¡Hola! ¿Qué es esto?

Se oyó un leve crujido que parecía proceder de la ventana. Ambos hombres se volvieron rápidos, pero todo estaba tranquilo. Fuera de aquel muñeco extraño sentado en el sillón, no había sin duda alguna nadie más en el cuarto.

—Hay algo en la calle —dijo Merton—. Mire, jefe, usted tiene el cerebro. Seguramente encontrará la forma de salir de esta situación. Si asestarle un golpe no lo es, entonces la solución es toda suya.

—He engañado a mejores hombre que él —contestó el conde—. La piedra está aquí en mi bolsillo secreto. No corrí riesgos al ocultarla. Puede estar fuera de Inglaterra esta noche y dividida en cuatro piezas en Ámsterdam antes del Domingo. Holmes no sabe nada de Van Seddar.

—Pensé que Van Seddar se iría la próxima semana.

—Así iba a ser. Pero ahora deberá salir en el próximo ferry. Uno de los dos debe escabullirse con la piedra hacia la calle Lima y decírselo.

—Pero el falso fondo no está hecho todavía.

—Bien, debe tomarlo como está y arriesgarse. No hay ni un momento que perder —nuevamente, con el sentido de peligro que se convierte en un instinto en el deportista, se detuvo y observó fijamente hacia la ventana. Sí, era seguro que desde la calle venía ese débil sonido—. Respecto a Holmes —continuó—, podemos engañarlo fácilmente. Verás, el condenado tonto no nos arrestará si le damos la piedra. Bien, le prometeremos la piedra. Lo pondremos sobre el camino equivocado, y antes de que descubra que está por mal camino, el diamante estará en Holanda y nosotros fuera del país.

—¡Eso suena genial! —exclamó Sam Merton con una amplia sonrisa.

—Puedes irte y decirle al holandés que se mueva. Yo veré a este tonto y lo llenaré con confesiones falsas. Le diré que la piedra está en Liverpool. ¡Cómo me aturde esa melancólica música!; ¡Me pone de los nervios! En el momento en que averigüe que no está en Liverpool ya estará dividida en cuartos y nosotros sobre el agua azul. Ven aquí, ponte fuera de la línea de visión de la cerradura. Aquí está la piedra.

—Me extraña que se atreva a llevarla encima.

—¿Dónde puedo mantenerla segura? Si pudimos sacarla de Whitehall alguien más podría seguramente alejarla de mí.

—Echémosle una mirada.

El conde Sylvius lanzó algo así como una mirada poco halagadora hacia su socio e hizo caso omiso de las manos sucias que se extendían hacia él.

—¿Qué... piensa que voy a robárselo? Mire, señor, me estoy cansando de sus métodos.

—Bien, bien, sin ofensas, Sam. No podemos permitirnos una disputa. Ven hacía la ventana si quieres ver adecuadamente la belleza de la piedra. ¡Ahora sostén la lámpara! ¡Aquí!

—¡Gracias!

Con un simple salto10 Holmes brincó de la silla del maniquí y atrapó la preciosa gema. La sostuvo en una sola mano, mientras que con la otra apuntaba un revólver a la cabeza del conde. Los dos villanos retrocedieron con absoluto asombro. Antes de que se recobraran Holmes presionó el timbre eléctrico.

—¡Sin violencia, caballeros...