la tarde de un encantador día veraniego, pero el doctor Watson se hallaba lo bastante familiarizado con la irregularidad del horario de vida de su viejo amigo para experimentar ninguna sorpresa por ese hecho.

—Supongo que esto significa que se halla metido en algún caso.

—Sí, señor; precisamente ahora está dedicado al mismo con todo ahínco. Yo temo por su salud. Lo encuentro cada día más pálido y más delgado y no come nada. “¿Cuándo le darán ganas de comer, señor Holmes?, preguntó la señora Hudson, y él contestó: “Pasado mañana, a las siete y media”. Ya sabe cómo se vive cuando un caso despierta real interés.

—Sí, Billy, ya lo sé.

—Anda tras la pista de alguien. Ayer salió a la calle disfrazado de obrero en busca de trabajo. Hoy salió de mujer anciana. Y a mí me engañó, aunque tengo motivos para conocer ya sus artimañas.

Billy apuntó con el dedo hacia una sombrilla muy voluminosa que estaba apoyada contra el sofá y dijo:

—Es una de las prendas del equipo de la anciana.

—Pero ¿de qué trata todo ello, Billy?

Billy bajó la voz, como quien habla de grandes secretos de estado:

—No me importa contárselo, señor; pero debe quedar entre nosotros dos. Se trata del caso del diamante de la Corona.

—¡Cómo! ¿Del que vale cien mil libras y ha sido robado?

—Sí, señor. Es preciso recuperarlo. ¡El Primer Ministro y el Ministro del Interior estuvieron sentados en ese mismo sofá! El señor Holmes los trató con mucha amabilidad. Les tranquilizó y les prometió que haría todo cuanto pudiera. Vino también lord Cantlemere...

—¡Ah!

—Sí, señor; usted sabe lo que esto significa. Ese hombre es de los tiesos, si se me permite decirlo. Yo trago al Primer Ministro, y no tengo nada que decir contra el Ministro del Interior, que me dio la impresión de ser un hombre cortés y servicial, pero no me cae bien su señoría. Lo mismo le ocurre al señor Holmes. Fíjese en que ese lord no tenía fe en el señor Holmes y se oponía a que se le diese intervención en el asunto. Aseguraba que fracasaría.

—¿Y el señor Holmes lo sabe?

—El señor Holmes sabe todo lo que hay que saber.

—Bien, esperemos que no fracase y que lord Cantlemere se vea desairado. Pero, dime, Billy: ¿a qué viene esa cortina que tapa la ventana?

—El señor Holmes la colocó hace tres días. Tapa una cosa curiosa que hay al otro lado.

Billy avanzó y apartó la cortina que ocultaba el hueco que formaba el mirador.

El doctor Watson no pudo reprimir una exclamación de asombro. Había allí un facsímil de su viejo amigo, con su bata y todo, la cara vuelta en sus tres cuartas partes hacía la ventana y mirando hacia abajo, como si leyera un libro invisible mientras su cuerpo se hallaba profundamente hundido en el sillón. Billy separó la cabeza del muñeco y la mantuvo en alto.

—La cambiamos adaptándola a diferentes ángulos, a fin de que parezca más viva. Yo no me atrevería a tocarla si no estuviera bajada la cortina.