Fue algo bastante sombrío, digno de compasión… nada extraordinario sin embargo… ni tampoco muy claro. No, no muy claro. Y sin embargo parecía arrojar una especie de luz.
Acababa yo de volver, como recordaréis, a Londres, después de una buena dosis de Océano Índico, de Pacífico y de Mar de China; una dosis más que suficiente de Oriente, seis años o algo así, y había comenzado a holgazanear, impidiendoos trabajar, invadiendo vuestras casas, como si hubiera recibido la misión celestial de civilizaros. Por un breve periodo aquello resultaba excelente, pero después de cierto tiempo comencé a fatigarme de tanto descanso. Entonces empecé a buscar un barco; hubiera aceptado hasta el trabajo más duro de la tierra. Pero los barcos parecían no fijarse en mí, y también ese juego comenzó a cansarme.
Debo decir que de muchacho sentía pasión por los mapas. Podía pasar horas enteras reclinado sobre Sudamérica, África o Australia, y perderme en los proyectos gloriosos de la exploración. En aquella época había en la tierra muchos espacios en blanco, y cuando veía uno en un mapa que me resultaba especialmente atractivo (aunque todos lo eran), solía poner un dedo encima y decir: cuando crezca iré aquí. Recuerdo que el Polo Norte era uno de esos espacios. Bueno, aún no he estado allí, y creo que ya no he de intentarlo. El hechizo se ha desvanecido. Otros lugares estaban esparcidos alrededor del ecuador, y en toda clase de latitudes sobre los dos hemisferios. He estado en algunos de ellos y… bueno, no es el momento de hablar de eso. Pero había un espacio, el más grande, el más vacío por así decirlo, por el que sentía verdadera pasión.
En verdad ya en aquel tiempo no era un espacio en blanco. Desde mi niñez se había llenado de ríos, lagos, nombres. Había dejado de ser un espacio en blanco con un delicioso misterio, una zona vacía en la que podía soñar gloriosamente un muchacho. Se había convertido en un lugar de tinieblas. Había en él especialmente un río, un caudaloso gran río, que uno podía ver en el mapa, como una inmensa serpiente enroscada con la cabeza en el mar, el cuerpo ondulante a lo largo de una amplia región y la cola perdida en las profundidades del territorio. Su mapa, expuesto en el escaparate de una tienda, me fascinaba como una serpiente hubiera podido fascinar a un pájaro, a un pajarillo tonto. Entonces recordé que había sido creada una gran empresa, una compañía para el comercio en aquel río. ¡Maldita sea! Me dije que no podían desarrollar el comercio sin usar alguna clase de transporte en aquella inmensidad de agua fresca. ¡Barcos de vapor! ¿Por qué no intentaba yo encargarme de uno? Seguí caminando por Fleet Street, pero no podía sacarme aquella idea de la cabeza. La serpiente me había hipnotizado.
Como todos sabéis, aquella compañía comercial era una sociedad europea, pero yo tengo muchas relaciones que viven en el continente, porque es más barato y no tan desagradable como parece, según cuentan.
Me desconsuela tener que admitir que comencé a darles la lata. Aquello era completamente nuevo en mi. Yo no estaba acostumbrado a obtener nada de ese modo, ya lo sabéis. Siempre seguí mi propio camino y me dirigí por mis propios pasos a donde me había propuesto ir. No hubiera creído poder comportarme de ese modo, pero estaba decidido en esa ocasión a salirme con la mía. Así que comencé a darles la lata. Los hombres dijeron 'mi querido amigo' y no hicieron nada. Entonces, ¿podéis creerlo?, me dediqué a molestar a las mujeres.
1 comment