'Nunca los vuelvo a ver', comentó, 'además, los cambios se producen en el interior, sabe usted.' Se río como si hubiera dicho alguna broma placentera. 'De modo que va usted a ir. Debe ser interesante.' Me lanzó una nueva mirada inquisitiva e hizo una nueva anotación. '¿Ha habido algún caso de locura en su familia?', preguntó con un tono casual. Me sentí fastidiado. '¿También esa pregunta tiene algo que ver con la ciencia?' 'Es posible', me respondió sin hacer caso de mi irritación, 'a la ciencia le interesa observar los cambios mentales que se producen en los individuos en aquel sitio, pero…' '¿Es usted alienista?', lo interrumpí. 'Todo médico debería serlo un poco', respondió aquel tipo original con tono imperturbable. 'He formado una pequeña teoría, que ustedes, señores, los que van allá, me deberían ayudar a demostrar. Ésta es mi contribución a los beneficios que mi país va a obtener de la posesión de aquella magnífica colonia. La riqueza se la dejo a los demás. Perdone mis preguntas, pero usted es el primer inglés a quien examino.' Me apresuré a decirle que de ninguna manera era yo un típico inglés. 'Si lo fuera, no estaría conversando de esta manera con usted.' 'Lo que dice es bastante profundo, aunque probablemente equivocado', dijo riéndose. 'Evite usted la irritación más que los rayos solares. Adiós. ¿Cómo dicen ustedes, los ingleses? Good-bye. ¡Ah! Good-bye. Adieu. En el trópico hay que mantener sobre todas las cosas la calma.' Levantó el índice e hizo la advertencia: 'Du calme, du calme. Adieu.'

Me quedaba todavía algo por hacer, despedirme de mi excelente tía. La encontré triunfante. Me ofreció una taza de té. Fue mi última taza de té decente en muchos días. Y en una habitación muy confortable, exactamente como os podéis imaginar el salón de una dama, tuvimos una larga conversación junto a la chimenea. En el curso de sus confidencias, resultó del todo evidente que yo había sido presentado a la mujer de un alto funcionario de la compañía, y quién sabe ante cuántas personas más, como una criatura excepcionalmente dotada, un verdadero hallazgo para la compañía, un hombre de los que no se encuentran todos los días. ¡Cielos! ¡Yo iba a hacerme cargo de un vapor de dos centavos! De cualquier manera parecía que yo era considerado como uno de tantos trabajadores, pero con mayúsculas. Algo así como un emisario de la luz, como un individuo apenas ligeramente inferior a un apóstol. Una enorme cantidad de esas tonterías corría en los periódicos y en las conversaciones de aquella época, y la excelente mujer se había visto arrastrada por la corriente. Hablaba de 'liberar a millones de ignorantes de su horrible destino', hasta que, palabra, me hizo sentir verdaderamente incómodo. Traté de insinuar que lo que a la compañía le interesaba era su propio beneficio.

'Olvidas, querido Charlie, que el trabajador merece también su recompensa', dijo ella con brío. Es extraordinario comprobar cuán lejos de la realidad pueden situarse las mujeres. Viven en un mundo propio, y nunca ha existido ni podrá existir nada semejante. Es demasiado hermoso; si hubiera que ponerlo en pie se derrumbaría antes del primer crepúsculo.