Luego se empeñó en volver solo y matar a los sacerdotes con sus propias manos; y podía haberlo hecho.

»“Soy un emperador —dice Daniel—, y el año que viene seré un caballero de la reina.”

»Sí, Dan —digo yo—, pero ven ahora, mientras hay tiempo.

»“Es culpa tuya —dice él—, por no cuidar mejor de tu Ejército. Se preparaba una rebelión, y tú no lo sabías… ¡Tú, condenado maquinista, obrero de mierda, sabueso de misionario!” —Se sentó en una roca y me llamó todos los sucios nombres que le venían a la cabeza. Yo estaba demasiado harto para que me importara, aunque fueron todas sus necedades las que provocaron la crisis.

»Lo siento, Dan —digo—, pero nadie sabe mucho sobre los nativos. Este asunto es nuestro Cincuenta y Siete. Quizás todavía podamos hacer algo, cuando lleguemos a Bashkai.

»“Entonces vamos a Bashkai —dice Dan—. ¡Y por Dios que cuando vuelva aquí barreré este valle hasta que no quede ni una chinche en una manta!”

»Caminamos durante todo el día, y durante toda la noche Dan paseó pesadamente por la nieve, arriba y abajo, mascando su barba y murmurando para sí.

»“No hay esperanzas de escapar —dice Billy Fish—. Los sacerdotes habrán enviado corredores a los poblados para decir que no sois más que hombres. ¿Por qué no seguisteis haciéndoos pasar por dioses hasta que las cosas estuvieran más tranquilas? Soy hombre muerto” —dice Billy Fish, y se echa de bruces en la nieve y empieza a rezar a sus dioses.

»A la mañana siguiente llegamos a unas tierras crueles: todo subir y bajar, nada de llanuras, y ni sombra de comida. Los seis hombres de Bashkai miraron hambrientos a Billy Fish como si quisieran preguntar algo, pero no dijeron una palabra. A mediodía vimos la cima de una montaña chata y completamente cubierta de nieve, y cuando trepamos por ella, ¿qué pasó? ¡Pues que a medio camino esperaba un Ejército en posición!

»“Los corredores han sido muy rápidos —dice Billy Fish, dejando escapar una risita—. Nos están esperando.”

»Tres o cuatro hombres empezaron a disparar desde las filas del enemigo, y una bala perdida alcanzó a Daniel en la pantorrilla. Eso le devolvió el juicio. Mira sobre la nieve hacia el Ejército, y ve los rifles que habíamos metido en el país.

»“Esto es el final —dice—. Esa gente es inglesa… y es mi maldita estupidez la que lo ha causado todo. Vuelve, Billy Fish, y llévate a tus hombres; has hecho lo que podías, y ahora tienes que irte. Carnehan —dice—, dame la mano y vete con Billy. Puede que no te maten. Yo iré solo a su encuentro. Fui yo el que hizo esto. ¡Yo, el rey!”

»¡Irme! —digo—. ¡Vete tú al infierno, Dan! Yo estoy contigo. Billy Fish, huye, y nosotros nos enfrentaremos a esa gente.

»“Soy un jefe —dice Billy Fish, con mucha calma—. Me quedo con vosotros. Mis hombres pueden irse.”

»No tuvo que decirlo dos veces; los de Bashkai echaron a correr, y Dan y yo y Billy Fish avanzamos hacia donde tocaban los tambores y los cuernos. Hacía frío… un frío terrible. Tengo ese frío metido en la nuca. Sí, aquí tengo un pedazo de frío.

Los coolies encargados del punkah se habían ido a dormir. Dos lámparas de queroseno brillaban en la oficina: el sudor me corría por la frente, y salpicó el secante cuando me incliné. Carnehan estaba temblando, y temí que su mente temblara también. Me sequé la cara, cogí aq .ellas manos lastimosamente destrozadas y dile:

—¿Qué pasó después?

El momentáneo movimiento de mis ojos había roto la clara corriente.

—¿Qué quiere decir? —gimió Carnehan—.