El jardinero

Rabindranath Tagore

El jardinero

1

El servidor: -¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!

La Reina: -Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?

El servidor: -Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.

La Reina: -¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde

El servidor: -Hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: -¿Qué locura es ésta?

El servidor: -Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: -¿Y en qué consistirá tu servicio?

El servidor: -En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.

La Reina: -¿Y cuál será tu recompensa?

El servidor: -Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.

La Reina: -Tus ruegos han sido escuchados.

Serás el jardinero de mi jardín.

2

Poeta, la noche se acerca; tus cabellos blanquean.

Durante tus ensueños solitarios, ¿oyes el mensaje del más acá?

Es de noche, dijo el poeta, y escucho: tal vez alguien está llamando desde el pueblo, aunque ya es tarde.

Estoy velando: dos enamorados se buscan. ¿Les guiará su corazón? Los corazones errantes de dos jóvenes amantes se encontrarán; sus ojos ardientes suplican una armonía de amor que rompa el silencio y hable por ellos.

¿Quién tejerá sus cantos apasionados si yo me siento en la playa de la vida, contemplando la muerte y el más allá?

Desaparece la primera estrella de la noche.

El resplandor de una pira funeraria se extingue lentamente junto al río silencioso.

Desde el patio de la casa desierta, y a la luz de la luna pálida, se oye el coro de los chacales.

Si algún viajero, vagando lejos de su casa, viene hasta aquí a contemplarla noche y a escuchar, con la cabeza inclinada, el canto de las tinieblas, ¿quién se acercará a murmurarle los secretos de la vida si, cerrando mi puerta, me libero de todas mis obligaciones mortales?

No importa que mis cabellos empiecen a blanquear.

Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del pueblo.

Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la mirada.

{éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas en las tinieblas.

Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura.

Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos blanquean?

3

Al amanecer, eché mi red al mar.

Arranqué al oscuro abismo extrañas maravillas: unas brillaban como sonrisas, otras como lágrimas, y algunas se coloreaban como las mejillas de una novia.

Cuando volví a casa, cargado con mi precioso botín, mi amada estaba sentada en el jardín y deshojaba, indolente, los pétalos de una flor.

Dudé un instante, luego dejé a sus pies todo cuanto había arrancado al mar y quedé silencioso.

Ella lo miró y dijo: ‘¿Qué son esas cosas tan raras? ¿Cuál es su utilidad?’

Avergonzado, incliné la cabeza y pensé: Obtener esto no me ha costado esfuerzo alguno: ni siquiera lo he comprado; no son regalos dignos de ella.

Pasé la noche tirando los tesoros ala calle.

Al día siguiente pasaron unos viajeros, los recogieron y se los llevaron a lejanos países.

4

Ay, ¿por qué han edificado mi casa junto al camino que lleva a la ciudad? Amarran sus barcas cargadas junto a mis árboles.

Van y vienen y se mueven a su antojo.

Me siento y los contemplo, y mis horas se consumen.

No puedo echarles. Y así paso los días.

Sus pasos suenan día y noche ante mi puerta.

Es inútil que les diga: ‘No os conozco’.

Toco a unos, siento el olor de otros; a éstos los llevo en la sangre de mis venas, y aquéllos pueblan mis sueños.

No puedo echarlos. Les llamo y les digo: ‘Que entren en mi casa los que quieran. Sí, que entren’.

Al amanecer, dobla la campana del templo.

Llegan con cestos en las manos.

Sus pies han enrojecido y la primera luz del alba ilumina sus rostros.

No puedo echarlos. Les llamo y les digo: ‘Venid a mi jardín a coger flores, venid’.

A mediodía se oye el gong de la verja del palacio.

No sé por qué abandonan su trabajo y se acercan a mi seto.

Las flores de sus cabellos palidecen y se mustian: las notas de sus flautas languidecen.

No puedo echarlos. Los llamo y desdigo: ‘Hay sombra refrescante bajo mis árboles. Venid, amigos’.

De noche, los grillos cantan en el bosque.

¿Quién llega lentamente hasta mi puerta, y llama en ella?

Distingo vagamente su rostro… No pronunciamos ni una palabra.

El silencio del cielo lo envuelve todo.

No puedo echar a mi callado huésped.

Contemplo su rostro en la noche y transcurren horas de ensueño.

5

No hallo reposo.

Tengo sed de infinito.

Mi alma languideciente aspira a las misteriosas lejanías.

Gran Más Allá, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que no tengo alas para volar, que estoy eternamente atado a la tierra.

Mi alma es ardiente y huye el sueño; soy un extraño en un país extraño.

Tú murmuras a mi oído una esperanza imposible.

Mi corazón conoce tu voz como si fuera suya.

Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que ignoro el camino, que no poseo un caballo alado.

No puedo hallar descanso; soy un extraño para mi propio corazón.

En la soleada niebla de las horas lánguidas, ¡qué grandiosa visión de Ti aparece en el azul del cielo!

Gran Arcano, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que están cerradas todas las puertas de esta casa en la que vivo solo.

