Carnehan —dice—, dame la mano y vete con Billy. Puede que no te maten. Yo iré solo a su encuentro. Fui yo el que hizo esto. ¡Yo, el rey!”

»¡Irme! —digo—. ¡Vete tú al infierno, Dan! Yo estoy contigo. Billy Fish, huye, y nosotros nos enfrentaremos a esa gente.

»“Soy un jefe —dice Billy Fish, con mucha calma—. Me quedo con vosotros. Mis hombres pueden irse.”

»No tuvo que decirlo dos veces; los de Bashkai echaron a correr, y Dan y yo y Billy Fish avanzamos hacia donde tocaban los tambores y los cuernos. Hacía frío… un frío terrible. Tengo ese frío metido en la nuca. Sí, aquí tengo un pedazo de frío.

Los coolies encargados del punkah se habían ido a dormir. Dos lámparas de queroseno brillaban en la oficina: el sudor me corría por la frente, y salpicó el secante cuando me incliné. Carnehan estaba temblando, y temí que su mente temblara también. Me sequé la cara, cogí aq .ellas manos lastimosamente destrozadas y dile:

—¿Qué pasó después?

El momentáneo movimiento de mis ojos había roto la clara corriente.

—¿Qué quiere decir? —gimió Carnehan—. Los cogieron sin hacer el menor ruido. Ni un solo susurro en toda aquella nieve, ni aunque el rey derribó al primer hombre que le puso las manos encima… ni aunque el viejo Peachey disparó su último cartucho contra ellos. Aquellos puercos no hicieron el menor de los ruidos. Simplemente nos cercaron cada vez más, y le aseguro que sus pieles apestaban. Había un hombre llamado Billy Fish, un buen amigo nuestro, y le cortaron el cuello, señor, entonces y allí mismo, como a un cerdo; y el rey le da una patada a la sangrienta nieve y dice: «Buen premio recibimos por nuestros esfuerzos. ¿Y ahora qué?» Pero Peachey, Peachey Taliaferro, se lo digo en confianza, señor, como entre dos amigos, perdió la cabeza, señor. No, no es eso. El rey perdió la cabeza, así que él también la perdió, en uno de esos ingeniosos puentes de cuerda. Por favor, déjeme coger el abrecartas, señor. Se inclinaba hacia este lado. Le hicieron caminar una milla por la nieve hacia un puente de cuerda sobre un barranco, con un río allá al fondo. Puede que usted haya visto alguno así. Le aguijonearon como a un buey para que avanzara.

»“¡Malditos seais! —dice el rey—. ¿Creéis que no puedo morir como un caballero?” —Se vuelve hacia Peachey… Peachey, que estaba llorando como un niño—. “Yo te he arrastrado a esto, Peachey —dice—.