Eran muy pobres, y los ungimos con la sangre de un cabritillo antes de dejarlos entrar en el nuevo reino. Eso era para impresionarlos, y después se establecieron tranquilamente, y Carnehan volvió con Oravot, que había ido a otro valle, todo nieve y hielo y muy montañoso. Allí no había gente y el Ejército tuvo miedo, así que Dravot mata a uno de un tiro, y sigue hasta que encuentra gente en un poblado, y el Ejército explica que a menos que la gente quiera que la maten es mejor que no disparen sus pequeños mosquetes, porque tenían mosquetes de mecha. Nos hacemos amigos del sacerdote, y yo me quedo allí solo con dos del Ejército, enseñando instrucción a los hombres, y un jefe imponente de grande se acerca a través de la nieve tañendo timbales y cuernos, porque ha oído que había un nuevo dios por los alrededores. Carnehan apunta a bulto desde una media milla y roza a uno de los hombres. Luego envía un mensaje al jefe, que a menos que quiera que lo maten, debe acercarse y estrecharme la mano y dejar sus armas detrás. Primero se acerca el jefe solo, y Carnehan le da la mano y agita los brazos, como Dravot hacía, y muy sorprendido que se quedó aquel jefe, y me acaricia las cejas. Después Carnehan se acerca solo al jefe, y le pregunta con gestos si tenía algún enemigo que odiase. “Lo tengo” dice el jefe. Así que Carnehan elige a los mejores hombres, y manda a los dos del Ejército a enseñarles instrucción, y al cabo de dos semanas los hombres maniobran tan bien como un cuerpo de voluntarios. Así que marcha con el jefe hacia una gran meseta en lo alto de una montaña, y los hombres del jefe atacan y toman un poblado, con nuestros tres Martinis disparando a bulto contra el enemigo. Así que también tomamos aquel poblado, y le doy al jefe un jirón de mi abrigo y le digo: “Ocúpalo hasta que vuelva”, lo cual es de la Biblia. A modo de advertencia, cuando yo y el Ejército estábamos a unas mil ochocientas yardas, dejo caer una bala a su lado, de pie en la nieve, y todo el mundo se tira al suelo de bruces. Luego mando una carta a Dravot donde quiera que esté, tierra o mar.

A riesgo de hacer que aquella criatura perdiese el hilo, le interrumpí:

—¿Cómo podía escribir una carta desde allí?

—¿La carta? ¡Oh, la carta! Siga mirándome entre los ojos, por favor. Era una carta de cuerda parlante, que habíamos aprendido de un mendigo ciego en el Punjab.

Recuerdo que una vez vino a la redacción un hombre ciego con un palito nudoso y un trozo de cuerda que enrollaba en torno al palito según un código propio. Tras un lapso de horas o de días, podía repetir la frase que le había enrollado. El hombre había reducido el alfabeto a once sonidos elementales, y trató de enseñarme su método, pero no pude entenderlo.

—Le mandé esa carta a Dravot —dijo Carnehan—, y le dije que volviera porque su reino estaba creciendo demasiado como para que yo lo controlara, y luego me dirigí al primer valle para ver cómo trabajaban los sacerdotes. El poblado que tomamos con el jefe lo llamaban Bashkai, y el primer poblado, Er-Heb. Los sacerdotes de Er-Heb lo estaban haciendo muy bien, pero tenían que enseñarme un montón de casos pendientes sobre las tierras, y algunos hombres de otro poblado habían estado disparando flechas por la noche. Busqué ese poblado, y disparé cuatro tiros desde unas mil yardas. Con eso gasté todos los cartuchos que quería gastar, y esperé a Dravot, que había estado fuera tres o cuatro meses, y mantuve a mi gente tranquila.

»Una mañana oí un ruido del diablo, tambores y cuernos, y Dan Dravot baja la colina con su Ejército y una cola de cientos de hombres y, lo más asombroso de todo, una enorme corona de oro en la cabeza. “Dios mío, Carnehan —dice Daniel—, este negocio es estupendo, y tenemos todo el país que vale la pena tener. ¡Soy el hijo de Alejandro y de la reina Semíramis, y tú eres mi hermano pequeño y también un dios! Es la cosa más grande que jamás hemos visto. He marchado al combate durante seis semanas con el Ejército, y cada insignificante aldea en cincuenta millas a la redonda se ha unido a él encantada; y todavía más, ¡tengo la clave de todo el espectáculo, como verás, y una corona para ti! Les dije que hicieran dos en un sitio llamado Shu, donde hay tanto oro en las rocas como sebo en la carne de cordero. Oro he visto, y turquesas he tirado de lo alto de los precipicios, y hay granates en las arenas del río, y aquí tienes un trozo de ámbar que un hombre me trajo. Llama a todos los sacerdotes y toma, coge tu corona.”

»Uno de los hombres abre una bolsa de pelo negro y saca la corona. Era demasiado pequeña y pesada, pero me la puse por aquello de la gloria. De oro batido era… cinco libras de peso, como el aro de un barril.

»“Peachey —dijo Dravot—, no nos hace falta seguir luchando. ¡El truco es la Orden, así que ayúdame! Y empuja hacia adelante a ese mismo jefe que yo dejé en Bashkai…” Billy Fish lo llamamos luego, de tanto como se parecía a Billy Fish, que conducía la locomotora en Mach-on-the-Bolan en los viejos tiempos. “Dale la mano”, dice Dravot, y yo le di la mano y casi me fui al suelo, porque Billy Fish me dio el Apretón.