6

El pájaro preso vivía en una jaula, y el pájaro libre en el bosque.

Se encontraron por azar. El pájaro libre grita: ‘Amor mío, volemos hacia el bosque’.

El pájaro preso murmura: ‘Ven aquí, vivamos juntos en la jaula’.

‘Entre estos barrotes, ¿podré extender mis alas?’ dice el pájaro libre. ‘Ay, lamenta el prisionero, yo no sabría posarme en el cielo’.

‘Amor mío, ven conmigo a cantar las canciones del bosque’. ‘Quédate junto a mí. Te enseñaré una música muy hermosa’.

El pájaro del bosque replica: ‘No, no. No se pueden enseñar las canciones’.

El pájaro enjaulado dice: ‘Ay, yo no conozco los cantos de los bosques’.

Tienen sed de amor, pero no pueden volar ala con ala.

Se miran a través de los barrotes de la jaula, pero su deseo es inútil.

Aletean y cantan: ‘Acércate más, amor mío’.

El pájaro libre grita: ‘No puedo, las puertas cerradas de tu jaula me dan miedo’.

‘Ay, dice el cautivo, mis alas no tienen fuerza, han muerto’.

7

Madre, el joven Príncipe pasará por aquí. ¿Cómo quieres que trabaje esta mañana?

Dime cómo he de peinarme y qué vestidos debo ponerme.

¿Por qué me miras tan asombrada, madre?

Sé muy bien que él no mirará mi ventana, que desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos, y que sólo los sollozos de su flauta lejana llegarán a morir hasta mi oído.

Pero el joven Príncipe pasará por aquí, y para esta ocasión quiero ponerme lo mejor que tengo.

Madre, el joven Príncipe ha pasado por aquí y el sol de la mañana brillaba en su carroza.

Me quité el velo, me arranqué el collar de rubíes y lo eché a sus pies.

¿Por qué me miras tan asombrada, madre?

Sé muy bien que no recogió mi collar: sé que mi collar fue aplastado por las ruedas de su carroza, dejando una mancha roja en el polvo; nadie supo cuál era mi regalo ni a quién iba destinado.

Pero el joven Príncipe ha pasado por aquí y he ofrecido a su paso el tesoro de mi corazón.

8

La lámpara se extinguió junto a mi cama, y al amanecer me desperté con los pájaros.

Me senté ante la ventana abierta y adorné mis cabellos sueltos con una guirnalda de flores.

Por entre la neblina rosada del alba vi al joven viajero que avanzaba por el camino.

Traía al cuello un collar de perlas y los rayos del sol resplandecían en su corona. Se detuvo ante mi puerta y me preguntó, ávido: ‘¿Dónde está ella?’

Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, joven viajero, ella soy yo’.

Caía la tarde y la lámpara no se había encendido. Distraídamente, yo trenzaba mis cabellos.

El joven viajero llegó en su carroza, envuelto en el esplendor del sol poniente.

Sus caballos despedían espuma y sus vestidos estaban cubiertos de polvo.

Descendió ante mi puerta y me preguntó con voz cansada: ‘¿Dónde está ella?’

Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, fatigado viajero, ella soy yo’.

En la noche de abril arde la lámpara en mi estancia.

Sopla dulcemente la brisa del sur.

El escandaloso loro duerme en su jaula.

Mi vestido tiene el color del cuello de un pavo real y mi manto es verde como la hierba nueva.

Estoy sentada en el suelo, cerca de la ventana, contemplando la calle desierta.

A través de la noche oscura murmuro sin cesar: ‘Ella soy yo, viajero desesperanzado, ella soy yo’.

9

Cuando, anochecido, voy sola a mi cita de amor, los pájaros no cantan, el viento no alienta y a ambos lados de la calle las casas están silenciosas.

A cada paso mis pies se hacen más pesados, y me da vergüenza.

Cuando, sentada en el balcón, espero oír si se acerca mi amado, las hojas se callan en los árboles y el agua está inmóvil en el río, como la espada en las rodillas del centinela dormido.

Mi corazón, en cambio, late desordenadamente. No sé cómo apaciguarlo.

Cuando mi amado llega y se sienta junto a mí, tiembla todo mi cuerpo, los párpados me pesan, la noche se oscurece, el viento apaga la lámpara y las nubes extienden un velo sobre las estrellas.

Sólo la joya de mi pecho brilla y esparce su claridad; no sé cómo esconderla.

10

Mujer, deja ya tu trabajo. Atiende, el huésped ha llegado.

¿No oyes cómo quita suavemente la cadena que cierra la puerta? No hagas ruido, ni te precipites a su encuentro.

Deja ya tu trabajo, mujer. El huésped ha venido esta noche.

No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada temas.

La luna llena brilla en la noche de abril; en el patio las sombras son claras; en lo alto, el cielo es luminoso.

Cúbrete el rostro con el velo, si ha de ser así, y llévate la lámpara a la puerta, si tienes miedo.

No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada temas.

