Los cogieron sin hacer el menor ruido. Ni un solo susurro en toda aquella nieve, ni aunque el rey derribó al primer hombre que le puso las manos encima… ni aunque el viejo Peachey disparó su último cartucho contra ellos. Aquellos puercos no hicieron el menor de los ruidos. Simplemente nos cercaron cada vez más, y le aseguro que sus pieles apestaban. Había un hombre llamado Billy Fish, un buen amigo nuestro, y le cortaron el cuello, señor, entonces y allí mismo, como a un cerdo; y el rey le da una patada a la sangrienta nieve y dice: «Buen premio recibimos por nuestros esfuerzos. ¿Y ahora qué?» Pero Peachey, Peachey Taliaferro, se lo digo en confianza, señor, como entre dos amigos, perdió la cabeza, señor. No, no es eso. El rey perdió la cabeza, así que él también la perdió, en uno de esos ingeniosos puentes de cuerda. Por favor, déjeme coger el abrecartas, señor. Se inclinaba hacia este lado. Le hicieron caminar una milla por la nieve hacia un puente de cuerda sobre un barranco, con un río allá al fondo. Puede que usted haya visto alguno así. Le aguijonearon como a un buey para que avanzara.

»“¡Malditos seais! —dice el rey—. ¿Creéis que no puedo morir como un caballero?” —Se vuelve hacia Peachey… Peachey, que estaba llorando como un niño—. “Yo te he arrastrado a esto, Peachey —dice—. Hice que dejaras una vida feliz para que te maten en Kafiristán, siendo excomandante en jefe de las fuerzas del emperador. Di que me perdonas, Peachey.”

»Te perdono —dice Peachey—. De todo corazón y libremente te perdono, Dan.

»“Dame la mano, Peachey —dice él—. Tengo que irme.”

»Y empieza a andar, sin mirar a derecha ni a izquierda, y cuando estaba justo en el centro de aquellas vertiginosas cuerdas que no dejaban de bailar, grita:

»“¡Cortad, piojosos!”

»Y ellos cortan, y el viejo Dan cae, dando vueltas y vueltas y más vueltas, veinte mil millas, porque tardó media hora en caer hasta que se estrelló contra las aguas, y vi su cuerpo tendido en una roca con la corona de oro muy cerca de él.

»¿Pero sabe lo que le hicieron a Peachey entre dos pinos? Lo crucificaron, señor, como las manos de Peachey demostrarán. Usaron estacas de madera en sus pies y sus manos; y él no murió. Se quedó allí colgado y gritando, y lo bajaron al día siguiente, y dijeron que era un milagro que no estuviera muerto. Lo bajaron… pobre y viejo Peachey, que no les había hecho ningún daño… que no les había hecho ningún…

Se meció hacia delante y atrás y lloró amargamente, secándose los ojos con el dorso de aquellas manos marcadas y lamentándose como un niño durante cerca de diez minutos.

—Fueron lo bastante crueles como para darle de comer en el templo, porque dijeron que era más dios que el viejo Daniel, que sólo era un hombre. Después le sacaron a la nieve y le dijeron que se fuera a su casa, y Peachey volvió a su casa al cabo de un año, mendigando a salvo por los caminos; porque Daniel Dravot caminaba delante de él y le decía: «Venga, Peachey. Lo estamos haciendo muy bien». Las montañas bailaban por la noche, y las montañas intentaban caer sobre la cabeza de Peachey, pero Dan le llevaba de la mano, y Peachey avanzaba encorvado. Nunca soltó la mano de Dan, ni soltó la cabeza de Dan. Se la dieron de regalo en el templo, para recordarle que no volviera, y aunque la corona era de oro puro, y Peachey se moría de hambre, Peachey nunca la vendió. ¡Usted conoció a Dravot, señor! ¡Conoció a Su Alteza el Hermano Dravot! ¡Mírelo ahora!

Hurgó entre el montón de harapos que le rodeaban la doblada cintura; sacó una bolsa negra de pelo de caballo, bordada con hilo de plata, y la sacudió hasta que algo cayó sobre la mesa… ¡La seca y marchita cabeza de Daniel Dravot! El sol de la mañana, que llevaba un buen rato haciendo palidecer las lámparas, se reflejó en la barba roja y en los ojos ciegos y hundidos; se reflejó, también, en un pesado círculo de oro tachonado de turquesas sin pulir, que Carnehan colocó tiernamente sobre las magulladas sienes.

—Fíjese en esto —dijo Carnehan—. El emperador tal y como era cuando vivía… El rey de Kafiristan con su corona en la cabeza. ¡Pobre y viejo Daniel, que llegó a ser monarca!

Me estremecí, porque, a pesar de lo desfigurada que estaba, reconocía la cabeza del hombre de Marwar Junction.