Dígame únicamente cómo es, y dentro de un momento se lo traigo.
—¡Bueno! No tiene nada de quiromántico. Quiero decir... que no tiene nada misterioso, nada esotérico, ningún aspecto romántico. Es un hombrecillo grueso, con una cabeza cómicamente calva y unas grandes gafas con montura de oro, un personaje entre médico de cabecera y abogado rural. Siento que sea así, pero no es mi culpa. ¡La gente es tan molesta! Todos mis pianistas tienen el tipo exacto de poetas, y todos los poetas, el de los pianistas. Recuerdo que la temporada pasada invité a comer a un horroroso conspirador, hombre que, según se decía, hizo polvo a una infinidad de gente, y llevaba constantemente una cota de mallas y un puñal oculto en la manga de la camisa. ¿Creerán que cuando vino parecía un anciano clérigo, encantador, y estuvo contando chistes toda la noche? La verdad es que estuvo muy divertido, y todo eso; pero yo me sentía terriblemente desilusionada. Cuando le pregunté por su cota de mallas, nada más se rió, y me dijo que era demasiado fría para usarla en Inglaterra... ¡Ah, ya está aquí mister Podgers! Bueno, mister Podgers, desearía que leyese usted la mano de la duquesa de Paisley... Duquesa, tiene usted que quitarse el guante... No, no, el de la izquierda... el otro...
—Mi querida Gladys, realmente no creo que esto sea debido —replicó la duquesa desabrochando, displicente, un guante de cabritilla, bastante sucio.
—Lo que es interesante nunca está bien —dijo lady Windermere— On a fait le monde ainsi[3] Pero debo presentarla, duquesa de Paisley... Como diga usted que tiene un monte en la luna más desarrollado que el mío, no volveré a creer en usted.
—Estoy segura, Gladys, de que no habrá nada de eso en mi mano —intervino la duquesa en tono solemne.
—Mi señora está en lo cierto —contestó mister Podgers, echando un vistazo sobre la mano regordeta de dedos cortos y cuadrados. El monte de la luna no está desarrollado. Sin embargo, la línea de la vida es excelente. Tenga la amabilidad de doblar la muñeca... gracias... tres rayas clarísimas sobre su rescette...[4] Vivirá hasta una edad muy avanzada, duquesa, y será en extremo feliz... Ambición muy moderada, línea de la inteligencia sin exageración, línea del corazón...
—Sea usted discreto mister Podgers —interrumpió lady Windermere.
—Nada sería tan agradable para mí —respondió mister Podgers, inclinándose—, si la duquesa diese lugar a ello; pero siento tener que admitir que descubro una gran constancia en el afecto, combinada con un sentimiento arraigadísimo del deber.
—Siga usted mister Podgers —dijo la duquesa, complacida.
—La economía no es una de sus menores cualidades —continuó mister Podgers, y lady Windermere empezó a reír.
—La economía es un buen hábito —afirmó la duquesa, asintiendo—, cuando me casé con Paisley tenía once castillos, y ni una sola casa en condiciones de vivirse.
—Y ahora tiene doce casas, ni un solo castillo —exclamó lady Windermere.
—Bueno, querida —añadió la duquesa—, me gusta...
—El confort —dijo mister Podgers—. Y los adelantos modernos, y el agua caliente instalada en todos los dormitorios. Mi señora está en lo cierto. El confort es lo único que nuestra civilización nos puede dar.
—Ha descrito usted admirablemente el carácter de la duquesa, mister Podgers, y ahora tiene usted que decirnos el de lady Flora —y respondiendo a un gesto de cabeza de la sonriente anfitriona, una muchacha alta, con cabellos de color de arena dorada, muy escocesa, de hombros cuadrados, salió de detrás del sofá con un andar desmañado, y tendió su mano larga, huesuda, y de dedos espatulados.
—¡Ah! ¡Una pianista!, ya veo —exclamó mister Podgers—, una excelente pianista pero quizá apenas musical. Muy reservada, muy honrada, y con un gran cariño por los animales.
—¡Eso justamente! —exclamó la duquesa, volviéndose hacia lady Windermere—. ¡Absolutamente cierto! Flora tiene dos docenas de perros Collie en Macloskie, y convertiría nuestra casa de campo en una ménagerie, si su padre se lo consintiese.
—Bueno, eso es lo que hago yo con mi casa todos los jueves en la noche —dijo riendo lady Windermere—, nada más que a mí me gustan más los leones que los perros Collie.
—Ese es su error, lady Windermere —murmuró mister Podgers— haciendo una pomposa reverencia.
—Si una mujer no puede prestar encanto a sus errores, entonces no es más que una simple hembra —fue la contestación—. Pero deberá usted leer más manos para divertirnos. Venga acá, sir Thomas, enséñele la suya a mister Podgers. —Y un original tipo de anciano, ataviado con un chaqué blanco, se aproximó presentando una gruesa mano tosca, cuyo dedo medio era notablemente alargado.
—Una naturaleza de aventurero; cuatro largos viajes en el pasado, y otro por venir. Se ha encontrado en tres naufragios. No, sólo en dos; pero está en peligro de un naufragio en su próximo viaje.
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