Ya me habló Billy..., la joya de la Corona que ha desaparecido.
—Sí, la magnífica piedra amarilla de Mazarino. He tirado mi red y tengo dentro de ella el pez. Pero no he conseguido encontrar la piedra. ¿Qué adelanto con aprenderlos? Podemos hacer que el mundo sea un lugar mejor dándoles la zancadilla y sujetándolos. Pero yo no me he lanzado a esa empresa. Lo que yo necesito es la piedra.
—¿Y es este conde Sylvius uno de los peces a que se refiere?
—Sí; es el tiburón. Muerde. El otro es Sam Merton, el boxeador. No es mala persona Sam; pero el conde se ha servido de él. Sam no es un tiburón. Es un gobio corpulento, estúpido y de cabeza de toro. Pero, a pesar de ello, anda aleteando dentro de mi red.
—¿Dónde se encuentra el conde Sylvius?
—Lo he tenido toda la mañana a mi lado. Usted, Watson, me ha visto en ocasiones disfrazado de anciana. Jamás lo estuve de manera más convincente. Ese hombre llegó incluso a recoger mi sombrilla. “Permítame, señora...”, me dijo. Es medio italiano, ¿sabe usted?, y cuando está de buen humor tiene toda la simpatía del Sur, aunque cuando está de malas es el mismísimo diablo encarnado. La vida está llena de hechos caprichosos, Watson.
—Habría podido ser una pura tragedia.
—Sí, quizá sí. Lo seguí hasta el antiguo taller de Straubenze, en Minories. Straubenze fabricó el fusil de aire comprimido, una obra magnífica, según tengo entendido, y que supongo que debe encontrarse en este instante en una ventana frente a la mía. ¿Ha visto el muñeco? Sí, claro que Billy se lo enseñaría. Bien, en cualquier momento puede recibir un balazo en su hermosa cabeza. ¡Ah, Billy! ¿Qué ocurre?
El muchacho había reaparecido en la habitación con una tarjeta en una bandeja. Holmes la miró con las cejas arqueadas y con una sonrisa divertida.
—Ahí está en persona. No me esperaba esto. ¡Agarre la ortiga, Watson! Es un hombre de temple. Quizá conozca la fama que goza como buen tirador de caza mayor. Desde luego que constituiría un final glorioso de su historia deportiva que me echase a mí a la bolsa. Esta es una demostración de que siente la punta de mi pie cerca de su talón.
—Llame a la policía.
—Tendré probablemente que hacerlo. Pero todavía no.
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