No le digas nada, si eres tímida; quédate al lado de la puerta, cuando pase.

Si te hace preguntas puedes bajar la mirada, si quieres, en silencio.

Procura que tus brazaletes no tintineen, cuando le invites a entrar con la lámpara en la mano.

No le hables, si eres tímida.

Mujer, ¿aún no terminaste tu trabajo? Atiende, el huésped ha llegado.

¿No encendiste la lámpara del establo? ¿No preparaste el cesto de las ofrendas para el ritual de la noche?

¿No has hecho todavía la señal roja de la fortuna en la raya de tu pelo, ni te has vestido para la noche?

Oh mujer, ¿oyes? El huésped ha llegado.

Deja ya tu trabajo.

11

Ven como estés, no te demores más.

Si se te ha deshecho la trenza, si no es recta la raya de tu pelo, si las cintas de tu corpiño no están atadas, ¿qué importa? Ven como estés, no te demores más.

Ven, con presteza, por la hierba.

Si el rocío hace resbalar la correa de tu calzado, si en tus tobillos se entreabren las ajorcas de campanillas, si se pierden las perlas de tu collar, ¿qué importa?

Ven, con presteza, por la hierba.

¿No ves cómo las nubes cubren el cielo? Bandadas de cigüeñas se levantan a lo lejos, desde la orilla, y furiosas ráfagas de viento se precipitan sobre el yermo.

El ganado, inquieto, se refugia en los establos.

¿No ves cómo las nubes cubren el cielo? Es inútil que enciendas la lámpara para mirarte: vacila y el viento la apaga.

¿Quién puede descubrir que no has pintado tus párpados con hollín? Tus ojos son más oscuros que los nubarrones de la lluvia.

Es inútil que enciendas la lámpara, se apaga.

Ven como estés, no te demores más.

¿Qué importa que tu guirnalda no esté trenzada? Deja ya tu brazalete, aunque no esté cerrado.

Las nubes oscurecen el cielo, y es tarde. Ven como estés, no te demores más.

12

Si, por hacer algo, quieres llenar tu cántaro, ven, ven a mi lago.

El agua envolverá tus pies y te murmurará su secreto.

La sombra de la lluvia cercana se extiende sobre las dunas y las nubes bajas descansan en la línea azul de los árboles, como tu pesada cabellera sobre tus cejas.

Conozco el ritmo de tus pasos, que resuena en mi corazón.

Si debes llenar tu cántaro, ven, ven a mi lago.

Si quieres permanecer sentada, perezosamente, y dejar que tu cántaro flote sobre el agua, ven, ven a mi lago.

La hierba de la orilla es verde y por doquier se abren innumerables flores silvestres.

Tus pensamientos emigrarán de tus ojos oscuros como los pájaros de sus nidos.

Tu velo caerá a tus pies.

Si debes permanecer ociosa, ven, ven a mi lago.

Si, abandonando tus juegos de siempre, quieres zambullirte en el agua pura, ven, ven a mi lago.

Deja en la playa tu manto azul, y el agua más azul te envolverá.

Las olas se dulcificarán para acariciar tu cuello y susurrar a tu oído.

Ven, ven a mi lago si quieres zambullirte en él.

Si, insensata, buscas la muerte, ven, ven a mi lago. Es frío e insondable.

Es sombrío como una noche sin ensueños.

En sus abismos no cuentan las noches, y los días y los cantos son silencio.

Ven, ven a mi lago si quieres sumergirte en la muerte.

13

Yo no pedía nada. Me quedé de pie en el lindero del bosque, detrás del árbol.

Los ojos de la aurora apenas se habían entreabierto y el rocío estaba en el aire todavía.

El perezoso aroma de la hierba flotaba en la neblina que planeaba sobre la tierra.

Para ordeñar la vaca con tus manos tiernas y frescas como la mantequilla, estabas bajo el banano.

Yo no me movía.

No dije una palabra, sólo el pájaro cantó, escondido en la espesura.

Las flores del mango caían sobre el camino del pueblo, y las abejas, una tras otra, acudían a zumbar a su alrededor.

Cerca del estanque se abrió la puerta del templo de Shiva y el adorador inició sus cánticos.

Tú, con la jarra en las rodillas, ordeñabas la vaca.

Yo seguía de pie, con mi cántaro vacío.

No me acerqué a ti.

El día despertó con el sonido del gong del templo.

Los rebaños levantaron el polvo del camino.

Las mujeres volvían del río llevando en la cadera las cántaras rumorosas.

Tus brazaletes tintineaban y la espuma de la leche se derramaba de tu jarra.

Transcurrió la mañana, y no me acerqué a ti.

14

Al atardecer las ramas de los bambúes se estremecían al viento, y yo, no sé por qué, andaba por el camino.

Las sombras alargadas se asían a la luz fugitiva.

Los pájaros se habían cansado de cantar.

Yo, no sé por qué, andaba por el camino.

Un árbol de ramas caídas da sombra a la choza cercana al río.

Alguien trabaja en ella.