Y fue siempre así. Yo no sé mucha historia, pero lo que sé coincide con esto, ni podía dejar de coincidir… ¿Qué salió de las agitaciones políticas de Roma? El Imperio Romano y su despotismo militar. ¿Qué salió de la Revolución Francesa? Napoleón y su despotismo militar. Y ud. verá lo que sale de la Revolución Rusa… Algo que va a atrasar decenas de años la realización de la sociedad libre… También, ¿qué podía esperarse de un pueblo de analfabetos y de místicos?…

»En fin, esto ya está fuera de la conversación… ¿Ud. entendió mi argumento?

—Lo entendí perfectamente.

—Ud. comprende por consiguiente que yo llegué a esta conclusión: Fin: la sociedad anarquista, la sociedad libre; medio: el pasaje, sin transición, de la sociedad burguesa a la sociedad libre. Este pasaje sería preparado y vuelto posible por una propaganda intensa, completa, absorbente, en forma tal de predisponer a todos los espíritus y debilitar todas las resistencias. Está claro que por «propaganda» no entiendo sólo la de la palabra escrita y hablada: entiendo todo, acción indirecta o directa, cuanto puede predisponer a la sociedad libre y debilitar la resistencia a su venida. Así, no teniendo casi ninguna resistencia que vencer, la revolución social, cuando viniese, sería rápida, fácil, y no tendría que establecer ninguna dictadura revolucionaria, por no tener contra quién aplicarla. Si esto no puede ser así, es que el anarquismo es irrealizable; y si el anarquismo es irrealizable, sólo es defendible y justa, como ya le demostré, la sociedad burguesa.

»Ahí tiene ud. por qué y cómo me volví anarquista, y por qué es que rechacé, como falsas y antinaturales, las otras doctrinas sociales de menor osadía.

»Y rápido… Vamos a continuar mi historia.

Hizo estallar un fósforo y encendió lentamente el cigarro. Se concentró y enseguida prosiguió.

—Había otros varios muchachos con las mismas opiniones que yo. La mayoría eran obreros, pero había uno u otro que no lo era; lo que éramos todos, era pobres y, que yo recuerde, no éramos muy estúpidos. Había una cierta voluntad de instruirse, de saber cosas, y al mismo tiempo una voluntad de propaganda, de esparcir nuestras ideas. Queríamos para nosotros y para los otros, para la humanidad entera, una sociedad nueva, libre de todos estos preconceptos, que hacen a los hombres desiguales artificialmente y les imponen inferioridades, sufrimientos, estrecheces, que la Naturaleza no les había impuesto. En mi caso, lo que leía me reafirmaba en estas opiniones. En libros libertarios baratos, los que había en ese tiempo, y ya eran bastantes, leí casi todo. Fui a conferencias y reuniones de los propagandistas de la época. Cada libro y cada discurso me convencía más de la certeza y de la justicia de mis ideas. Lo que yo pensaba entonces, le repito, mi amigo, es lo que pienso hoy; la única diferencia es que entonces sólo lo pensaba, y hoy lo pienso y lo practico.

—Pues sí; eso, hasta donde veo, está muy bien. Está muy claro que ud. se volviese anarquista de esa manera, y veo perfectamente que ud. era anarquista. No necesito más pruebas de eso. Lo que yo quiero saber es cómo es que de ahí salió el banquero… cómo es que salió de ahí sin contradicción… Esto es, más o menos ya calculo…

—No, no calcula nada… Yo sé lo que ud. quiere decir… Ud. se basa en los argumentos que me acaba de oír y juzga que yo encontré al anarquismo irrealizable y por eso, como le dije, sólo defendible y justa a la sociedad burguesa, ¿no es así?…

—Sí, pensé que sería más o menos eso…

—¿Pero cómo podía serlo, si desde el principio de la conversación le tengo dicho y repetido que soy anarquista, que no sólo lo fui sino que continúo siéndolo? Si yo me hubiera vuelto banquero y comerciante por la razón que ud. juzga, yo no sería anarquista, sería burgués.

—Sí, ud. tiene razón… ¿Pero entonces cómo diablos…? Vamos, vaya diciendo…

—Como le dije, yo era (fui siempre) más o menos lúcido, y también un hombre de acción.