Pero Dravot dice que si un rey no puede cantar no vale la pena ser rey, y golpeaba la grupa de las mulas, y nunca me hizo caso durante diez fríos días. Llegamos a un valle grande y llano entre las montañas, y las mulas estaban medio muertas, así que, no teniendo nada en particular para comer, ni nosotros ni ellas, las matamos. Seguidamente nos sentamos en las cajas, y jugamos a pares y nones con los cartuchos que se habían salido.
»Entonces diez hombres con arcos y flechas corrieron valle abajo, persiguiendo a veinte hombres con arcos y flechas, y la pelea era espantosa. Había hombres blancos, más blancos que usted y que yo, con el pelo amarillo y notablemente corpulentos. Y dice Dravot, sacando los rifles: “Aquí empieza el negocio. Lucharemos con los diez hombres”, y al decirlo dispara dos rifles sobre los veinte hombres, y derriba a uno de ellos a doscientas yardas desde la roca en que estaba sentado. El otro hombre echa a correr, pero Carnehan y Dravot se sientan en las cajas, matando uno tras otro más cerca o más lejos, valle arriba o valle abajo. Luego nos acercamos a los diez hombres que también habían echado a correr por la nieve, y nos lanzan una flechita de nada. Dravot dispara sobre sus cabezas, y todos se echan de bruces al suelo. Luego camina entre ellos y les da patadas, y los levanta y les estrecha la mano a todos para volverlos amistosos. Los llama y les da las cajas para que las lleven, y agita la mano como si ya fuera rey a ojos del mundo entero. Ellos los llevan a él y a las cajas a través del valle y colina arriba hasta un bosque de pinos en la cumbre, donde había media docena de grandes ídolos de piedra. Dravot se acerca al más grande, uno que llaman Imbra, y coloca a sus pies un rifle y un cartucho, frotando repetuosamente la nariz contra su nariz, dándole palmaditas en la cabeza y saludando delante de él. Se vuelve en redondo hacia los hombres, asiente y dice: “Muy bien. Yo también estoy en el secreto, y todas estas viejas pesadillas son mis amigos.” Después abre la boca y la señala, y cuando el primer hombre le trae comida dice “Sí” con mucha altanería, y come despacio. Así fue como llegamos a nuestro primer poblado, sin ningún problema, como si hubiéramos caído del cielo. Pero caímos de uno de esos malditos puentes de cuerda, ¿sabe?, y… no puede esperar que un hombre se ría mucho después de eso…
—Beba un poco más de whisky y continúe —dije—. Ése fue el primer poblado que encontraron. ¿Cómo llegó a ser rey?
—Yo no fui rey —dijo Carnehan—. Dravot era el rey, y muy distinguido que parecía con la corona de oro en la cabeza y todo eso. Él y la otra parte interesada se quedaron en aquel poblado, y todas las mañanas Dravot se sentaba al lado del viejo Imbra, y la gente venía y lo adoraba. Era orden de Dravot. Después un montón de hombres entraron en el valle, y Carnehan y Dravot les disparan con los rifles antes de que supieran dónde estaban, y los dos corren valle abajo y luego valle arriba y encuentran otro poblado, igual que el primero, y Dravot dice: “¿Qué problema hay entre los dos poblados?” y la gente señala a una mujer, tan blanca como usted o yo, que llevaban a rastras, y Dravot la lleva de vuelta al primer poblado y cuenta los muertos… ocho había. Por cada hombre muerto Dravot derrama un poco de leche sobre la tierra y agita los brazos como un molinete, y dice: “Está bien.” Luego él y Carnehan cogen del brazo al gran jefe de cada poblado y bajan al valle, y les enseñan a cavar una zanja con una lanza a lo largo del valle, y les dan a cada uno un terrón de tierra de ambos lados de la zanja. Luego todo el mundo baja y gritan como demonios y todo eso, y Dravot dice: “Id y labrad la tierra, y sed provechosos y multiplicaos.” Cosa que hicieron, aunque no entendieron nada. Luego preguntamos los nombres de las cosas en su jerga, pan, agua, fuego, ídolos y todo eso, y Dravot lleva junto al ídolo al sacerdote de cada poblado, y dice que él tiene que sentarse allí y juzgar a la gente, y que si algo sale mal pueden matarle de un tiro.
»A la semana siguiente todos andaban revolviendo la tierra del valle tan tranquilos como abejas y mucho más hermosos, y los sacerdotes escucharon todas las quejas y le contaron a Dravot con gestos de qué trataban. “Esto es el principio —dice Dravot—. Creen que somos dioses.” Él y Carnehan eligen veinte hombres útiles y les enseñan a disparar un rifle, y a formar a cuatro, y a avanzar en línea, y ellos estaban muy contentos, y lo entendían todo muy deprisa. Luego él saca su pipa y su bolsa de tabaco, y deja la una en un poblado, y la otra en el otro, y allá vamos los dos a ver qué hay por hacer en el siguiente valle. Era todo de rocas, y había un poblado pequeño, y Carnehan dice: “Mándalos al otro valle a plantar la tierra”, y los lleva allí, y les da tierra que no era de nadie.
1 comment